Mi living con piso de madera, ventanal amplio y mi gata enroscada sobre un almohadón; el patio de la casa de Diego, con su pared blanca y ese arco formado por pequeños azulejos en tonos azules y que nos invita a fantasear que estamos en algún rincón de Grecia. “Pequeña Grecia”, lo bautizamos; el árbol camino al tren que se tiñe de rojos increíbles en otoño; esos otros, ya centenarios, que coronan la avenida empedrada y que miro maravillada cada vez y sin cansarme jamás; ese mundo de dos habitantes al que ingreso en cada abrazo con mi amor. Tantos lugares de mi cotidianidad, tantos rincones mágicos que forman parte de mi día a día para hacerlo más hermoso. Como ese espacio entre vagones cuando voy en tren. Casi todos los días de la semana me abro camino entre la gente que viaja apretada y encuentro ese aire, ese hueco libre y pienso: “Es mío. Cada mañana me espera.”
En sí mismo, es un “no lugar” en el mundo bastante insípido; sin nada para destacar realmente. Sin embargo, ese rincón desabrido se convirtió en mi espacio de lectura y, por lo tanto, tiene la capacidad de transformarse en mil paisajes, tener incontables aromas, vibrar alegría, tristeza, amor, odio, compasión, perdón y venganza. Venganza, palabra que me cierra la garganta de solo escribirla.
Inevitablemente para acompañar lo que sigue, comparto esta pieza épica. “Heathcliff, it's me, I'm Cathy, I've come home, I'm so cold” (Heathcliff, soy yo, Cathy, vine a casa, tengo tanto frío)
Es porque estoy leyendo Cumbres Borrascosas. Vi las películas; jamás había leído el libro. Adicta a la lectura y nunca hasta hoy había tenido el valor de atravesarlo. Es una historia demasiado intensa, demasiado cargada de emociones extremas que me hacen llorar cada día, inevitablemente. Puedo oler la humedad de ese caserón perdido entre rocas y palpar el sufrimiento envenenado de Heathcliff.
“Estoy harta de soportarle”, respondió Isabella, “y me alegraría de una venganza que no me perjudicase; pero la alevosía y la violencia son lanzas que tienen punta en los dos extremos, hieren a los que recurren a ellas, más que a sus enemigos.”
Al llegar a ese pasaje del libro, cerré sus páginas, hice lo mismo con mis ojos y me dejé llevar por mis emociones y mis recuerdos. Pensé en Heathcliff, un ser transformado en monstruo, carcomido por esa idea de que el mundo le había barajado muy malas cartas y que por eso todo lo que respirase sobre la tierra merecía doler tanto como él.
Recordé cuánto me habían lastimado en el pasado, con maldad innecesaria y mentiras crueles; rememoré sentir un deseo irrefrenable de liberarme legalmente de esa persona y pensar que, una vez desprendida de él, iría a enfrentarlo y hacerlo pagar de alguna manera por ese sufrimiento. ¿Qué derecho tienen ciertas personas a ir por la vida hiriendo todo lo que tocan y seguir como si nada?
Pero así de incontrolable como llegó ese sentimiento, así de rápido se esfumó. Nunca fue profundo, no tenía ni la más mínima esperanza de sobrevivir. No pertenece a mi esencia. La realidad es que cuando me liberé de la relación que me hacía daño, lo que le siguió fue justamente eso: una sensación de libertad exquisita. Una liviandad demasiado hermosa como para estropearla con la venganza.
La venganza me iba a mantener apegada a aquello a lo que le quería escapar. La venganza me iba a copar cada milímetro de mis pensamientos, de mi cuerpo, de mi energía y lo iba a succionar todo, eliminando cualquier espacio posible para dejar entrar a esas otras emociones por las que sí vale la pena vivir. La venganza jamás iba a poder convivir con la risa feliz, esa que brota desde el alma y te hace doler la panza; ni con el goce verdadero de mis rincones favoritos, ni con la calma mental a la que aspiramos a la hora de apoyar la cabeza sobre la almohada; la venganza jamás podría convivir con el amor. De ningún tipo.
Y para qué vivir en un mundo sin amor.
Creo que la venganza es un sentimiento al que recurren muchos seres humanos para evadir. Te transporta a un estado tan extremo, que arrasa con todo y, en especial, con la capacidad de mirarse a uno mismo y hacer autocrítica. Es cierto que veces las cosas no salen bien, es verdad que hay personas dañinas, pero el mundo no está contra uno. No somos el centro de nada. Pero eso sí, uno puede estar en contra de uno mismo; esa es la consecuencia de la venganza y su doble filo.
Claro que el universo baraja ciertas cartas predeterminadas, pero después somos nosotros quienes podemos elegir del mazo. Y, encima, podemos elegir con los valores a la vista. Depende de nosotros formar el buen juego. Si elegimos mal, siempre podemos descartarlas y volver a empezar eligiendo mejor. Pero es imposible agarrar esas mejores cartas, si no nos descartamos primero. No podemos sostener tanto entre nuestras manos y que se vea todo el juego.
Pobre Heathcliff, tan afligido estaba por su origen desgraciado, que se dejó regir por él y por sus propios miedos disfrazados de orgullo. De su pasado construyó un templo con cimientos profundos y en el cual cupo un solo sentimiento: la venganza. Y nada florece allí.
Así fue como hace unos días, ese simple párrafo de mi libro leído en mi rinconcito del tren, me trasladó a ese recuerdo y a la sensación gratificante y absolutamente feliz de saber que yo había elegido el camino del amor.
En la vida nos podemos sentir agraviados por muchas cosas. Por un tema laboral, por un vecino, por un desamor y por muchas otras malas pasadas del destino. Ante aquellos escenarios, ¿se dejaron llevar alguna vez por la venganza?
Beso,
Cari
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