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Cuando tu hijo tiene fiebre




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Tu hijo tiene fiebre. 37.8. Esperás un poco. No le baja. 38.5. Buscás un antitérmico y te das cuenta que sólo tenés al 2%. Te acordás de la última vez que tuviste que darle y la guerra que fue. Le pedís a alguien que te la mire y bajás de entrecasa a la farmacia más cercana. Comprás un ibuprofeno al 4%. “Así es menos”, pensás. Le das un beso y la sentís hirviendo. Volvés a tomarle la fiebre con la esperanza de que tus labios estén atérmicos. 39.2. Tiene los ojos vidriosos y se aferra a tus brazos.
Le contás que con el remedio se va a sentir mejor. Que tiene gusto a frutilla. Te dice que no con la cabeza. Le pedís por favor. Te empuja la jeringuita con la poca fuerza que le queda en sus manos. “No quiero tener fiebre mami”, te dice con la voz quebrada y pausada. Le explicás que con el remedio se le va a ir, que se va a sentir mejor, que van a poder jugar a los bloques, hornear galletitas. Te dice que no. Le contás que su primo lo tomó, que Gael, Benja, Luli y otros cinco compañeritos del jardín también y ya se curaron. Repite que no.
Hacés de cuenta que lo tomás vos, que es rico, que lo toma papá y hasta sus dos muñecas preferidas. Nada da resultado. “No quiero tomar el remedio”, repite llorando. Le decís que es rico, que se parece a los caramelos de frutilla que tanto le gustan. ¿Querés un caramelo? ¿Un chupetín?
Pasó media hora. 39.8. Hija por favor tomalo, necesitamos que baje la fiebre.
Probás a la fuerza. Ella lo escupe y vos te sentís la peor mamá del mundo. A ella no le queda fuerza, y a vos, paciencia.
Le ofrecés tu celular, un chocolate, helado, una banana, gomitas, una muñeca, stickers, una película. Se te acabaron las ideas.
Te ponés una gota en el dedo y le pedís que por favor lo pruebe. Milagrosamente abre la boca. Chupa tu dedo y pone cara de asco pero no dice nada. Con la jeringa, y aprovechando que el antitérmico es espeso, volvés a repetir la maniobra y ella vuelve a abrir la boca. Después de 15 veces se termina la dosis. Tu hija tomó el remedio y vos sentís que descubriste la pólvora y rezas para que falte mucho para la próxima toma.
Llevamos 6 días en cama, y digo llevamos porque ella sólo quiere estar aferrada a mi cuerpo. En eso llama mi socia, le cuento que no puedo más, que estoy agotada, que la angina nos liquidó, que ya no tengo resto. “Tal vez se está despidiendo de la exclusividad como hija única. Entregate”. Y yo sonrío y, agotada, me entrego.
Debbie

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