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Beauty burnout: por qué estamos agotadas de las rutinas de belleza imposibles

Lo que antes era un mimo se volvió una exigencia que nos deja agotadas. ¿En qué momento el cuidado personal empezó a sentirse como una carga?.


'Beauty burnout': el síndrome que busca tener que vernos siempre bien

'Beauty burnout': el síndrome que busca tener que vernos siempre bien - Créditos: Getty



La piel luminosa, el pelo sin frizz, las cejas perfectamente peinadas, las uñas al día, el cuerpo entrenado. La lista de cosas que “deberíamos” mantener para estar bien —o mejor dicho, para vernos bien— parece interminable. Lo que alguna vez fue placer, hoy se transforma en agotamiento. Y no estamos solas en esto: cada vez más mujeres expresan un cansancio profundo por tener que sostener estándares de belleza que, lejos de relajarse, parecen multiplicarse.

El fenómeno se conoce como beauty burnout y pone nombre a ese desgaste físico, mental y emocional que aparece cuando los cuidados estéticos, en lugar de mimarnos, se vuelven una especie de jornada laboral paralela. Turnos para la depilación, pestañas, uñas, pelo, rostro, drenaje linfático, retoques. El tiempo, el dinero y la energía que se invierten son altísimos, y muchas veces están impulsados por un mandato invisible: la presión de “estar siempre bien”. 
 

La belleza que cansa

La belleza que cansa

La belleza que cansa - Créditos: Getty

La industria beauty avanzó a paso acelerado en los últimos años. Nuevas técnicas, productos virales, tratamientos de alta frecuencia, sueros personalizados, suplementos para el pelo, la piel, las uñas, la ansiedad. Incluso lo “natural” se volvió una exigencia estética: hay que tener buena piel, pero sin base; pelo brillante, pero sin planchita; cuerpo saludable, pero sin que se note que lo trabajás. Es decir, mantener el esfuerzo invisible.

Este cansancio también se alimenta de la idea de que tenemos que estar disponibles para el mundo siempre: en redes, en Zoom, en la calle. Y siempre de determinada manera. No alcanza con estar limpias o prolijas: hay que estar estéticamente impecables. Si no lo estamos, sentimos culpa. O vergüenza. O ambas.

Belleza, cultura pop y el legado de los 2000

La cultura de los años 2000 fue clave para moldear los estándares actuales de belleza.

La cultura de los años 2000 fue clave para moldear los estándares actuales de belleza. - Créditos: Getty

La cultura de los años 2000 fue clave para moldear los estándares actuales de belleza. Con íconos como Britney Spears, Paris Hilton y las estrellas de películas y series, se impuso una estética brillante, juvenil y cuidada al detalle: cabello súper lacio o con ondas perfectas, maquillaje marcado, uñas largas y decoradas, cuerpos delgados y tonificados. Esa imagen se volvió un ideal aspiracional que sigue muy vigente.

En esa época, el cuidado personal comenzó a ganar lugar como una forma de poder y expresión. Pero también sembró la semilla de la presión por la perfección estética, especialmente para las mujeres. El “tener que estar” impecable se volvió un mandato casi naturalizado.

La pandemia y el boom del autocuidado

Una mujer mirándose al espejo mientras se hace su rutina de skin care

. - Créditos: Pinterest

Luego llegó la pandemia de COVID-19, que trastocó rutinas, prioridades y también la relación con nuestro cuerpo y la belleza. Durante los meses de cuarentena, muchas personas encontraron en las rutinas de skincare y maquillaje un refugio y un modo de autocuidado. Sin embargo, al volver a la “normalidad”, la presión por recuperar y superar la imagen anterior se volvió aún más fuerte.

Además, el boom de las videollamadas y la exposición digital diaria intensificaron la vigilancia sobre nuestro aspecto. Vernos en pantalla, a menudo con luz artificial o ángulos poco favorecedores, generó nuevas inseguridades. Esto profundizó la necesidad de “estar siempre bien” y a la vez disparó el beauty burnout, porque mantener ese estándar en la vida real es agotador.

Redes sociales: la fábrica de la belleza “imposible”

En plataformas como TikTok, Instagram o YouTube se repiten infinitamente los reels y tutoriales que muestran las rutinas de belleza de influencers que parecen vivir exclusivamente para eso. Y aunque algunas lo hacen desde un lugar lúdico o artístico, el mensaje que muchas veces baja es claro: si no tenés una rutina de 10 pasos, no te estás cuidando lo suficiente.

El problema es que esas rutinas muchas veces están pensadas para personas que trabajan de su imagen, que tienen tiempo y dinero para sostenerlas, y que no cargan con jornadas de 8 horas, tareas domésticas, estudio o hijos. Ver a una influencer que se pasa la mañana entre cremas, luz LED, hielo facial, yoga facial y té de colágeno puede ser entretenido, pero también frustrante para quien no tiene ni media hora libre antes de salir a trabajar o estudiar.

Y lo más engañoso: muchas veces, lo que muestran no es real. Filtros, edición, tratamientos costosos por canje. Esa supuesta “rutina natural” que vemos en redes está muy lejos de ser accesible para la mayoría.

Cuando la rutina deja de ser disfrute

La presión por cumplir con estos estándares genera una especie de doble vínculo emocional. Por un lado, muchas disfrutamos de ciertos rituales de belleza: ponernos una máscara, elegir un esmalte nuevo, ir a la peluquería. Pero cuando eso se vuelve obligatorio, mecánico, exigido, pierde su sentido. Lo que antes era un espacio de disfrute se transforma en otra tarea más en la agenda.

Y es que la belleza se volvió una especie de talismán moderno: algo que supuestamente garantiza bienestar, aceptación, éxito. Pero esa idea de plenitud constante es agotadora. Aceptar que no siempre vamos a estar perfectas también puede ser liberador.

Slow beauty: una forma de resistir

 Otras optan por reducir su rutina de belleza, comprar menos, priorizar el descanso y los buenos hábitos antes que los tratamientos.

Otras optan por reducir su rutina de belleza, comprar menos, priorizar el descanso y los buenos hábitos antes que los tratamientos. - Créditos: Getty

Ante esta saturación, muchas mujeres están empezando a cuestionar el modelo actual. Algunas se animan a mostrarse sin filtros, sin maquillaje o sin depilar. Otras optan por reducir su rutina de belleza, comprar menos, priorizar el descanso y los buenos hábitos antes que los tratamientos.

Este movimiento se conoce como slow beauty: una invitación a volver a lo esencial, desacelerar y reconectar con lo que realmente nos hace bien. No se trata de abandonar el cuidado personal, sino de redefinirlo. ¿Qué quiero hacer? ¿Qué necesito hoy? ¿Qué puedo sostener sin agotarme?

Tal vez el verdadero acto de autocuidado no esté en hacer más, sino en hacer menos. En permitirnos no estar perfectas. En entender que no somos un producto para ser evaluado, sino personas en movimiento, con días buenos y días caóticos. Y que la belleza —la verdadera— también vive ahí.

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Belén Sanagua

Belén Sanagua Es periodista, locutora y estudió la Licenciatura en Comunicación Audiovisual. Se desempeña como subeditora de la web editando moda y beauty aunque, además, escribe para otras secciones.


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