A vila.- La ciudad está guardada, celosamente protegida desde el siglo XII, por sus inmensas murallas tan bien conservadas.
En efecto, tal como la Torre Eiffel es el distintivo de París, la individualidad de Avila pasa por sus murallas y por las yemas de Santa Teresa, por supuesto, pero aún es temprano para comer.
Las murallas se extienden por más de 2500 metros y cuentan con noventa torreones y nueve puertas de acceso; sin duda constituyen una muestra pura de las fortificaciones medievales.
Las procesiones de Semana Santa, con los penitentes ataviados con colores estridentes y las Viudas de Cristo, de luto y con peinetones, inauguran una posibilidad única de viajar en el tiempo y pensar las murallas en un pasaje de antaño.
El destino último de las procesiones es la catedral, una joya que la ciudad conserva y se enorgullece de tener.
Vestidos de nazarenos, los cofrades se reúnen ante Cristo crucificado para rendirle homenaje durante Semana Santa, en solemnes ceremonias que movilizan a millares de españoles y turistas extranjeros
El carácter fastuoso del edificio se completa con el título de ser el primer monumento religioso que mostró el gótico en la comunidad de Castilla y León.
La construcción de la catedral comenzó en el siglo XII y rápidamente se transformó en el centro del ejido urbano que comenzó a crecer en torno de ella.
La cabecera del templo, donde está situado el altar mayor, fue construida como un gran cubo fortificado siguiendo el trazado de la muralla. Pero la sobriedad del granito y la oscuridad de la capilla mayor se aplacan con la luz colorida que se cuela por los vitraux.
Por su historia, que ya carga con varios siglos bajo el techo, y su belleza fue que la Junta de Castilla y León, con el slogan Una Catedral para el siglo XXI decidió invertir un millón de dólares en la restauración parcial que se está realizando actualmente.
En estos días de feria, hay gente en todos los rincones y dejar el auto en un garaje es una buena opción para recorrer sin apuro las callecitas angostas del casco antiguo de la ciudad.
Probar las yemas de Avila es una condición de todo peregrino y un manjar muy azucarado que no se debe evitar. A setenta kilómetros de Madrid, la meseta castellana le hace una reverencia a Segovia, en la confluencia de los ríos Eresma y Clamores.
Presencia romana
También Segovia tiene una peculiaridad, una exclusividad que recorre el mundo impresa en la folletería turística española. Se trata del Acueducto Romano que hace equilibrio en el medio de la ciudad desde su construcción, en el siglo I. La presencia romana en la ciudad fue importante y el acueducto es una prueba, un testimonio de la herencia de Roma. La función principal del conducto era el abastecimiento de agua a un enclave militar romano. Dos hileras de arcos superpuestos, que alcanzan una altura de 28 metros y constituyen hoy el portal de entrada al casco antiguo, fueron hasta mediados de este siglo el soporte del canal que transportaba el agua desde el río hasta el Alcázar.
El acueducto tiene una longitud total de quince kilómetros; sin embargo, sólo uno es visible, el resto es subterráneo. Restaurado en varias oportunidades, a lo largo de los siglos, el gran canal mantiene la doble arquería intacta.
La construcción es de granito y posiblemente lo que más llama la atención es que no exista argamasa entre los veinte mil bloques que lo conforman. Esto quiere decir que no hay material de unión y por eso se dice, sin faltar a la verdad, que los arcos conservan el equilibrio desde hace dos mil años.
La respuesta se encuentra en un aguzado estudio estático de empuje y peso de las piedras que desafían la ley de gravedad y continúa sorprendiendo a más de un ingeniero.
Hay otros dos monumentos que completan la trilogía representativa de la ciudad: el Alcázar y la catedral. Emplazado en una roca alta desde donde se dominan los alrededores, el fortín encierra en su interior armas y muebles de la época medieval y una vista privilegiada del valle.
La catedral forma parte del recorrido que se realiza, en forma gratuita desde la Oficina de Turismo, por el casco antiguo de la ciudad.
Desde la Plaza del Azoguejo parte el circuito que concluye en el Alcázar, en el otro extremo de la ciudad. Caminando, por supuesto. La Calle Real, principal vía de acceso a la ciudad amurallada, conduce a los visitantes hasta la famosa Casa de los Picos, que debe su nombre justamente a su fachada esculpida con puntas de diamante.
La decoración es ciertamente extraña; tal vez a más de uno le resulte agresiva y, según la leyenda, esa sensación tiene un porqué. Se cuenta que antiguamente habitaba en esa casa un verdugo y los poderosos picos constituían una forma de respeto, una investidura de poder en el nivel arquitectónico.
