Cuidar sin descuidarse. Cómo transitar la enfermedad de los que queremos sin desarmarnos en el camino
Cuando la vida nos enfrenta al desafío de cuidar a alguien que amamos - un padre, una madre, una pareja, un hijo - no solo se activa el instinto del amor y la responsabilidad. También aparecen emociones intensas, cansancio, miedos y preguntas sobre cómo sostenernos a nosotras mismas en medio de esa entrega.
TENA

Maia Glantz, Vicky Gils, Agus Vissani y Pata Liberati conversaron en este episodio sobre la importancia de cuidarnos a nosotras mismas mientras cuidamos a otros. Compartieron experiencias y consejos para quiénes están atravesando una situación similar.
Cuidar de otro es un acto de amor profundo, pero también es una experiencia transformadora que puede poner a prueba nuestra salud física, emocional y mental. Así lo relata Vicky Gils, creadora de contenido y mamá de tres, quien atravesó la leucemia aguda de su marido mientras estaba embarazada de su tercera hija: “El momento del diagnóstico fue lo más difícil. Todo era incertidumbre, todo era nuevo. Sentía que se me venía el mundo abajo”.
Su testimonio refleja una verdad que muchas veces se esconde: acompañar a alguien en la enfermedad no significa solamente estar presente en la clínica o dar medicación. Implica gestionar miedos, reorganizar la vida cotidiana, pedir ayuda, enfrentar la vulnerabilidad de quien antes nos cuidaba o acompañaba, y sobre todo sostenernos a nosotras mismas en medio del proceso. ¿Qué pasa cuando nos toca cuidar a una persona que queremos, ya sea que esté atravesando una enfermedad o la madurez? ¿Cómo transitar este mundo de emociones nuevas, de sensaciones, cansancio, amor profundo y responsabilidad?
En este episodio de Las cosas por su nombre, exploramos las dimensiones psicológicas y físicas del cuidado, lo que atraviesa una persona enferma, y cómo el mindfulness y la psicología pueden convertirse en aliados para recorrer este camino sin olvidarnos de nuestro propio bienestar.
Montaña rusa emocional
El primer impacto suele ser devastador. La psicóloga Pata Liberati lo explica como un proceso de duelo: “Hay que aceptar que la vida que conocíamos se terminó y comienza otra distinta. Ese shock inicial es lo más difícil de comprender”. El miedo, la incertidumbre y la tristeza conviven con el amor y la necesidad de estar fuertes. Muchas veces, el entorno minimiza el peso emocional del cuidador: “se lo ve bien”, “está entera”. Pero la realidad es que por dentro, esa persona atraviesa una montaña rusa de emociones.
Aceptar esa vulnerabilidad y pedir ayuda resulta clave. “Nos han convencido de que somos las únicas que sabemos cuidar, pero no es cierto. El cuidado no es una capacidad femenina, es una capacidad humana”, subraya Liberati, invitando a repartir la carga y a desarmar el mandato de que cuidar es responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Entre el agotamiento y la culpa
El cuerpo también habla, y quienes cuidan suelen sufrir agotamiento extremo, falta de sueño, dolores musculares y problemas digestivos. A esto se suma la culpa: la sensación de que si se apartan unos minutos, algo malo puede suceder. Vicky recuerda: “Fernando estuvo 145 días internado. Yo me ocupaba de estar 24/7 con él, pero también tenía dos hijos y un embarazo. Los sábados intentaba ir con los chicos a sus actividades, entonces él caía emocionalmente. Y a mí me agarraba la culpa”.
Los especialistas coinciden en que es necesario armar pequeñas rutinas de autocuidado: comer bien, dormir aunque sean siestas cortas, hacer caminatas, escuchar música, escribir, pedir ayuda práctica a la familia o amigas. Como señala Liberati: “Cuidarse a una misma no es egoísmo: es condición indispensable para poder seguir cuidando”.
Habitar en la enfermedad
En el centro de todo está la persona que enfrenta no solo la dolencia física, sino también la sensación de fragilidad que la enfermedad trae consigo: la pérdida de autonomía, la dificultad para realizar tareas cotidianas, la falta de fuerza y, muchas veces, la sensación de derrota. A este duelo personal se suma la carga emocional de percibir al cuidador triste, agotado o enojado, lo que puede intensificar la frustración y el aislamiento.
Esa interacción constante entre paciente y cuidador puede convertirse en un espejo donde se reflejan miedos, ansiedades y resistencias, haciendo que la experiencia de la enfermedad se sienta aún más pesada. “Aceptar el camino del otro es la gran maestría humana”, explica Pata Liberati. Esto implica reconocer que cada paciente decide cómo transitar su enfermedad, y que respetar esas decisiones - aunque no coincidan con las nuestras - es también una forma profunda de amor y acompañamiento.
Y es justamente desde esa aceptación que surgen los gestos que marcan la diferencia. Transformar el hospital en un “hogar provisorio”, como hicieron Vicky y su marido con fotos, música y objetos personales, devuelve algo de normalidad y calidez a un entorno que a menudo se siente frío y extraño. Son esos pequeños detalles los que permiten a la persona enferma sentirse acompañada no solo en lo físico, sino también en lo emocional, creando un espacio donde la vulnerabilidad se encuentra con el cuidado y el afecto.
Gestionar las emociones, pedir ayuda, permitirnos llorar
Aceptar las emociones, sin juzgarlas, es la primera herramienta. La tristeza, la frustración o el enojo no son signos de debilidad, sino expresiones del dolor que se está atravesando. La psicología ofrece recursos como la terapia de duelo, los grupos de apoyo y la psicoeducación para el manejo de la culpa y la ansiedad. El mindfulness o la meditación, por su parte, ayudan a reconectar con el presente: respirar, meditar algunos minutos, o simplemente estar en conciencia plena al comer o caminar, son pequeñas prácticas que aportan calma y energía.
“El secreto de la transformación es la aceptación. No podemos evitar el dolor, pero sí podemos elegir transitarlo con menos resistencia”, concluye Liberati. Cuidar a alguien que amamos es una experiencia que nos confronta con nuestras propias fortalezas y límites. Es una prueba de resiliencia, pero también de amor: amor hacia quien cuidamos y hacia nosotras mismas.
La clave está en recordar que no podemos sostener sin sostenernos. Pedir ayuda, armar redes de contención, aceptar nuestras emociones y practicar el autocuidado, son pasos fundamentales para no desarmarnos en el camino. Porque cuidar no debería significar olvidarnos de quiénes somos, sino todo lo contrario: reafirmar que, incluso en los momentos más difíciles, seguimos siendo nosotras.