Pequeños desastres: dónde ver en Argentina la exitosa serie protagonizada por Diane Kruger

El primer episodio se tituló “Perfect Mother”, y lejos de ser un guiño superficial, condensó el corazón de la serie. Para Diane Kruger, que interpretó a Jess, esa idea atravesó al personaje de principio a fin. Jess era madre de tres hijos, ama de casa, vivía en una casa cómoda y tenía un marido presente. Desde afuera, parecía tenerlo todo. Justamente por eso, le resultaba casi imposible admitir que algo no estaba bien.

Según explicó la actriz, en ese contexto no había lugar para mostrarse desbordada ni para pedir ayuda. La perfección funcionaba como una exigencia silenciosa. Ese conflicto fue lo que volvió al personaje profundamente reconocible: más allá del nivel económico o del entorno, el deseo de ser “la mejor madre posible” apareció como una presión universal. Pequeños desastres evitó idealizar la maternidad, pero tampoco cayó en el retrato extremo del colapso: eligió moverse en esa zona gris donde el amor convive con el agotamiento, la culpa y el miedo constante a fallar.

Jess no fue construida desde el estallido. No hubo grandes escenas de desborde ni declaraciones explícitas. Cuando el personaje apareció por primera vez en pantalla, algo en ella estaba corrido, pero no era fácil identificar qué. Para Kruger, ese fue uno de los mayores desafíos del rol: interpretar a una mujer cuya vida interior no se revelaba de inmediato, ni siquiera al espectador.

Durante el primer episodio, Jess se mostró contenida, ansiosa, apenas fuera de lugar. A medida que la serie avanzó y se hizo visible lo que pasaba por su cabeza, la interpretación se volvió más extrema, más física y emocional. Ese recorrido implicó, para la actriz, pasar en un mismo día de rodaje de escenas muy controladas a otras atravesadas por la violencia, la pérdida o el miedo. Una verdadera montaña rusa emocional que convirtió la experiencia de filmación en algo tan intenso como agotador.

Uno de los aspectos más logrados de Pequeños desastres fue su retrato de la amistad femenina. Lejos de mostrar vínculos idílicos o conflictos explosivos, la serie eligió una zona intermedia, mucho más cercana a la experiencia real. La relación entre estas cuatro mujeres funcionó como una red de apoyo clave en los primeros años de maternidad, pero también como un espacio donde el juicio y la comparación aparecieron con fuerza.

Kruger destacó que el clima del rodaje —con una directora mujer y un elenco femenino muy unido— ayudó a construir una dinámica auténtica. La serie mostró cómo esa comunidad de madres podía ser amorosa y vital, pero también exigente y, en ciertos momentos, profundamente juzgadora. Una mirada honesta sobre un universo que pocas veces se representa sin edulcorantes.

La ficción también abrió una conversación necesaria sobre los mandatos que pesan sobre las madres. La expectativa de poder con todo, de verse bien, de no mostrar fisuras. Para la actriz, ese ideal no solo llegó desde afuera: muchas veces fueron las propias mujeres quienes se convirtieron en sus jueces más duros.

El silencio, el no decir que algo cuesta, el miedo a admitir que no se llega a todo, terminaron aislando. Ese fue uno de los aprendizajes personales que Kruger se llevó del personaje: ser más amable consigo misma, animarse a pedir ayuda y, sobre todo, mirar a otras mujeres con mayor compasión. Porque detrás de puertas cerradas, nadie sabe realmente qué está atravesando el otro.