Luego de recorrer unas cuadras dentro del casco viejo, el turista observador descubre un particular estilo de decoración en los frentes de las casas. Es el esgrafiado segoviano , que consiste en un prolijo relieve de yeso que se repite de acuerdo con un modelo geométrico sobre el revoque. Es una característica típica de la ciudad y todavía hoy se utiliza este método en las decoraciones. Los admiradores de la arquitectura románica deben saber sobre la existencia de numerosas iglesias de los siglos XII y XIII con los característicos arcos de medio punto y los atrios o galerías porticadas hacia el exterior.
La defensa resiste el tiempo
A medida que la guía avanza se advierte que el circuito de murallas que envolvía a Segovia se conserva en su totalidad. En algunos tramos, hay casas fundidas en la muralla. Es decir, que formaban parte de la inmensa pared de defensa como una medida de protección. Así, había ventanas ubicadas en un nivel alto, que servían como atalayas.
Desde el sendero que recorre la muralla se divisan los gastados techos de tejas que, en esta urbe peculiar, tienen un distintivo: las conocidas tejas coloniales no están dispuestas trabándose unas con otras, sino que están montadas con su lado cóncavo mirando al cielo. Un detalle que, si bien todos lo advierten, nadie sabe bien explicar el porqué.
A 67 kilómetros de distancia una de otra, Avila y Segovia proponen una combinación sabrosa de años de historia, paisajes fértiles y el toque salado que le impone el infaltable y nocturno recorrido de tapas, bar por bar.
Carolina Reymúndez
Al pan, pan y al vino, vino
Desde siempre, no hay mayor orgullo para un cofrade que su traje de nazareno. Terciopelo de Lyon y túnicas de lana de merino, "no importa si éste sale una milloná", dicen los andaluces.
Pero, según advirtieron algunas hermandades en las últimas conmemoraciones de la Semana Santa, el cuidado ya no era tan escrupuloso como antaño. Lejos de conformarse, muchas comunidades lanzaron un llamamiento a sus fieles en el que explican, con lujo de detalles (hasta con un gráfico) la vestimenta del nazareno.
Por ejemplo, la Hermandad del Cerro del Aguila recalca que el antifaz del capirote debe ser de terciopelo de Burdeos, sí o sí. Es decir que no se puede reemplazar esta tela con pana ni cualquier otro sustituto.
Por su parte, la Hermandad de Santa Genoveva advierte que las medias tienen que ser blancas, sin rayitas. Nada de medias deportivas, de lo contrario, la solución es salir descalzo. En el uniforme, el calzado obligatorio son zapatos negros de estilo clásico.
La Hermandad de Torreblanca recuerda que en la túnica debe haber 18 botones forrados y 4 en cada botamanga.
Un nazareno debe levantar sus manos con orgullo, sólo si tiene guantes (blancos o negros, según la hermandad), no tiene reloj y luce las uñas cortas y sin pintar.
La modernidad podrá afectar a muchas cosas, pero jamás a la tradición de la Semana Santa en Sevilla, que se cumple casi de la misma manera que en el siglo XVI.
Diccionario del nazareno
Durante el tiempo que dura la Semana Santa, las calles se llenan de palabras que los turistas no logran comprender sin una pertinente explicación. Aquí van las más usadas.
Capirote: gorro puntiagudo que forma parte de la vestimenta de los nazarenos o penitentes y simboliza la corona de espinas. La prenda está compuesta por un armazón cónico de cartón cubierto con una funda de tela del color de la hermandad que tapa la cara del nazareno, que para ver se vale de las aberturas a la altura de los ojos. En Cuenca, a este gorro lo llaman capuz.
Cerero: nazareno encargado del reparto de la cera durante la procesión.
Costaleros: los encargados de llevar los pasos, que llegan a pesar 2000 kilos, sobre sus hombros con una delicadeza extrema.
Guión: bandera que representa a la hermandad que encabeza el desfile en la procesión. En Cuenca se la llama, coloquialmente, pendón.
Hermandad o cofradía: agrupación religiosa que tiene como fin el culto a un momento de la Pasión de Cristo por medio de una imagen sacada en procesión.
Hermano mayor: es el nazareno que tiene el cargo de presidente de su hermandad. Nazareno: miembro uniformado de una hermandad en procesión.
Miserere: una composición musical exclusiva de Semana Santa en Cuenca, atribuida al músico conquense Santiago Pradas.
Paso: estructura de madera noble, tallada artísticamente, en algunos casos recubierta con oro o plata, en la que se colocan las imágenes de las respectivas parroquias para ser sacadas en procesión por las calles de la ciudad, pasar por la catedral y regresar a las parroquias hasta una nueva Semana Santa.
Penitente: creyente que acompaña al paso portando una vela, ya sea por una promesa o alguna otra motivación.
Representante: nazareno que representa a una hermandad ante la Junta de Cofradías y es el responsable del desfile procesional.
Tulipa: palo de madera con un vaso de cristal, en cuyo interior se coloca una vela encendida que acompaña al paso en procesión.