¡A tejer se ha dicho! - Créditos: Julia Gutiérrez
Por Magalí Etchebarne
Nadie sabe exactamente cuán antiguo es o dónde se originó. Sin embargo, en todas las culturas hay indicios que sugieren que es una práctica antiquísima. En Francia, por ejemplo, los escritores señalan que en el siglo XVIII, las agujas de bordado eran usadas sobre un bastidor y que luego la práctica evolucionó hasta la del crochet sin bastidor. Con el tiempo, y a lo largo de todo el mundo, las guerras y las malas cosechas que dañaban la economía de comunidades convirtieron el crochet en una floreciente industria casera que los ayudaba a sostenerse. Y hasta hubo reinas y monjas tejedoras, escritoras y hasta feministas combativas que honraron (y honran) el tejido como medio de expresión. Porque el crochet tiene algo de adictivo, te hace bien y además te conecta con lo más primitivo: con los procesos y los resultados de las cosas. En tiempos de consumismo de productos industriales, tejer te devuelve tu parte productiva y, en ese sentido, te hace más libre. Saber tejer es un poco un hobby, una habilidad, y otro poco una pronunciación en el mundo. En la historia, las mujeres lo hicieron mientras esperaban: maridos, hijos que habían ido a la guerra, pero también como forma de decir algo, de crear, de rebelarse. En los cuentos de hadas, las ruecas de las tejedoras siempre dicen algo y esconden otro poco. A la vista del resto, el que teje crea una trama: palpable, útil, decorativa. Pero interiormente se reserva el placer de evadirse, de transportarse lejos en ese delicioso trance que genera la concentración.
Beneficios
Relaja y ejercita la paciencia. El estrés, al que nos acostumbramos cada vez más las que vivimos en una ciudad, nos sumerge en una ansiedad que se hace parte de lo cotidiano. Esperar para que nos atiendan, esperar que salga el mail con los adjuntos, esperar el colectivo: nos parecen torturas, atentados a la calma. Y en esa locura de querer todo ya, perdemos la noción de lo que es hacer de a poquito y atravesar el tiempo real de las cosas. Tejer te obliga a bajar los decibeles, a ver las puntadas avanzar de a poco y a que el resultado sea la consecuencia de tu constancia ¡y tu paciencia!
Te conecta con vos. Las cosas que vas haciendo, sus formas y los colores que elegís son reflejo de tu personalidad. Tejer te conecta con lo lúdico y estimula mucho la imaginación. Empezá copiando cosas que viste por ahí y te gustaron, pero agregales tu toque.
Ayuda a concentrarte. Estamos seguras de que si pudiéramos aplicar la concentración a la que te lleva el crochet en otras áreas de nuestra vida, las cosas serían mucho más fáciles y livianas. La mayoría de las veces, hacemos cinco cosas a la vez, y eso hace imposible concentrarse en serio, empezar algo y terminarlo. Con el crochet, eso no pasa. Te fuerza a concentrarte, y lo lográs fácil porque te dejás llevar en los movimientos continuados. Además, como seguís siendo una ansiosa: ¡querés ver esa manta terminada lo antes posible!
Es práctico y útil. Podés tejer en cualquier lado. El crochet va con vos y no ocupa espacio. Apenas una bolsita con la aguja y el hilo. Y lo podés sacar donde estés, en los viajes al trabajo, en la playa, en las salas de espera e incluso en las clases que son un plomo pero a las que hay que asistir igual. Lo mejor es que no es sólo un pasatiempo: como cualquier trabajo artesanal, requiere dedicación, y los resultados son siempre beneficiosos: lo que tejiste lo vas a usar, regalar o hasta lo podés vender.
Te enriquece. No hay nada más gratificante que ver algo terminado, y mucho más si eso lo empezaste y lo terminaste vos. El día que la manta que venís tejiendo se extiende en el suelo terminada es un día de plenitud, ¡misión cumplida!
Créditos: Julia Gutiérrez
¿Qué necesito para comenzar?
Una maestra. El crochet tiene ese toque tan especial que, como cualquier otro viejo oficio, necesita de un maestro y un aprendiz. Pero es un aprendizaje visual y muy fácil de adquirir. Seguro tenés cerca a alguna tía, mamá de una amiga, compañera de trabajo que teje y vos ni sabías. Preguntá, vas a ver. En pocas clases sacás los puntos más sencillos, y con el tiempo vas a ir perfeccionándote. Porque el círculo siempre se cierra igual, empezás aprendiendo, terminás enseñando. Las maestras que consultamos apuntan la clave del crochet en estas tres virtudes: constancia en la práctica, observación y concentración.
Hilos y agujas. Las agujas las pedís para crochet y vienen en diferentes materiales, aunque son más recomendables las de acero inoxidable. Las agujas, además, están numeradas: ese número acompaña el grosor del hilado. Para comenzar, lo más recomendable es una triple 0 (000) y un hilo macramé (que era lo que se utilizaba para hacer las carpetas o finales de los manteles hace mucho tiempo). El hilo macramé es fino y parejo, fácil de tejer. También son recomendables los hilados de algodón, mezcla de algodón y seda, o los de acrílico (para invierno), que también son parejos y vienen en distintos grosores.
Crochet attack
Te presentamos a estas tejedoras que dan clases:
Mariana Guerra (45 años, paisajista)
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