Me mudé a este departamento cuando me separé. Venía de vivir en una casa en Villa Urquiza, de esas donde baldeás la vereda los domingos y ves pasar a los vecinos y perros del barrio. Pero de pronto, justo hace dos años, me encontré en un departamento de dos ambientes en un 25° piso. Esa fuerza misteriosa que te empuja a crecer me había hecho decidir en una semana sobre mi nueva casa. Era un depto. a estrenar, y tuve que comprar todos los muebles, ¡hasta la heladera!, incluso algunos utensilios de cocina, porque, en la velocidad de irme de mi antigua vida, me fui casi con lo puesto, como en un naufragio. Los primeros meses me sentía como en un hotel, todo nuevo, paredes blancas, ningún detalle personal. Estaba como extranjera de paso, no tenía idea de cómo había llegado hasta ahí. Completamente desorientada, un día me largué a llorar con mi papá. Entonces, me dijo: “Pensá en este espacio como si fuera una casita de árbol, ahí en lo alto, donde elegís estar un poco sola y restaurarte, hoy estás acá, mañana no sabés”. Esa sensación de liviandad me puso en contexto y decidí aceptar mi nuevo hogar. Entonces, a partir de ese momento, jugué a la casita del árbol y empecé a encontrarle mis colores, mi temperatura, mi música a cada espacio. Fui muy lento, como amasando la energía hasta hacerla mía. Incluso, cuando decidimos hacer fotos de mi casa, ¡se me activó la lista de pendientes! Siempre quise poner algo arriba del sillón y, tomada por el espíritu de esta edición, me dije: “¿Y si me hago un cartel de neón?”. Fue así que “aventura” se convirtió en mi nuevo mantra y, sin que me diera cuenta cuenta, terminó de definir mi nuevo mundo.
Izquierda: en un Fábrica OHLALá! conocí a Vicky, creadora de Fera.com, que hace estas láminas ($45). Justo debajo de la mirilla de la puerta, me advierte que siga confiando. Derecha: mueblecito para dejar los zapatos al entrar de Arredo (orgullosa, lo armé yo sola). Arriba, cuadro de mi hermana, que es artista, @clarisimond.
Me costó achicarme en la cocina, porque tenía juegos de platos y vasos, fuentes, cubiertos, asaderas, cacerolas para hacer un banquete, más o menos. Mi casa de antes siempre fue punto de encuentro para reuniones familiares y, además, talleres para mujeres, así que tener que elegir qué me llevaba implicó resignar un modo de vida. Mi depto. recibe menos gente, quizá más de seis personas ya somos multitud, pero cada encuentro es sentido e íntimo, y me sirvió correrme del rol de anfitriona para dejarme cuidar en otros lugares.
El límite entre el living-comedor y la cocina lo marca el Ficus pandurata, que todo el mundo dice que es dificilísimo de cuidar, pero que acá encontró su lugar.
En el comedor, que funciona a veces de escritorio, elegí poner sillas todas distintas alrededor de la mesa que compré en MercadoLibre. Venía con una fórmica blanca que nunca me gustó, pero es práctica de limpiar.
Recién para esta producción, a cargo de Yam Bortnik (con quien nos conocemos y queremos también desde hace 10 años), terminé de “mirar” la casa y decidir cómo quería que fuera mi lugar hoy. “Ese secreter de tu abuela, ¿lo querés mantener?”, me dijo perspicaz en su rol de deco coach. Era un mueble pesado, de madera maciza oscura, poco funcional para los pocos metros y lugar de guardado que tengo. Esas decisiones son las que te obligan a definirte; sin darnos cuenta,
acumulamos cosas muy pesadas literal y simbólicamente. Así que ese mismo día, en un improvisado ritual, lo regalé y compré una cómoda más práctica y moderna. Después, me propuso sumarle color al cuarto, que era todo blanco, con un mural de vinilo de Enamoradas del Muro ($720 el m2). Me dio pánico al principio, quería que el espacio de descanso fuera despojado, pero necesitaba un cambio, y de pronto se armó una aventura silvestre en el 25° piso. Y al final, tuvo sentido; para la sabiduría vedanta, las flores simbolizan el florecer espiritual, y este wallpaper me recuerda mi propio crecimiento y apertura.
Desde este balcón veo las mejores puestas de sol que vi en mi vida. Cuando pienso que ya me vi todos los cielos, ahí está el atardecer que me renueva el asombro. Por eso hice del balcón (que mide 3 x 1,70 m) un ambiente más, es mi spot en la casita del árbol; ahí medito, tomo mate, armo planes a la luz de las velas, miro las estrellas. Me armé una pequeña jungla urbana con plantas que se animan al viento (para eso, ideal las suculentas), porque cuando sopla, parece que voy a salir volando.
La vista desde acá arriba se convirtió en mi propia metáfora;
cuando tomás perspectiva, cualquier drama se desvanece. A veces hace falta tiempo para mirar de lejos, para entender los caminos que te llevaron a donde estás hoy. En mi caso, es poder disfrutar del infinito en este cielo sin límites, donde siento que incluso lo más improbable puede ser posible.
Agradecemos a Flores Porque Sí por los arreglos de flores (hacen envíos a domicilio), a los bazares Reina Batata y Oliverta y a desli.com.