¿Una cartera microscópica? Así es el bolso de Louis Vuitton más pequeño del mundo

Por definición, la cartera sirve para guardar billetes, documentos y objetos de uso personal. Revisando la historia de la moda se cree que el antecedente de la cartera es la alforja (una especie de bolsa que ataban a la cintura las civilizaciones antiguas para cargar pequeños alimentos), aunque el primer bolso más parecido a las carteras de la actualidad es el Plume de Hermès, creado originalmente para guardar la mantilla del caballo en 1930. Siempre volvemos a lo mismo. La cartera sirve, es funcional, tiene una razón de ser. Y es eso, exactamente, lo que critica o parodia el colectivo MSCHF.

La microcartera busca poner en evidencia como, con los años y las modas, se desvirtuó la funcionalidad del accesorio para convertirlo en una especie de joya, en un símbolo de estatus, en un ícono de marca.

Y aunque creo que siempre está bueno cuestionar, analizar, entender el consumo, a mi entender las carteras pueden ser funcionales o no y, si no lo son, no hay nada de malo en eso.

La moda es una serie de símbolos, es representación, es la materialización de lo que queremos mostrar que somos. Y las carteras, sobre todo las carteras de lujo, no están concebidas para llevar billetes, ni documentos, ni objetos personales. Nada de eso importa. Su principal función, nos guste o no, es ser símbolo. Pensemos en la Baguette de Fendi, en la Birkin de Hermès, en la Lady de Dior o la Boy de Chanel. ¿Cuántas mujeres que compraron estas carteras de lujo pensaron en lo que trasladarían en ellas? Las carteras desde hace rato son más ornamentales que funcionales. Y no importa que a algunos les parezca ridícula su miniaturización con propuestas en las que no entra nada como la hiper viral Jacquemus o la Chiquiti de Valentino que Lizzo convirtió en “la más fotografiada de la historia”. No importa porque aunque tuvieran el tamaño de una semilla de amapola, lograrían su objetivo: que todo el mundo hable de ellas.