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Día del Maestro: las mejores frases para regalarles a los docentes el 11 de septiembre

El 11 de septiembre es el Día del Maestro. Te compartimos 4 poemas para que puedas regalarles en su día a quienes ejercen la docencia


Día del Maestro: los mejores poemas para dedicarles por su gran labor diario.

Día del Maestro: los mejores poemas para dedicarles por su gran labor diario. - Créditos: Getty



Como cada año, el 11 de septiembre se celebra el Día del Maestro en homenaje a quienes ejercen la docencia en Argentina. El objetivo es reconocer su acción cotidiana, muchas veces silenciosa y, sin dudas, fundamental en la vida de las infancias y adolescencias de nuestro país.

Encontramos una linda manera de agradecer su compromiso con la educación y con la palabra, a través de poemas de consagrados autores: Jorge Luis Borges, Gabriela Mistral, María Rosa Serdio y Daniel Altamirano.

Un dato: el 11 de septiembre responde a la fecha de fallecimiento en el año 1888 de Domingo Faustino Sarmiento, expresidente de la Nación y uno de los principales impulsores de la educación pública, universal y gratuita.

“Sarmiento”, de Jorge Luis Borges (1899-1986)

No lo abruman el mármol y la gloria.

Nuestra asidua retórica no lima

su áspera realidad. Las aclamadas

fechas de centenarios y de fastos

no hacen que este hombre solitario sea

menos que un hombre. No es un eco antiguo

que la cóncava fama multiplica

o, como éste o aquél, un blanco sin símbolo

que pueden manejar las dictaduras.

Es él. Es el testigo de la patria,

el que ve nuestra infamia y nuestra gloria,

la luz de Mayo y el horror de Rosas

y el otro horror y los secretos días

del minucioso porvenir. Es alguien

que sigue odiando, amando y combatiendo.

Sé que en aquellas albas de setiembre

que nadie olvidará y que nadie puede

contar, lo hemos sentido. Su obstinado

amor quiere salvarnos. Noche y día

camina entre los hombres, que le pagan

(porque no ha muerto) su jornal de injurias

o de veneraciones. Abstraído

en su larga visión como en un mágico

cristal que a un tiempo encierra las tres caras

del tiempo que es después, antes, ahora,

Sarmiento el soñador sigue soñándonos.

“Sin profes no hay”, de María Rosa Serdio (poeta española; nació en 1953)

Bajo la acacia en la sabana

sin un techo o con todos los detalles,

en pleno desierto, en el oasis,

en la alta trocha de los Andes,

en cualquier canal de oriente,

en la escuela más uniformada,

o en un pueblo a la espera de tenerla,

en la orilla del lago Tanganica,

bajo el sol del trópico,

en el norte más norte o

al sur más extremo...

Hay una escuela siempre que alguien

se siente en círculo con otros

a aprender y a enseñar

Sin círculo no hay palabra.

¡Sin maestros no hay escuela!

“La maestra rural”, de Gabriela Mistral (poeta chilena; 1889-1957)

La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos», decía,

«de este predio, que es predio de Jesús,

han de conservar puros los ojos y las manos,

guardar claros sus óleos, para dar clara luz».

La Maestra era pobre. Su reino no es humano.

(Así en el doloroso sembrador de Israel).

Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano,

¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!

Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.

Por sobre la sandalia rota y enrojecida,

tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,

largamente abrevaba sus tigres el dolor.

Los hierros que le abrieron el pecho generoso,

¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía

el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor

del lucero cautivo que en sus carnes ardía:

pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste

su nombre a un comentario brutal o baladí?

Cien veces la miraste, ninguna vez la viste

¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva,

abriendo surcos donde alojar perfección.

La albada de virtudes de que lento se nieva

es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida

el día en que la muerte la convidó a partir.

Pensando en que su madre la esperaba dormida,

a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como un cojín de luna;

almohada de sus sienes, una constelación;

canta el Padre para ella sus canciones de cuna

¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

Como un henchido vaso, traía el alma hecha

para volcar aljófares sobre la humanidad;

y era su vida humana la dilatada brecha

que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta

púrpura de rosales de violento llamear.

¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las

plantas del que huella sus huesos, al pasar!

"Luz de septiembre”, de Daniel Altamirano (poeta argentino; nació en 1945)

Lo imagino rodeado de palomas muy blancas,

caminando despacio, pensativo tal vez.

Con un libro en las manos, sereno y solitario,

jubilado y humilde, jubilado y humilde

como siempre lo fue.

A su lado, mi alma descifró tantos signos,

modulé, deletreando, la palabra deber.

Y crecí desde adentro hacia todos los rumbos,

y me fui por el mundo, y me fui por el mundo

con sus libros de fe.

¡Compartilo!

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