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Padre e hija construyen motorhomes: “Quería que mi papá trabajara de esto porque lo hace feliz”

Ailín Lescano trabaja con su papá, Gigi, construyendo motorhomes, un negocio que desarrollaron en pandemia y hoy es la excusa perfecta para seguir aprendiendo el uno del otro. 


Padre e hija construyen motorhomes: “Quería que mi papá trabajara de esto porque lo hace feliz”.

Padre e hija construyen motorhomes: “Quería que mi papá trabajara de esto porque lo hace feliz”. - Créditos: Gaspar Kunis



Aylu tiene “Gigi Motorhomes” tatuado en su antebrazo. Es la letra de su papá, se la robó de un plano que él había hecho a mano de un tablero técnico, y después de decirle que se iba a un turno médico, se grabó su firma en la piel.

Ahí se dio cuenta de que no había vuelta atrás: que su sueño de vivir nuevamente en Japón, aplicar lo que había aprendido en la Universidad Di Tella cuando estudiaba Ciencias de la Comunicación, la idea de trabajar en una empresa, quedaban cada vez más atrás.

 

Y así este presente inesperado se parecía, sin dudas, a su destino. Ahora, construye a la par de su papá casas rodantes, pero además hizo de esa tarea desafiante y enriquecedora una vidriera para aquellos curiosos de la aventura sobre ruedas: graba, edita, hace la voz en off de los reels que sube a redes mientras pone manos a la obra, se ocupa de lo administrativo, de los proveedores y compra materiales.

¿Cómo logra hacer todo? “No teniendo vida social, básicamente, hay que sacrificar algunas cosas”. Pero ella es la puta ama de las motorhomes, y en vez de dragones, está rodeada de una manada de gatos supervisores mientras empuña una moladora.    

“¿Uso el título de pisapapeles?"

Cuando arrancamos con el emprendimiento, viene mi papá y me dice: “Hagamos un flyer, poneme ‘Luis Alberto Lescano; servicio personalizado; armado de motorhome’, y poné mi número de teléfono”. Le digo: “No, pa, somos Gigi Motorhomes”, y lo armé ahí. Porque mi papá es nieto de italianos y le decían Gigi en la casa. Una de las cosas que nos caracterizan es que venimos de la náutica. Yo viví cinco años en un barco, por eso también tenemos ese truquito de optimización de espacio. Pero nunca me imaginé trabajando de esto, yo cuando era chica quería ser todo: bailarina, cantante, presidenta, todo.

Hoy en día, creo que soy un poco así. Me gusta hacer todo y de todo. Me cuesta elegir una cosa, soy muy multifacética. Estoy en todos lados. Cuando empecé la facultad, estudiaba Ciencias Sociales, mi idea era trabajar para la embajada japonesa o para alguna asociación cultural japonesa-argentina, porque siempre me gustó la cultura, desde chiquita.

Padre e hija construyen motorhomes.

Padre e hija construyen motorhomes. - Créditos: Gaspar Kunis

 

Y cuando empezaron los intercambios en la facultad dije: “Me tengo que ir a Japón”. Así que empecé a estudiar japonés mientras hacíamos los trámites para viajar y terminé viviendo medio año en Kioto. Para la facultad tenía que hacer cinco materias y para la visa, siete. Entonces, hice cinco para la facultad y dos de japonés. La verdad es que no me quería volver. Me quedaba un solo año para terminar la facultad. Mi idea era terminar la tesis y volver a Japón a hacer un posgrado otros dos o tres años. Pero me agarró la pandemia, y Japón estuvo dos años más cerrado, y ahí empecé con lo de las motorhomes.

Tuve que reformular la tesis y me recibí. Encima, no hacían la ceremonia y cuando fui a buscar el título ya tenía el taller medianamente establecido, tenía mis seguidores y me acuerdo de que yendo a la ceremonia grabé una historia riéndome: “¿Dónde ponemos el diploma? ¿En el taller? ¿Lo uso de pisapapeles?”. Obviamente, todos me dicen que la facultad es muy importante, hay que hacerla. La realidad es que no le doy ninguna utilidad práctica, sí me ayuda al multitasking o mi forma de expresarme, cómo hablo en los videos, en las entrevistas.  

