Q UITO (El Tiempo, de Bogotá. Grupo de Diarios América).- No es una quimera nadar, por la mañana, entre delfines rosados de la Amazonia y tomarse un buen aguardiente colombiano en un bullicioso bar de Quito, al anochecer. O asistir a un colorido mercado indígena, el sábado temprano, y montar a caballo en una de las haciendas coloniales habilitadas para el turismo, durante la tarde.
Nada de esto resulta imposible en un país de 270 mil kilómetros cuadrados, atravesado por la línea ecuatorial y una de las cadenas montañosas más impresionantes del mundo: Ecuador.
Pequeño, variado, sorprendente y cercano a Colombia, Ecuador es un país al que se lo puede conocer de diversas formas y desde distintas ópticas.
Es una nación rica en parques naturales, con un callejón de volcanes, de nevados y aterciopelados páramos; con parques en la Amazonia ecuatoriana -la más accesible desde los centros urbanos de toda América del Sur-, playas vírgenes al norte y al sur de Esmeraldas y en el parque Machalilla, en la provincia de Manabí, en el Sur.
También existe un Ecuador rico y variado en mundos indígenas y expresiones artesanales. Los laboriosos otavaleños del Norte, los coloridos salasacas al centro, los indígenas del Chimborazo en el Sur y los saraguros en la frontera con el Perú, hacen de Ecuador un país multicultural.
Hay un Ecuador de ciudades preñadas de historia y de arquitectura colonial bien conservada. Está Quito con uno de los centros históricos más grandes del continente -declarada patrimonio cultural de la humanidad-, o la coqueta Cuenca, o la blanca y templada Ibarra.
Si hay ciudades llenas de arquitectura colonial, también las hay llenas de puja y actividad, como la más grande e industrial de todas: Guayaquil, o la pesquera Manta y otras algo más curiosas, como Santo Domingo de los Colorados, que desde hace algún tiempo se la llama de los colombianos por la cantidad de norteños que se asentaron en su productiva zona.
Estas condiciones han hecho que en el país se viva un auge turístico durante la última década. La violencia que en algún momento generó Sendero Luminoso en el Perú desvió los flujos turísticos hacia Ecuador, lo que explica en gran medida el despertar de la industria del turismo en este país. Ahora, las grandes cadenas hoteleras se han lanzado a una frenética carrera por ganarse el liderazgo de este sector.
Entre montañas y playas
Para saborear los cambios de los paisajes, climas y culturas vale la pena renunciar a ciertas comodidades y decidirse a una aventura en un tren que lleva al viajero desde la capital hasta las playas de Esmeraldas. Desde Quito se debe llegar hasta Ibarra por tierra, no sin antes detenerse en Otavalo, donde existe uno de los mercados indígenas más variados e interesantes de los países andinos. Desde Ibarra se toma a primera hora el autoferro -un vagón de ferrocarril- y se viaja hasta San Lorenzo, un puerto pesquero en el límite con Colombia.
Pero para aquellos que no están interesados en pasar las incomodidades del rústico transporte, en la región de Quito existen haciendas coloniales que fueron habilitadas por sus dueños para acoger a los turistas.
El descenso de la cordillera desde Ibarra hasta San Lorenzo, por angostos valles habitados por poblaciones negras, es una de las experiencias que no puede perderse el viajero que prefiere las riquezas del paisaje a las comodidades logísticas. Después de llegar a San Lorenzo, se toma una embarcación que, luego de sortear los manglares, llega hasta La Tola, un pueblo donde se aborda el autobús que va hasta las playas del sur de Esmeraldas, donde conviene un reparador descanso.
El bullicioso y divertido Atacames o los más tranquilos y exclusivos ambientes de Same son, desde hace diez años, destinos favoritos de los colombianos que llegan en auto desde Bogotá o Cali. Un poco más al Sur, y para aquellos que les gusta lo elegante, exótico y remoto, está la isla de Monchipe.
Rosario de volcanes
Dicen que Quito es como la Bogotá de los años 60. Lo cierto es que la capital es paso obligado para quienes quieren conocer el país. En su centro colonial guarda los tesoros eclesiásticos más deslumbrantes de América, y en los barrios del Norte hay una vida nocturna que nunca deja de sorprender.
