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Silvina Luna: que su muerte no sea en vano

Soledad Simond reflexiona tras la muerte de Silvina Luna. "¿Cuándo nos sometemos a una intervención?", se pregunta. Y se refiere a la necesidad de estar menos solos, sentirnos más amados.


Silvina Luna tenía 43 años.

Silvina Luna tenía 43 años. - Créditos: Archivo LN



La noticia llegó en pleno día laboral, y comenzamos a escribir sobre la muerte de Silvina Luna casi en modo automático, con instinto periodístico. Pero cuando las notas estuvieron publicadas nos invadió una profunda tristeza.

La primera sensación es que podría haberse evitado, que las operaciones no por ser estéticas son menos graves, que la mala praxis podría pasarnos a todos, que las mujeres nos sometemos a veces a tanto dolor, incomodidad, riesgo, invertimos mucho dinero sólo para convertirnos en aquellas que nos dijeron que deberíamos ser. Y todos construimos esos arquetipos de perfección sexuales, diseñados para no estar solos. ¿Cuándo nos sometemos a una intervención? Cuando queremos gustar y atraer, porque de alguna manera sentimos que no somos suficientes. No es otra cosa que querer ser amado. 

Nadie se opera para vivir en una isla desierta: nos operamos, nos ponemos bótox (aterradas de envejecer), nos sacamos hasta el último pelo, nos ponemos a dietas sin fin para sentir pertenencia. A veces, porque nuestra amiga ya tiene la frente demasiado tersa, y no se parece a la nuestra; o porque para la foto en Tinder garpa más un buen escote, o porque queremos subirnos a la última tendencia de puperas. Da lo mismo, a veces, es porque nuestras tetas de postparto ya no calienten al marido, o porque estamos tan hipnotizadas con bellezas de filtro y medidas ajustadas que en la comparación siempre perdemos. 

¿Qué hay detrás de todo esto? La necesidad de que nuestro vacío existencial esté bajo control, confiando en que a la larga estaremos menos solos. Crecimos sabiendo que los lindos eran no sólo exitosos sino los buenos de la película, y todos queremos ser parte del bando correcto. Y lo más triste es que nos aqueja más a las mujeres: los hombres pagan otros precios (competitivos, de cuerpos tallados, de solidez financiera, de ser alfas), pero nosotras pasamos más por el bisturí, y ahí ponemos en riesgo nuestra vida. 

Entonces, ¿qué nos deja la muerte? Siempre en cada muerte (especialmente en las que llegan demasiado temprano) se abre un portal. Es la posibilidad de que se descargue un nuevo software, que nos invite al silencio, como cuando se actualiza un nuevo sistema. Hay que dejar que la muerte entre. Que nos parta al medio, que nos recuerde que esta vida es finita.

¿Para qué estamos entonces?, ¿cómo queremos seguir viviendo? Que seamos más amables con nosotras, con los otros, que nos miremos con amor. Ya no hay más tiempo para esperar a los rezagados. Es ahora. Ese es el legado de los muertos: despertar a los vivos.   

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