
¿Cuándo fue que creciste tanto?
22 de septiembre de 2017 • 07:37


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Sos madre primeriza y sentís que tu hijo te quema. No podés creer que sólo en tu teta logre calmarse. Le diste hace veinte minutos, hace una hora, hace dos, hace cuarenta. Ya no tenés registro. Ni resto. A la nochecita llega tu marido, agotado de trabajar pero dispuesto a ocuparse. Parece un mal chiste pero él bebé sólo quiere estar con vos. Y ahora que tenés dos manos que te releven igual no podés irte, desenchufarte, descansar. Te preguntás cuánto más va a durar todo esto y aunque sabés que todo pasa sólo podés pensar en este momento.
Con tu pareja llevan un mes sin cenar los dos tranquilos. Tu hijo puede estar calmo por horas pero cuando llega el momento de cenar es un llanto. Se turnan para sostenerlo, prueban en el fular, el cochecito y finalmente se resignan y los tres comen a la vez: él en la teta, tu marido te corta la comida y vos que no tenés fuerza ni para masticar.
Al día siguiente quedaste en ir a tomar mates a lo de una amiga pero el viaje en auto es una tortura. Tuviste que poner dos veces balizas para pasarte atrás y calmarlo. A la tercera vez te preguntás por qué decidiste salir y rogás porque el pediatra te deje dar vuelta la sillita así tu bebé mira para delante. Tal vez así se calma, pensás.
Tus amigas se juntan a cenar y vos hacés un esfuerzo sobrehumano por ir. Ellas hablan de conflictos de trabajo, lo cara que está la ropa, la dieta que no está funcionando y a vos todo te parece tan irrelevante. Mirás el celular cada diez minutos y mándás dos veces el mismo mensaje: “¿Todo bien?”.
De repente un día tu hijo está más grande y pensás en el destete. No te acordás cuándo fue la última vez que lloró viajando en auto ni recordás el momento exacto en que dejó de dormir con ustedes y pasó a dormir solo TODA LA NOCHE. Ya no tenés que descifrar si tiene hambre o frío porque él te lo manifiesta. Ya no hay que decodificar, ya no hay que pedir a gritos otro par de manos. No solo no te quema sino que morís por llenarlo de besos, apretujarlo en tu regazo y levantarse juntos cada mañana, pero él tiene un mundo que explorar y todo le resulta tan sorprendente, tan novedoso, que siente que la guerra de cosquillas puede esperar.

Debbie con su hija Juli, cuando tenía una semana de vida.
Hay instantes que parecen eternos, nos ahoga su dependencia y nos parece que nunca va acabar. Pero todo pasa, ya vas a ver, y aunque hoy te parezca mentira pasa tan rápido que algún día vas a extrañar todo esto, ese súper poder que tenés para calmarlo todo con una caricia.
Tu hijo se marchará y vos le suplicarás que se quede un ratito más, que vuelva a decir tu nombre –mamá– cien veces por día. Sus manos que hasta hace poco buscaban tu cuerpo se posarán sobre un libro. Ya no se esconderá detrás de tus piernas cuando llegues a una reunión ni pedirá a gritos “haceme upa mamá”. Habrá un tiempo en que vas a poder volver a hablar horas por teléfono sin interrupciones, podrás pintarte las uñas –¡Todas juntas de una sola vez!– y tendrás tiempo de ocio sin mirar el reloj.
Parece un cliché pero haceme caso: disfruta cada instante que dentro de poco te vas a encontrar preguntándole cómo fue que creció tanto.
¿Qué momento de la maternidad están atravesando? ¿Qué las agota? ¿Con qué sienten que no pueden más?
Debbie
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