Quito está incrustada en un callejón de volcanes nevados. A una hora hacia el Norte está el Cayambe, y hacia el Sur está el Cotopaxi, que con sus casi seis mil metros es el volcán activo más alto del mundo. A dos horas hacia el Este se encuentra el Antisana, otro inmenso nevado que bordea los seis mil metros y que se halla en medio del parque nacional. A dos horas hacia el Sur está Chimborazo, la montaña más alta del país y que inspiró a Bolívar su Delirio sobre el Chimborazo . En todas estas montañas hay refugios para quien se atreva a desafiar el soroche -malestar que se produce por la falta de oxígeno en las alturas-. Esta ruta de la carretera Panamericana es seductora para los amantes de las montañas y lleva como meta final a la ciudad de Cuenca.Y si alcanza el tiempo, luego de desentrañar los misterios de la encantadora ciudad, es una buena opción visitar las playas cercanas de Guayaquil, como Salinas, Playas o Palmar. Cerca de Cuenca también se encuentran las ruinas incaicas más grandes y bien conservadas del país: Ingapirca. Si bien no se las puede comparar con las gigantescas ruinas del Perú, permiten conocer en forma cabal la arquitectura del imperio de los incas.
El auge turístico parece que salvó de la muerte al ferrocarril que une a Quito con Guayaquil. Esta línea férrea está considerada como una de las obras de ingeniería civil más importantes de la historia de Ecuador. El ferrocarril fue el instrumento que logró integrar, a comienzos de siglo, a este país, que ha estado dividido por las dos regiones: costa y sierra. Y en efecto, el trayecto permite palpar el drástico cambio que se experimenta entre las dos zonas. El viaje ofrece una espectacular panorámica del callejón de los volcanes y del abrupto descenso a la costa. En esta travesía se conocen las comunidades indígenas que viven en las faldas del Chimborazo.
Comunidades amazónicas
En el viaje por el territorio ecuatoriano no se puede dejar de visitar las comunidades indígenas de la Amazonia en programas organizados por los mismos indígenas. Está la etnia cofán de sábalo que instaló sus cabañas en lo más profundo del parque Cuyabeno, a orillas del río Aguarico.
Los huaoranis, más conocidos como los temidos aucas, también tienen un proyecto turístico en el río Shiripuno. Para llegar hasta ahí se debe tomar una avioneta en la población de Shell-Mera y luego navegar dos días arriba.Los indios quechuas tienen un complejo llamado Huacamayos, muy cerca de la ciudad de Tena.
Y si lo que el viajero prefiere es algo de gran lujo en medio de la selva, una firma privada unió esfuerzos con los indígenas achuar para construir un sofisticado y elegante hotel llamado Capahui.
Martín Pallares
Datos útiles
- Aéreo
El pasaje de ida y vuelta a Quito volando por Ecuatoriana sale 756 dólares en temporada baja (hasta fines de junio).
En alta asciende a 888.
Tiene salidas todos los días, excepto martes y jueves, y hace escala en Santiago de Chile y Guayaquil.
Las tarifas mencionadas incluyen impuestos y, además, se restringen los días de permanencia a un mes como máximo.
- Transporte
El alquiler de un auto pequeño, por ejemplo, vale alrededor de 40 dólares diarios, con kilometraje libre. La tarifa comprende seguro contra terceros.
- Clima
La temperatura promedio que prevalece en la costa es de 22 grados.
El invierno dura de diciembre a mayo y el verano, de junio a diciembre.
- Moneda
Sucre. Un dólar equivale a 4840.
- Para mayor información
Embajada de Ecuador -Quintana 585 9 º y 10º piso Telefax: 804-6408 Tel.:804-0073/74 En Ecuador
Ministerio de Turismo - Eloy Alfaro 1214.
Ministerio de Turismo - Eloy Alfaro 1214.
Tel.: (5932) 224970 / 224971 Fax:(5932)507564, Quito.
Manta, un abrigo natural
QUITO.- (El Comercio. Grupo de Diarios América ).- Cada mañana, los rayos del sol se refractan sobre la espuma del mar, chocan contra los cristales de los edificios y se vuelven hasta perderse en el horizonte.
