
Descalificar, hablar mal por la espalda y otros gastos de energía inútiles
30 de octubre de 2017 • 09:16

Ahí estaba, parada en una de las oficinas del trabajo, con mi taza de café en mano y totalmente fastidiada. Escuchaba sin escuchar una catarata inagotable de críticas, reproches, descalificaciones y desacreditaciones por parte de esa persona que tenía frente a mí, que me hablaba a mí, pero que no me las dedicaba. El blanco era otra persona que ni siquiera estaba presente y que no se podía defender. Yo, incomoda a más no poder, funcionaba como una especie de cómplice involuntario, de blanco para su catarsis. "Ella tiene mucho trabajo, demasiados frentes que atender", fue lo único que me salió decirle por lo bajo.
No, la verdad es que no quería escuchar como él hablaba mal de otra empleada porque, ¿qué se supone que debía decir? ¿Qué cara tenía que poner? ¿Acaso debía emitir alguna opinión al respecto? ¿Darle la razón? ¿Sumarme al tren de las críticas para acumular porotos inútiles en nuestra relación laboral? Todo ese escenario me resultaba un arma de doble filo; y, más aún, teniendo en cuenta que quien me estaba hablando, es alguien con un mayor rango jerárquico.
Llegué a mi escritorio con una enorme sensación de cansancio, como si me hubiera tocado arrastrar una roca gigante de un sitio a otro, sin un fin aparente más que el de sentir su peso. Mucho peso. Ya no me sentía con ánimos de seguir. Tiempo, energía y desgaste sin sentido.

Créditos: tnlt.com
Hablar mal de los demás. A sus espaldas y con malicia; criticar al otro como si fuéramos ejemplares, como si nuestro proceder fuera siempre intachable, inteligente y colmado de sentido común. Esa tendencia humana plagada de soberbia oscura, de ego venenoso. Ese impulso a subirnos a esa ola de triunfalismo en donde, incitados por la emocionante crecida, nos creemos en el derecho de mirar al prójimo desde arriba y con la falsa certeza de que hemos descubierto las claves correctas para descifrar los sentidos verdaderos de la vida.
Pero no sabemos nada. O, al menos, no lo sabemos todo. "¿No que el más sabio de los sabios tampoco sabe todo?", me preguntó el sábado la hijita de 6 años de Diego. "Claro que no lo sabe todo, porque hay cosas que ni yo, ni vos, ni el más sabio de los sabios podrá saber nunca. Hay misterios de la vida de los cuales ni un solo ser humano tiene las respuestas", le contesté.
Para lo que sigue, les comparto un tema de una banda que siempre admiré mucho. La voz y sus letras, invitan a pensar sobre la vida y el mundo:
Si no lo sabemos todo, ¿por qué criticamos tanto como si así fuera? ¿Por qué en vez de intentar ponernos en el lugar del otro, nos regocijamos con sus fallas? Si en vez de lanzar los dardos de "qué mal lo está haciendo fulano", en el trabajo, en la familia, en las amistades o en cualquier ámbito de la vida, nos preguntáramos a nosotros mismos y a los demás ¿se sentirá bien?, ¿estará todo en orden a nivel personal?, ¿estaremos exigiendo demasiado?, creo transformaríamos el gasto de energía inútil en una energía de ayuda, en una potencia benefactora y productiva.
¿Cómo vamos a saberlo todo? Para empezar, esto ya es difícil porque somos bastante incapaces de entender por lo que otro ser humano atraviesa en su existencia; incapaces de saber con certeza cómo se siente, cómo lo afecta aquello que lo aflige, cómo lo impactan sus temores y sus amores. Como humanos, sabremos de números, medicina, leyes, letras o técnicas, pero creo que en cuanto emociones ajenas y empatía, a veces, tenemos muchas deficiencias. En mi caso, sé que he caído en esa falta de capacidad de ponerme en el lugar del otro, y cada día trato de mejorar en ese aspecto.
Y soy muy optimista, en especial entre mujeres. Los hombres siempre dicen que las mujeres se dedican a criticar a la amiga que no está. Personalmente, no creo que sea tan así. Tal vez, esto haya cambiado un poco; tal vez hay una consciencia de género y de que estamos para contenernos y apoyarnos más que nunca. O tal vez, siempre haya sido un mito exagerado. Lo cierto es que, en mi caso, no recuerdo la última vez que nos hayamos juntado a hablar mal de quien no estaba.
Hoy, hablamos de proyectos, de sueños, de amores, de nuestros temores y nuestras dificultades. Lo que sí nos pasa, es eso de hablar sobre alguna amiga porque algo nos preocupa, porque la vemos mal, porque no sabemos cómo ayudarla. Pero eso para mí es amor; es lo mismo que hacen los padres con sus hijos o los maestros con los padres: es un hablar del que no está porque me preocupa, porque quiero que mejore, porque quiero verlo crecer, florecer, sonreír... porque las personas que queremos y que están mal, se merecen algo mejor.
Si, por suerte, en mi entorno afectivo, siento que la crítica maliciosa se ha ido desvaneciendo.
Volviendo al tema laboral, me pregunto por qué es tan difícil que en trabajo nos pregunten cómo nos sentimos y si estamos bien. Son preguntas tan ausentes..., como si les diera miedo las posibles respuestas sensibles, las potenciales lágrimas o la incapacidad de dar una respuesta. Pero lo cierto es que no siempre podemos disociar nuestras emociones y nuestro corazón durante esas horas laborales. No somos máquinas programables. Y, sin embargo, así pareciera que debe ser. El otro día, los "no me está rindiendo", "lo está haciendo mal", "parece que no le da la cabeza" (sí, terrible), estuvieron a la orden del día, mientras que los "¿estará bien?, "¿estará todo en orden en su vida?", "la noto cansada, ¿estaremos sobre exigiendo?", no surgieron ni una vez. Pura crítica destructiva.
A todo nivel, y en todas nuestras relaciones de vida, creo que es tiempo de que nos dediquemos a atender nuestras propias falencias y a tratar de no hablar mal de los demás. Es tiempo de transformar nuestras críticas, en críticas constructivas con el fin de ayudar, aportar herramientas y dar amor.

