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 • Opinión

Karen Barg: “Recién separada, de nuevo me sentí una fracasada”

Karen Barg, Karonchi para quienes la conocemos, hace un recorrido por su historia como emprendedora. Desde sus primeros trabajos hasta ahora, que se abrió sola, tras su separación, y viviendo con su hijo en Madrid.




Trabajo desde muy chica. A los 16 empecé como camarera y recepcionista en un salón de fiestas y, cada tanto, “actuaba” de princesa en algunos cumples. Quería tener plata, quería ser independiente y tomar mis propias decisiones.

Cuando junté mis primeros 90 pesos me compré una cartera Adidas que no me la olvido más. Me sentía Wanda con sus Hermes.

Di clases de teatro, de baile, de comedia musical, trabajé para una reconocida cantante infantil que es amiga de un sapo. Hice obras de teatro, fui recepcionista de un estudio de danza y, la verdad, nunca me sentí muy cómoda teniendo jefes y ni jefas.

A los 25 años, después de estudiar desde los 12 en los mejores lugares y con los mejores maestros, entendí que el teatro ya no era lo mío. Me daba vergüenza, me frustraba, ya no lo estaba disfrutando.

Y ahora, ¿qué hago? ¿Qué quiero ser cuando sea grande?

En ese momento, creía que con 25 años ya era grande para cambiar de rumbo y me sentía muy fracasada: tantos años invertidos en una carrera que ahora estaba “tirando a la basura”…

Me pregunté, ¿qué te gusta hacer? ¿Qué disfrutás? Me di cuenta que amaba el maquillaje: me podía pasar horas viendo tutoriales y me encontrabas un martes a la noche maquilladísima solo para practicar.

Entonces, me lo tomé en serio y me puse a estudiar, de nuevo con los mejores. Me llevó un año prepararme para salir a la cancha.

El tema era de dónde iba a sacar clientas. Me junté con una amiga que peinaba e invitábamos a otras amigas, les hacíamos el Makeover y les sacábamos fotos.

Así nos hicimos un Facebook y empezaron a llegar clientas reales.

Me acuerdo de la primera clienta. ¡Los nervios que tenía! Sentía que no sabía nada de nada y que la iba a dejar espantosa.

No me equivoqué: fue medio desastre… pero era importante empezar, dar el primer paso y juntar horas de vuelo.

Así que, persona que veía, persona que maquillaba; gratis o por muy poca plata. Pero eso me fue dando seguridad. Gracias a Dios, me fue bien, nunca me faltaron clientas.

Once años más tarde, recién separada, en otro país, con un hijo y un montón de responsabilidades, me encontré haciéndome la misma pregunta: ¿Qué quiero ser cuando sea grande?

De nuevo me sentí una fracasada. Ya no tenía 25 años, no me podía estar pasando esto de nuevo.

Después de pensarlo mucho, de llevarlo a terapia y hablar con amigas, me di cuenta de que sigo amando el maquillaje. ¡Es lo que más me gusta!

Y me encanta enseñar, me gusta hacer fácil lo que parece difícil. 

 

Como ya conté en otras oportunidades, tengo déficit de atención, con lo cual algunas cosas me cuestan un poco más. Desarrollé la habilidad de volver esas cosas entendibles y alcanzables.

Entonces, tenía dos cosas claras: me gustaba el maquillaje y me gustaba enseñar.

Hablando con Faby Mejalelaty, mi coach (@alumbralab) le planteé un modelo de negocios que rápidamente me bochó. Soy buena maquillando, pero los negocios por ahora no son lo mío.

Y ella, que es la más genia del mundo, me dio una idea que me cerró por todos los costados. Así que puse manos a la obra, llamé a Juli, mi diseñadora, que es una talentosa total (@sigona_estudio), y empezamos a cranear.

A la semana ya tenía armada la plataforma para dar mis cursos.

 

Son 3 variantes muy copadas:

  1. La primera es el armado de tu kit ideal de maquillaje. Vemos juntas lo que tenés y buscamos lo que te falta según tu presupuesto.
  2. La segunda es el armado de este kit más una clase de automaquillaje, donde te enseño a usar todo tu kit como una experta.
  3. Y la tercera es todo lo anterior, pero con el plus de ir juntas en busca de esos productos, una especie de personal shopper de makeup.

Los lancé un domingo y no les puedo explicar la respuesta de la gente, la agenda se llenó al toque. 

Y yo no puedo estar más orgullosa de mi, de saber pedir ayuda cuando no me doy maña, de jugármela por lo que quiero y de sentir que puedo sola, que no necesito a nadie más que a mí para mantenerme.

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