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S.O.S: ¡Me parezco a mi mamá!

Nos sucede a todas: los años pasan, y nunca falta quien encuentre las similitudes; llegó la hora de celebrarlo y amigarse con aquello que nos asemeja a nuestra madre





Por Aline Vilches
¿No fue ella quien nos compró el primer corpiño? ¿Y la que nos acompañó a probarnos nuestro vestido de casamiento? Y así también es ella quien nos repite: "Parate derecha", "¿eso vas a usar?", "¿por qué no te peinás?", "yo no lo hacía así". Como el famoso pajarito, o un taladrito -en diminutivo suena más dulce- que te percude psicológica y físicamente. Y no sólo eso: está en nuestro ADN; entonces, ¿cómo podríamos zafar de parecernos a ella?
Desde nuestros rasgos hasta nuestro temperamento dependen de nuestra información genética, incluso nuestro proceso de vejez... ¡SUSTO! Nadie sabe por qué, pero jamás oímos a alguien decir con una gran sonrisa: "¡Qué bueno! ¡Soy igual a mi mamá!". Se trata más de un palo que otra cosa. ¿Por qué, pobres madres? ¿Y por qué será que de todos los hábitos que juramos nunca incorporar, siempre tomamos los peores?
Pero recordemos cómo llegamos hasta acá...

Infancia

Con pocos años, miramos hacia arriba y es todo. Una diosa. Observamos cómo se peina y se viste, y deseamos algún día crecer y ser tan lindas como ella, con sus uñas largas, sus accesorios brillosos y esos tacos tan altos. De chicas, no jugamos a ser señoras, jugamos a "ser mamás". Mamá es la compinche de nuestros juegos, con ella "aprendemos" a cocinar, por ejemplo: mientras ella hace una tarta, nos cede un retazo de masa para que nos sintamos partícipes. Ella es quien nos protege de papá cuando está enojado y nos refugiamos en sus brazos. Nadie discute el Edipo, pero ella tiene su lugar de estrella en nuestras vidas, ¡hasta podríamos tener un póster suyo en nuestro cuarto!

Adolescencia

Pero pasan los años, y el póster bien podría ser reemplazado por el de Axel Rose o, básicamente, cualquier persona que no sea ella, la mujer que nos arruina la vida. No entiende nada. Todo lo que dice y hace nos irrita. Lloramos como si nuestra vida estuviera en peligro cuando no nos dejó ver "Clave de sol", y juramos nunca ser como ella. Y la expresión "¡te odio!" se hace cada vez más frecuente. Planeamos escapes secretos (nunca llegamos a detallar con qué dinero, pero ¡lo haremos!) y escribimos en nuestro diario sobre las maldades que nos obliga a hacer: ir al colegio, ordenar el cuarto, informar adónde vamos... Crueldad pura... ¿¡Qué más pretende de nosotras!? ¿¡Sacarnos el teléfono!? Y, a medida que pasan los años y somos ENORMES, casi 17 años, demandamos la independencia que merecemos.

Adultez (primera parte)

Más calmadas las aguas, años más tarde y con un mísero -más que colchón- catre económico que nos permite por lo menos comprarnos un pan, nos vamos a vivir solas. Le pedimos respetuosamente -pero a los gritos- que nos deje trazar nuestro propio destino como "adultas responsables que somos" sin dejar fuera que por favor nos compre la heladera antes de respetar nuestra fuga. Y de pronto, somos nosotras las que tres veces al día por teléfono: "Ma... Sí, yo, de nuevo, perdón, pero la lechuga, ¿cuánto dura en la heladera?". Y así, nuestra madre, a quien le rogamos que nos DEJE EN PAZ y que deje de llamarnos, nos tiene que bancar a nosotras con preguntas idiotas, cuando bien podría dejar de atendernos (lo que haríamos nosotras)... Claro que al día siguiente opina sobre el tipo de lechuga que tenemos o sugiere: "Esta noche, no lleves al chico a tu casa..., no queda bien".

Adultez (segunda parte)

En algún momento nos llega el instinto maternal y lloramos como marranas mientras vemos a nuestro primer hijo nacer. Y entre cambiar pañales, calentar la mamadera y ajustar la chichonera, un buen día ocurre. Mencionamos un dicho que nadie conoce. De madre. Nuestra madre. Nos delata, pero intentamos hacernos las idiotas una, dos, tres veces. A la cuarta que se nos escapa: "¡Si veo eso tirado en el living, no lo ves nunca más, eh!", nos miramos al espejo y ahí está, ELLA. ¡Chan! "¡¡¡AAAAAAAAHHH!!!" MIEDO. Terror. Pánico. O simplemente, aún sin hijos, nos hacemos un corte distinto y nos encontramos con una amiga de la infancia después de diez años, y nos dice: "¡Estás igual... a tu mamá!". Bueh. Genial. En cuatro palabras, nos dijeron: que envejecimos abruptamente, que parecemos treinta años más de los que tenemos, ¡bah!, que estamos hechas miércoles. Divina, la piba. No nos ve en una vida y de una, ¡zas! Teníamos puestos unos zapatos nuevos DIVINOS. Pero no, mejor decirnos que estamos igual a nuestra vieja, que tiene 60 años.
Como si esto fuera poco, nuestra pareja, en la cúspide de algún argumento nuestro que iba a ganar la discusión, nos corta la inspiración y dice: "Sabés a quién te estás pareciendo, ¿no?". Lo queremos negar. Intentamos. Pero cuando en una comida familiar nuestra tía nota excitadísima: "¡Qué igual a tu mamá que estás! Increíble"..., ya no hay vuelta atrás, porque nuestra madre se enorgullece y corre a darnos un beso. Ya ta. Nuestros hermanos ríen maliciosamente. ¿Será que, inevitablemente, hagamos lo que hagamos, no podemos escaparle y el destino nos convierte en nuestra madre?

El destino ineludible

Pero no sólo se trata de un parecido físico. Sino que, de todos los hábitos que juramos nunca tener de ella, tomamos casi todos, y los peores. Decimos las cosas que nos hacían "odiarla". Traumadas y monotemáticas con nuestras amigas, con nuestra psicóloga y con nuestra pareja. ¿Les pasa a todas? ¿Cómo se convirtió nuestra madre en la abuela "copada" y nosotras en "la vieja"? ¡Nosotras somos re cool!, ¿se supone que debemos aceptar que somos ancianas desde ahora? Bueno, tal vez no sea necesario ser tan dramáticas... Mejor aceptarlo y reírnos, porque vendrán muchos más dichos, manierismos, hábitos y modos... de ELLA. Mientras siga atendiéndonos el teléfono y salvándonos las papas... Tal vez, sólo tal vez, además de madre sea una persona "copada", ¿no? Además, ¿no era eso lo que queríamos cuando éramos chicas?: ser igualitas a ella.
Superar a la maestra
Experta consultada: Lic. Paula Mayorga
Coordinadora del Equipo de Psicoterapia y Asistencia en la Crisis.
Y vos...¿en qué te ves reflejada en tu mamá? Contá tu experiencia.

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