“Sin querer, soy coleccionista de arte”, dice Cala Zavaleta; y es que, desde chiquita, tuvo una conexión muy fuerte con ese mundo de los colores y la creación. Cala es actriz y en este PH antiguo ensaya sus obras de teatro (acaba de estrenar Mi querida hermana menor, en Microteatro Buenos Aires), encuentra la paz que necesita y guarda sus más grandes tesoros: los cuadros de su mamá, Alicia Goñi, que “era una artista absoluta, en todos los sentidos”. De ella heredó, además, esa capacidad de “armar hogares”.
Porque un hogar se construye con objetos amados, manos sensibles y rincones que dan placer y tranquilidad. Y así se siente ella en este lugar, que llenó de arte, color y muebles heredados. “Mi casa es un rejunte de cosas que me hacen feliz”. Cala nos recibe con un té en hebras en la mano y un puñado de historias para contar. “Con mamá, íbamos al
Mercado de Pulgas cuando había pulgas literalmente, y ella compraba muebles para restaurar. Yo heredé esa pasión”. De esta casa, lo que la enamoró a primera vista fue esa sensación de refugio, “de casita de campo en medio de la ciudad”. Y cómo no iba a ser así, si ella se crió en una chacra en General Rodríguez llena de árboles y gallinas.
Su casa actual tiene mucha luz, aire que sopla los ambientes, verde que se filtra por las ventanas con vitraux y ese silencio que ama (¡o el canto de los pájaros!). Cala dice que esta casa tiene una energía muy particular, que la “absorbe” puertas adentro y la invita a disfrutarla sin tiempo. Su ritual: música, velas encendidas y algo rico para comer, cuando viene alguien. “Igual, no hago grandes reuniones, porque es una casa delicada, que cuido mucho”.
Y es que en cada rincón hay recuerdos y objetos por preservar: sus cuadros son sus preferidos.
Sobre una mesita antigua de herencia familiar, armó un altar como rincón de protección, gratitud y petición. Su mamá, que le dejó un gran legado espiritual, le regaló un Buda y ella sumó otros símbolos de buena vibra, como
la diosa hindú Ganesha, los cuarzos que absorben malas energías (cada tanto, los pone en agua para limpiarlos) y las velas que dan su calidez: “Si no las prendo, siento que no llegué a casa. La luz, el calor y el fuego generan algo especial en mí”.
Como en el resto de los ambientes, el living tiene un “popurrí de arte” con obras de su madre y de amigos artistas, como el impactante cuadro sobre el sillón del pintor Richard Sturgeon, que hoy, además, es su maestro. “¡Es groso! Era íntimo de mamá y ahora empecé a tomar clases de pintura con él”.
Un escalón separa el living de la cocina, donde agregó una estructura de madera para sumar espacio de guardado y exhibir sus botellas, especias para cocinar, latas vintage y un cuadro con la firma de su mamá. En ese sector, Cala armó un comedor diario con
mesa de madera patinada con rueditas –“súper práctica”–, sillas Bertoia y Eames (Desli), lámparas vintage y un vajillero que su mamá compró en Marruecos. Al costado, una escalera de hierro conduce hacia la terraza: un espacio que aprovecha los días de sol. “Casi no compré muebles: reciclé todo, recauchuté los que tenía en la casa de mi infancia y me traje mis bártulos, los de mamá y mi abuela”.
Cala armó un dormitorio de base neutra y cedió los colores a los objetos y el arte. Una cama de madera con espacio de guardado, un respaldo que le compró a una amiga que se mudaba, un juego de mesas de luz que heredó de su bisabuela y veladores vintage: uno de herencia familiar y el otro de una feria de antigüedades.
Los cuadros: pintados por su mamá y Alejandra Piovano (el del árbol). “Me gustaría seguir coleccionando obras de artistas que me interesan”. A Cala también le encanta leer: lo hace antes de dormir o en el sillón del living, donde hay buena luz. Eso sí, prepara la escena: música, velas encendidas y el silencio de este PH en un primer piso.