Los pelícanos extienden sus alas y se confunden con la arena terracota. Manta, Bahía de Caráquez y San Vicente son grandes playas con un aire de paraíso.
Edgar (de 9 años) y Angel María (de 10) van a Bahía los fines de semana. Llegan desde Leónidas Plaza para juguetear en las riberas de la playa. Patean pelotas fantásticas de agua y sal, y hacen trampolines en el aire. Nunca han visto las montañas de la Sierra. Les basta con mirar las olas que se rompen.
El aire húmedo de los comedores de la zona se mezcla con el aroma del pescado. Desde ahí, las gaviotas se pierden en sus rutas hacia el cielo.
Giran en torno de los barcos de alto calado y se transforman en sombras producidas por el día.
Dos horas hacia el Sur, Manta se levanta como una de las ciudades más pujantes de la costa.
Sobre sus cálidas veredas, los vendedores ambulantes ofrecen artesanías a granel y bebidas para refrescarse. Durante la noche, en sus bares y restaurantes se dan cita empresarios nacionales y extranjeros.
Los turistas, estudiantes y moradores también se concentran en tertulias de descanso, luego de haber disfrutado del oleaje de las playas de El Murciélago y Tarqui. Dos lugares ubicados hacia el norte y el sur de la ciudad.
Son espacios donde se encuentran miles de bañistas que, paradójicamente, se sienten seducidos por el sosiego y la diversión.
El neón de las discotecas toma la posta a los colores del sol.
Hermosas mujeres, doradas por la mañana, mueven sus cinturas en Escándalo, Soul Train, Madera Fina, San Remo... Más de diez pistas de pop, tecno, merengue o vallenato.
Orillas claras
San Vicente, un pequeño pueblo de pescadores, también forma parte del cálido perfil manabita. De largas playas, rocas gigantes, barcas de madera y orillas claras, presenta una creciente infraestructura hotelera.
Para llegar allí desde Bahía, se puede tomar una lancha en el pequeño muelle del centro y atravesar el brazo del río Chone en diez minutos.
Durante el trayecto se tiene una visión espectacular del sitio de partida. Es como un paisaje en movimiento pintado por el hombre y la naturaleza, donde cada tarde decenas de niños, como Edgar o Angel María, bañan sus imaginarios en estas aguas tranquilas, azules y claras. Hasta que Luna aparece mojada, como si fuera otra de aquellas pelotas de sal que alegra a los niños.
Alojamiento y comida
QUITO.- La oferta es amplia y para todo bolsillo. En Manta, la mayor parte de los hoteles está concentrada cerca de la playa de Tarqui.
En Bahía de Caráquez se encuentran establecimientos de primera categoría como La Piedra.
Otras opciones son La Herradura y el hotel Bahía, que es más barato. La mayor parte de los hoteles de mediana y primera categoría cuentan con aire acondicionado, ventiladores, baño privado (todos), comedor y TV.
En San Vicente hay hoteles y cabañas; también se encuentran residenciales a precios módicos.
A dos kilómetros, se construye el resort Puerto Lacruz, afiliado a la cadena internacional RCI, del nuevo sistema vacacional en el país de tiempo compartido.
Para comer en las playas de Manta, a lo largo de El Murciélago, hay cerca de 20 sitios.
En Tarqui, se encuentran alrededor de 25 locales.
Generalmente atienden de martes a domingos, hasta la medianoche. En la avenida del Malecón hay más de 10 restaurantes de comida típica e internacional.
En Bahía, uno de los lugares tradicionales es La Choza, donde se pueden saborear deliciosos platos de mar.
Está frente a la playa. Otra opción es en algunos restaurantes por el Malecón. San Vicente tiene también comedores típicos en su avenida principal y en varios de sus hostales.
El museo de cera
El Museo de Arte y Arqueología de Bahía funciona en una casa de principios de siglo. Muestra 300 piezas de los cuatro períodos prehispanos: precerámico, formativo, de desarrollo regional y de integración.
También hay representaciones humanas de yeso y cera.
Otras salas exhiben muestras de pintores contemporáneos del país y mapas que datan de 1575. Abierto de martes a sábado, de 10 a l8. En la avenida Malecón.