Padre e hija construyen motorhomes.

Padre e hija construyen motorhomes. - Créditos: Gaspar Kunis

“Me la tengo que jugar” 

Cuando empiezo a trabajar en el taller, estoy trabajando unos seis meses y se empieza a liberar la pandemia. Empezamos a contratar gente y yo en mi cabeza tengo esta idea de “se termina el aislamiento, encuentro trabajo de mi carrera y me voy”.

La cuestión es que consigo un laburo de oficina en un e-commerce y la primera semana me presentan a una chica y me dicen que es la community manager, la persona que se ocupa de las redes sociales. Yo no tenía ni idea de qué era, pero me pareció bueno, así que ese mismo día me anoté a estudiar la carrera de community manager. Como el trato del jefe no era el mejor, la gente empezó a renunciar, pero yo necesitaba el trabajo, así que iba tomando los puestos vacantes, pero mi sueldo nunca aumentó. No tenía ni horario de almuerzo, laburaba diez horas al día, también tenía que hacer atención al público.

Padre e hija construyen motorhomes.

Padre e hija construyen motorhomes. - Créditos: Gaspar Kunis

Llegó un punto en que no daba más abasto y renuncié. Tuvieron que contratar tres personas para reemplazarme. Renuncié un lunes a las 9 de la mañana, y a las 9.50 estaba en el taller. Estuve diez meses trabajando en esa oficina haciendo cursos y capacitaciones –todas de redes sociales, de publicidad en redes, páginas web–, y cuando terminé dije: “No tengo nada más para aprender”, renuncié y lo empecé a aplicar todo en el taller.

En ese momento, yo no lo hacía para mí, no lo sentía propio. Quería que mi papá trabajara de esto porque lo hacía feliz. Cuando renuncié, dije: “Bueno me voy manteniendo con esto de community manager de manera freelance, agarro más clientes”, pero empezó a desbordar el trabajo en el taller. El galpón que alquilábamos no daba abasto con dos o tres motorhomes en proceso, entonces fue cuando decidimos vender nuestra casa para comprar el taller propio, en el que estamos ahora.

Es como un polo industrial, está recién arrancando y somos los primeros. Fue entonces cuando dije: “Bueno, tengo que acompañar la inversión, me la tengo que jugar”, así que dejé a mis clientes freelance.  

“Se aprende con práctica”

La primera vez que usás una caladora no vas a cortar derecho. Entonces, es cuestión de ponerse, practicar y practicar, acompañada por mi papá, que tenía más de 40 años de experiencia. Pero yo me comparaba con él y me frustraba. Pensaba: “Bueno, yo soy licenciada, no carpintera”. Y él también se frustraba, porque es el tipo de persona que cree que todo el mundo nace sabiendo. Para él es todo fácil. Yo estaba acostumbrada a leer un libro y tener que aprendérmelo, siempre tuve mucha facilidad para eso. Pero la primera vez que usé una caladora casi se me va volando.

Se aprende con práctica. Y yo me aburro muy fácil, pero el taller es el remedio ideal para eso. Porque un día sos carpintera, al otro día plomera, otro electricista, herrera. Encima arrancamos en pandemia, en ese momento éramos mi papá y yo, solos, haciendo un micro de casi 13 metros de largo, que es el que después terminó usando Robert De Niro cuando vino a la Argentina.  

La gente me pregunta: “Pero ¿vos realmente hacés las cosas?”. Sí, no quedaba otra, si no, no se terminaba la mortorhome. Por ahí no sabía de herrería, pero tenía que aprender. Papá me decía “esto es así y así”, yo iba y lo hacía así y así. Por ahí a la primera me quedaba más desprolijo, pero siempre me gustaron las manualidades y desde muy chiquita miraba los programas de construcción. Estábamos en nuestra burbuja. Yo sabía que si algo no me salía, no era por ser mujer, sino porque tenía que aprenderlo. Nunca tuve ese prejuicio. 