Créditos: Huffpost
Cada vez que le dedicamos tiempo de nuestra vida a hablar mal de nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, de nuestra familia o de quien sea, sin otra intención que la de unirnos en batalla contra el otro para sentirnos superiores y herir sin sentido, ese tiempo, siento que es tiempo perdido. Allí, siento que simplemente no hay inversión alguna. Son instantes mal gastados que se alimentan de nuestra energía, que en el fondo espejan nuestros propios miedos y que, de a poco, nos vuelven peores, grises y nos terminan por apagar. Por eso, cada día trato de recordarme que todo el esfuerzo que pongo en criticar mal a otros, es tiempo que no dediqué a ser mejor yo, a producir cosas bellas, a crecer y a hacer de este mundo un lugar mejor.
Me recuerdo que, definitivamente, ese es tiempo desperdiciado.
En el trabajo, al día siguiente de escuchar hablar mal por la espalda, las críticas cayeron directo sobre mí. "Qué mal me pone todo esto", le escribí a Diego. A lo que me contestó: "No te preocupes por el trabajo. Todo lo importante, lo tenemos." Con sus palabras, mi corazón y mi ánimo, se aliviaron.
Debemos cultivar el amor en todas sus formas, pensé al leer su mensaje. Porque cuando nos acordamos de que lo tenemos, todo camino empinado, deja de serlo.
Ustedes, ¿viven también eso de que las personas hablen mal de otras en el trabajo u otro entorno? ¿También sienten que los desgasta? ¿Cómo lo enfrentan?
Beso,
Cari
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