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Claves para procesar la culpa

¿Te sentís culpable por algo? Te damos una guía práctica para amigarte con tus propios prejuicios




Créditos: Lucila Cummins. Producción: Lulu Biaus



No hay duda. Si la mujeres tenemos un sexto sentido, ese es la culpa. Que no pasamos suficiente tiempo con nuestros hijos, que nos bajamos una bolsa de caramelos en el camino de vuelta a casa y rompimos la dieta, que no rendimos en el trabajo por tener la cabeza en mil lugares a la vez, que deberíamos ser más demostrativas con nuestros seres queridos. Culpable, culpable, culpable. Como si un juzgado de dedos índices señalaran cada una de nuestra faltas para hacernos sentir lo peor de lo peor.
Pero si bien es algo que llevamos en nuestro ADN está bueno aprender a entenderla, procesarla y utilizarla a nuestro favor para dejar de juzgarte por todo y amigarte con la culpa. Para eso, probá con estas claves fáciles y fundamentales.

Aceptar la crisis


La culpa es un sentimiento incómodo. "Tierra, tragame", piensan algunas ante la vergüenza de lo que han hecho. Mientras que otras decidimos enojarnos y transferirle la culpa al otro en vez de hacernos cargo de la parte que nos toca: "Y bueno, si nadie va a su cumpleaños, es porque ella no se lo merecerá en el fondo, ¿no?". También están las que se sumergen en el océano del malestar y el fracaso: "Ese ascenso era para mí. ¿Cómo se me pudo escapar la oportunidad? Es culpa mía, seguramente dije algo que a mi jefe no le gustó y chau... Arruiné todo". Nos vamos a preguntar mil veces: "¿Cómo me pasó esto a mí?". Para superar esta sensación de crisis, primero hay que aceptar que la culpa es normal y es uno de los sentimientos sociales más comunes del ser humano. Cualquiera que haya pasado por una situación culposa lo sabe: empezás a cortar vínculos, evitar "miradas", y así te vas alejando y autocondenándote a la soledad. Pero... ¡no te confundas! Lo que hay que tener en cuenta en estos casos es que nos pasa lo mismo a todas, así que simplemente podés imaginarte formando parte de un enorme clan de imperfectos.

Abrazar el sentimiento


Nuestro ego está golpeado y le cuesta reconocer que no es infalible: "Pero... ¿cómo puede ser que le doy la teta a mi bebé y no sube de peso?...". Cuando reconocemos nuestro sentimiento de culpa -que nos vuelve prescindibles, abandonadas y desamparadas-, quizás hasta nos den ganas de llorar. Entonces... ¡llorá! Permitite cierto autoconsuelo; este momento es importante porque te fortalece progresivamente y te hace asumir tu debilidad: "OK, me puede pasar... ¿Quién soy yo para no equivocarme?". Cuando aceptamos, es más fácil ubicar nuestro narcisismo en el lugar que le corresponde : capaz nuestra leche por el momento no es suficiente, pero nuestros hijos podrán alimentarse con el refuerzo de una leche de fórmula. O, también, nuestras amigas pueden continuar perfectamente con sus vidas si no les atendemos el teléfono alguna que otra vez. No pasa nada. Así, de a poco, todo va volviendo a la normalidad y nuestras emociones se aquietan. Al quedarte un poco conectada con esa culpa, lograste parar la bola de nieve. Y ahora... ¿qué hacemos?

Analizar, pensar y examinar


Una vez que ya sabemos de dónde vino la culpa, es clave no actuar impulsivamente y dedicarle un tiempo a cierta introspección exhaustiva. ¿Por qué creo que hice lo que hice? ¿Actué mal? ¿Podría haberlo hecho de otra manera? Mientras respondemos estas preguntas, es clave no rechazar lo que sentimos y explorar sin juzgarnos qué es lo que se transformó en nosotras mismas y en el vínculo con los otros. Porque, en definitiva, siempre que existe la culpa, también subyace solapadamente la ruptura de un contrato -no hiciste lo que el otro esperaba de vos-, y eso suele ser difícil de procesar. "¿Quiero sentirme mal cada vez que no atiendo a Fulana por teléfono?", podría traducirse en un "¿Quiero seguir ocupando el rol de la amiga-que-no- falla-nunca? ¿Cuál es el contrato entre Fulana y yo? Ella recibe mi consejo telefónico las 24 horas... ¿Y yo qué recibo a cambio?". Seguramente, el premio gordo sea sentirte fuerte y buena, pero... ¿te cierra eso? Para decirlo de otra forma: cuando la culpa está sostenida por la confianza, podés poner en marcha una nueva ética que esté más en sintonía con las decisiones que tomaste. No te olvides de que ser infiel a una misma también es ser irresponsable.

Discernir la culpa-motor


¿Se pueden hacer cosas motivadas por la culpa? Claro que sí. Una se siente más buena y más confiable cuando lo hace. Lo que hay que tener en claro es qué resultado positivo para vos va a producir eso. Enfocate en la relación costo/beneficio de tus acciones : si ir al casamiento de tu prima segunda que vive a 800 kilómetros de tu casa te hace sentir más buena o "la diosa del cumplimiento", avanti. Pero hacelo por vos y no pongas en primer plano el "Pooobrecita, si yo no voy..., no va a ir nadie y capaz la fiesta es un embole...". Si lo encarás así y negociás con vos misma hasta obtener un resultado positivo, vas a ir dejando de hacer las cosas movida por la culpa y vas a salir ganando.

Decidir


Llega el momento de actuar en consecuencia. Y en este sentido, las decisiones pueden sermeramente prácticas, por ejemplo, bajarte del auto y pedir las disculpas del caso si chocaste con el vehículo de adelante en el semáforo porque te distrajiste. Pero al mismo tiempo, ese hecho tan irrelevante también conlleva una decisión más interna, que implica revisar actitudes y comprometernos a modificarlas: "Tengo que prestarle más atención al tránsito y no distraerme mientras manejo"; o, si la culpa te carcome la cabeza cada vez que salís a trabajar, buscá alguna acción que te permita compensar de algún modo y sentir que estás haciendo algo (aunque sea un paseo a solas con tu hijo/a o compartir el momento del baño juntos cada vez que llegás de la oficina). El valor de la acción -aunque sea virtual- es lo que nos permite sentir nuevamente el poder y salir de ese esquema en que las culposas son menos buenas y fuertes , para iniciar así el círculo que conduce hacia la reparación.

Renovar los contratos


Quizás esa amiga que te reclama su atención y a la que llamás sólo cuando no das más de culpa ya no sea tu amiga. Nuestro cerebro está calibrado por un armonioso sistema de "intercambio de favores": uno da en la medida en la que también recibe, quitando la vocación de servicio, claro. Pero... ¡cuidado!, que también existen seres "parásitos" que sólo reciben sin entregar nada. Aunque nos resulte un poco especulativo, nuestro cerebro lleva esta contabilidad, pero muchas veces se hace el distraído y sólo registra lo que damos; por eso hay que poner la conciencia en los beneficios de cada uno de nuestros contratos (con la pareja, con las amigas, con los hijos, con familiares, con compañeros de trabajo, etc.), haciendo una especie de matemática emocional. ¿Todavía nos sigue cerrando la cuenta? Genial. Pero si no cierra, es hora de modificar las reglas. Revirtiendo ciertas conductas y eligiendo bien con quiénes y cómo relacionarnos, la culpa seguramente seguirá apareciendo..., pero nosotras tendremos algunas otras herramientas para ser más astutas y procesarla con sabiduría .

Informe: María Eugenia Castagnino

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