“Todavía intimida ver mujeres fuertes"

Sin embargo, estaba acostumbrada a mi facultad, que por ahí eran jornadas de 12 horas, todo el día sentada. Lo único que hacía era levantarme al baño en los recreos, nada más. Entonces, sí sentí como una exigencia física al principio de subir todo el tiempo al micro, usar las herramientas, y me agarró cierta dismorfia corporal. Yo no soy supercoqueta, casi nunca me maquillo, pero estaba acostumbrada a estar en jean, camisa y zapatos. Y de la nada estaba en jogging, manchada, con las zapatillas sucias, la ropa gigante, y ya no me sentía yo. Llegaba a mi casa y tenía que limpiarme con thinner. Era como una crisis de identidad. Por un lado, me hacía sentir muy poderosa de decir “ese mueble lo hice yo”, y por otro, sentía que descuidaba lo estereotípicamente “femenino”, hasta que después empecé a hacerme las uñas o usar moños en el pelo y me amigué con eso.

Lo que más me gusta del proceso del armado de una motorhome es la destrucción. Es la mejor terapia. Mi video con más reproducciones  –tiene 32 millones– es en el que estoy desarmando un colectivo. Y con eso vamos al tema del hate en redes. Cuando hice este video, que estoy yo sola desarmando el bondi, con los caños amarillos de los timbres, los asientos, las puertas plegables..., todo eso lo desarmé yo sola. Y lo muestro en el video y la gente dice que estoy actuando. ¿Cómo hago para cortar un caño con una amoladora y pretender que no lo estoy cortando? Es más trabajo pretender que lo estoy haciendo que realmente hacerlo.

“Con esas uñas esculpidas no hacés un carajo”, me dijeron. O “seguro está tu novio esperando a que termines de grabar”, así podía trabajar él. “¡¿Qué novio?!”, dije yo, “¡no me enteré!”. Y les respondí con un video que me muestra trabajando. Las cosas se hacen con las manos, no con las uñas. Pero yo creo que todavía intimida ver mujeres fuertes. Pero a la mayoría de la gente lo que más la conmueve es el vínculo de padre e hija. Muchos me preguntan: “¿Te llevás bien?”. ¡Sí!, trabajamos juntos, vivimos juntos, corremos juntos en una categoría de lanchas; nos llevamos bien, si no, imaginate. Y algunos seguidores me dicen: “Yo laburé un montón de años con mi viejo, disfrutalo”. Me da una nostalgia..., porque quiero que mi papá sea eterno y no va a ser así. 

Padre e hija construyen motorhomes.

Padre e hija construyen motorhomes. - Créditos: Gaspar Kunis

Equipo sobre ruedas

Gigi y Aylu arrancaron haciendo una sola motorhome a la vez, y hoy ya realizan 5 en simultáneo. Después de casi dos años de trabajo, decidieron vender su casa para invertir en el primer galpón propio en un parque industrial en Benavídez, así pasaron de trabajar en 300 m2 a 990 m2. Llegaron a tener lista de espera a más de dos años, y aún así hubo clientes que esperaron y hoy ya están en marcha sus Gigi Motorhomes. Al segundo año, la demanda de trabajo fue tal que tuvieron que cerrar la agenda indefinidamente.

Hoy llegaron a trabajar en cuatro tipos de vehículos diferentes, incluyendo furgones, minibuses, colectivos y micros de larga distancia. Y están desarrollando la primera motorhome que pondrán en alquiler, así como también trabajan en una línea de hoteles sobre ruedas con una empresa de micros de larga distancia, que vendrán con chofer y tendrán circuitos turísticos de lujo. Lo que distingue su propuesta es el trabajo personalizado, no estandarizan, sino que cotizan mano de obra solamente y arman cada una junto con el cliente como si construyeran una casa, donde reinan la eficiencia y la calidad. 

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