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Mi cuñada es una yegua

Las Fiestas nos reúnen con los que más queremos y también con esa mujer de tu hermano o hermana de tu pareja que, más que amiga, es...




Llegan las Fiestas... "¡Qué lindo momento!, dirán algunos. "¡Qué momentooo!", se limitarán a decir otros. Es que toca reunirnos todos alrededor de la mesa, con nuestros parientes de sangre y también con otros –"otras", para más precisiones–, aquellos que nos traen las relaciones de pareja (tanto las nuestras como las de los demás actores de nuestro árbol genealógico).
En la antigüedad, la familia política era tema de alianzas entre la realeza, creaba lazos económicos y acoples geográficos. Hoy, afortunadamente, las complejidades de la familia política no alcanzan tal vuelo, pero son igual de desgastantes y nocivas, y resultan en fuertes escándalos, estruendos, portazos, llantos, lamentos en el diván.
Y en este culebrón, son las cuñadas las que suelen ganar el Oscar. Pueden -y suelen- ser una molestia importante, y hay que configurar un sistema para sobrevivirla sin perder a nuestros hermanos (para el caso, el novio o marido de Ella) o separarnos (de nuestro amorcito, el hermano de la chica en cuestión). Fue un temón tanto para la reina Isabel I como para Madonna. Sí, mi cuñada es una yegua, como la tuya, ¿y qué hacemos?
Cuando Ella llega a nuestra familia
Estamos sentados a la mesa, listos para cenar felizmente, como una postal de la familia Ingalls, cuando arriba nuestro hermano a la escena. La alegría abunda porque nuestra congregación no es algo habitual -más precisamente, sucede una vez al año: en las Fiestas-.
Pero esta vez, nuestro hermano viene de la mano... de Ella. Y así como percibimos aquella mano, las risas llegan a su final.
Se incorpora en nuestras vidas una mujer que no conocíamos, o poco y nada (¿y le pareció lógico traerla hoy?, ¿el evento más familiar del año?). ¿Celosa, yo ?, ¡¡¡ni ahí!!!
Bueno, al fin y al cabo, cabe destacar que en inglés no existen vocablos como "suegra", "suegro", "cuñada"; en cambio, se les llama madre, padre y hermana "en la ley". Nada más impuesto que un familiar político. Es un contrato, una relación forzada, y si bien para muchas puede ser una gran bendición para mantener al hermano o la pareja "contenido", para algunas tantas otras "la cuñada" no es más que un martirio con el que debemos relacionarnos sólo por compromiso.
Cuando nosotras llegamos a su familia
Cuando nos toca a nosotras ir de "nueva integrante", ella es la primera en sonreírnos. La hermana de nuestra pareja pinta ser todo lo que una podría esperar. Y le agradecemos al amor por tanto. Festejamos secretamente en honor a quien pensamos será cómplice y compinche nuestra. ¡Me parece que quiero ser su amiga! Intercambiamos platos, le preguntamos por sus zapatos, le recomendamos a la mejor manicura del barrio y quedamos en ir al gimnasio juntas, e incluso terminamos por darle uno de nuestros regalos para darle ALGO.
Pero... a veces, la primera impresión falla. Porque, así como la de Picasso, toda época rosa pronto llega a su fin. Y un buen día, su garra comenzó a hacerse ver: "¿Ya cocinaste? Porque al final, mi hermana quiere cenar en su casa, y le dije que llevamos la comida y la bebida", nos avisa nuestro tórtolo.
Final cantado: al poco tiempo, terminamos haciendo lo que Ella quiere. ¿Es necesario aclarar que al año siguiente resolvió ella dónde y con quién pasaríamos las Fiestas? Y ahí mismo, la bautizamos: Yegua.
El famoso temita de los regalos de Navidad
Doce en punto. Jo, jo, jo, jo. Brindis y jolgorio en el hogar. Los mejores deseos. Besos: chuik, chuik. Y empieza la repartija de regalos. Primero, los nenes, esos solcitos que son sus hijos y para los cuales trajimos juguetes preciosos –esos de 10 x 10 cm que valen como cuatro jeans–. Qué dulces. Los abrieron, molieron contra el piso y, ¡qué curioso!, los rompieron.
La cuñada sonríe. ¿Y un gracias al menos?
Nuestra suegra, la que no nos ayuda más con los chicos desde que "nena" (nuestra cuñada) fue madre, por suerte intercede y pone orden.
En fin, para matizar el momento, le extendemos el paquetito que le trajimos a ella y recibimos, a cambio, el que nos corresponde: mmmmm, a ver... Angosto, es un CD. Bueh, para el auto, ¿cuán malo puede ser?: ¡Montaner! ¿Montaner? Pero ¿no sabe que no escucho esta música? Y no es la parte más lamentable de la historia, porque cuando vamos al local a intentar cambiarlo, una amable vendedora nos avisa, con carita de pena, que ése no tiene cambio porque era una promoción: por comprar mucha ropa en el shopping, te regalaban un CD de Montaner. ¡Auch!
Sí, sobre yeguas, está todo escrito
A ver, ¿y por qué es que los hombres nunca tienen conflictos con sus cuñados?
Porque, según explican los expertos (esto no nos va a gustar), esta complejidad que nos caracteriza hace que los roces sean casi algo de todos los días.
Y al ingresar en un mismo grupo familiar, esta relación de cuñadas se puede convertir en competencia, envidia "no sana" y rencor.
Es que una cuñada viene de otra latitud cultural e idiomática para la que suele haber prejuicios –de nosotras, quienes la llamamos "chiruza"–.
A nuestros hermanos, padres o amigos de la vida, les hemos bancado cosas mucho peores, pero los trapitos solían secarse en casa.
Esta intrusa, con la que nos emparentamos de la noche a la mañana y no tenemos un lazo de amor (sino una relación bien lejos de eso), que nos distancia de nuestro hermano o pareja vestida como si todos los días fueran Halloween al compás de ¿viste que elegante que es? e intenta opinar sobre todo, debe pagar derecho de piso.
Definitivamente, la ODIAMOS.
¿Qué hacemos?
Queremos unirnos a las tropas, enterrar la bandera y declarar la guerra con un grito aturdidor mientras vestimos una chaquetita militar espectacularmente diseñada por Karl Lagerfeld. Pero, con suerte, queramos o no, ella es parte de nuestra familia hoy, es nuestra realidad. Nadie espera que seamos su mejor amiga y la nombremos madrina, pero podríamos cambiar esa cara (sí, ésa) e intentar una relación amigable.
¿Cómo? Haciendo la vista gorda (incluso para agradecer regalos: porque después del CD, vino ¡un huevo de cerámica!) y estando siempre un paso delante para responder con la mejor sonrisa Colgate. Además, dejemos de protegerlo, porque él no es ningún santo y todo lo permite –bien podría haber intervenido para orientarla un poquito–.
No somos los Ingalls; pensemos algo más cerca de los Adams. Encontremos el modo de estar, aunque sea como pasas de uva en el mar, porque es el único lugar en que lo encontramos sin Ella. Y, tal vez, si alguien ahí arriba nos oye, algún día podremos votar y eliminarla como la casa de Gran Hermano; pero si no, por lo menos nos encontraremos todas en el cielo por no haber sido tan... yeguas.
Por Aline Vilches. Ilustración de Robertita.
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