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Envidiosa: por qué el vínculo terapéutico redefine toda la serie

En Envidiosa, Griselda Siciliani y Lorena Vega profundizan un vínculo terapéutico que marca el rumbo de la nueva temporada. Por qué lazo paciente–analista que se vuelve central.


Envidiosa en Netflix: ¿habrá temporada 4 y spin-off de la psicóloga?

Envidiosa en Netflix: ¿cómo es el vínculo terapeuta paciente? - Créditos: Netflix.



El vínculo entre Vicky (Griselda Siciliani), la protagonista de la serie Envidiosa, y su terapeuta Fernanda (Lorena Vega), que estuvo presente desde los primeros episodios, adquiere en esta tercera temporada, estrenada hace pocos días, una textura particular.

Si bien en las temporadas anteriores el vínculo terapéutico siempre tuvo un lugar de importancia, ahora el guion de Carolina Aguirre, su creadora, decide trabajar ese lazo con más precisión y profundidad, confiando en que allí reside una parte central del recorrido emocional de la protagonista. En una publicación reciente, Aguirre comentó que había comprendido que, más que una comedia romántica, Envidiosa siempre se había tratado del vínculo amoroso entre un paciente y su analista. Esa lectura se percibe en cada escena donde el consultorio se convierte en el escenario principal.

 

En la serie se destaca no solo lo que se dice en cada sesión, sino la manera en que Vicky interpreta a su terapeuta. Una foto, un gesto, una intervención. Cada detalle la lleva a imaginar aspectos de la vida de Fernanda que desconoce y a construir distintas versiones de ella. La ficción muestra con sutileza algo que en el análisis sucede todos los días: la relación terapéutica también se arma con lo que cada paciente proyecta alrededor de quien escucha. Y esos desplazamientos no son errores, sino parte de la lógica misma de la transferencia, es decir, del vínculo terapéutico.

En un momento, Vicky toma la decisión de pasar momentáneamente a otro terapeuta luego de descubrir que Fernanda es madre y abuela, en un momento en que está deseando (o fantaseando) con la idea de ser madre. Pero no aparece como una ruptura, sino como un intento de aliviar una proximidad (de Fernanda, una mujer) que la inquieta.

Cuando una paciente percibe a su analista en coordenadas inesperadas —más joven, más maternal, más cercana a ciertos ideales o más parecida a lo que teme—, la cercanía puede inquietar. Y esa inquietud no tiene un único efecto: en algunos tratamientos abre caminos nuevos; en otros funciona como obstáculo. Eso es justamente lo particular del trabajo clínico, donde cada movimiento adquiere sentido dentro de una historia singular. En el caso de Vicky, esa incomodidad se vuelve una vía hacia lo que realmente está en juego. Las apuestas de Fernanda, acertadas, abren paso a las resistencias de Vicky.

 

La serie, además, muestra un mecanismo muy habitual en la clínica (y en la neurosis en general): la necesidad de clasificar. En varias escenas, Vicky duda si Fernanda es “de las suyas”, esas mujeres que se alisan el pelo, que sienten que la vida les cuesta, que no encajan del todo; o si pertenece al otro grupo, esas mujeres que imagina más libres, más sueltas, más seguras, más “naturales” y con menos conflictos. Esa clasificación activa rivalidades tempranas, inseguridades y deseos que todavía no encuentran palabras. Y que se actúan con Fernanda. Lo vemos en la escena en la que, en plena crisis, Vicky le dice que es “la peor analista” y descarga sobre ella un enojo que no le pertenece. Sabemos que ese amor y ese odio nunca están dirigidos a la persona del analista, sino al lugar que dejamos que ese analista encarne y que ese analista se deja encarnar.

En el consultorio, estos movimientos que se revelan en Envidiosa son frecuentes. Recuerdo a un paciente que, cuando le propuse pasar al diván, respondió confundido: “¿Otra vez me van a derivar? ¿Quién es Iván?”. Venía de una experiencia en la que una derivación había sido vivida como rechazo. La nueva propuesta tocó ese mismo punto, que no era técnico sino afectivo. La serie capta exactamente esta lógica: cómo un comentario casual puede activar lecturas que provienen, no de quien analiza, sino de la historia emocional de quien consulta.

 

En la escena en la que Vicky le pregunta a Fernanda “¿vos me querés a mí?”, quiere saber qué lugar ocupa para ese otro. Y la respuesta de Fernanda, con una pausa justa antes del “mucho”, funciona como sostén: no es un amor romántico, sino un afecto que aloja, que habilita y que no busca apropiarse de nada.

Envidiosa logra algo poco habitual en la ficción: mostrar que el trabajo de análisis no solo revisa lo vivido, también produce escenas nuevas donde se ponen en juego duelos, identificaciones, miedos y deseos que van apareciendo en el proceso de hablar y ser escuchada. Son escenas que no cierran: abren. Y en esa apertura se ve la complejidad del lazo terapéutico, ese vínculo donde, muchas veces, la pregunta por el otro es una forma de preguntarse quién es una misma.

Podemos ver con Lacan que la pregunta que funda el deseo no es “¿qué quiero?”, sino “¿qué quiere el Otro de mí?, ¿qué soy para su deseo?”. Vicky no formula esa frase, pero la encarna. Con la pregunta acerca de si su terapeuta la quiere no busca una respuesta literal: busca un lugar, un punto de orientación frente a ese Otro. Y es entonces cuando se vuelve visible algo central del trabajo analítico: la vida comienza a reordenarse cuando esa pregunta —la del lugar que se ocupa para el otro— puede finalmente decirse. Tal vez sea por estas características que la tercera temporada conmueva tanto, ya que pone en escena aquello que, fuera de la ficción, casi siempre ocurre en silencio.

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