SAN CARLOS DE BARILOCHE.- "Vayan hasta Bambi agachados y tocándose los pies", les dice el instructor. Bambi es un plástico con sonrisa tiesa y patas clavadas en la nieve. A pocos metros, una fila de cuerpitos inflados y multicolores intenta cumplir la consigna. Con anteojos que les cubren la mitad de la cara y un casco apenas más chico que una pelota de fútbol, se deslizan por la nieve con la inocencia más liviana. Y, sin saberlo, aprenden a esquiar.
"Muy bien, chicos, muy bien." Entre los enanos, un Gulliver de cara alemana agacha sus dos metros y marca el paso con paciencia y dolor de cintura. El sabe que en un par de clases los retoños que hoy ensayan sus primeras cuñas pronto se sacudirán el miedo hasta desafiar las pendientes con total irresponsabilidad.
"El coraje no se enseña en ningún lado -asegura Cristian Dangavs, de la escuela Catedral Alto Patagonia-. Por eso, lo mejor es aprender de chico, cuando no hay noción de temor. Todo es tan natural que esquían totalmente relajados."
Y es ahí cuando hay que tener cuidado. No todos los terrenos son aptos para cualquier público: de las 200 hectáreas esquiables y los 70 kilómetros de pistas preparadas que tiene el cerro -en épocas de mayor nevada-, un 25 por ciento es para principiantes, 25 corresponde a los intermedios, 35 a los avanzados y un 15 es para expertos. Y aunque se acerca el fin de la temporada y la base no tiene nieve, hay espacio para todos los niveles a partir de los mil doscientos metros.
Escaleras al cielo
Para llegar hasta allí -o alcanzar la cumbre- existen treinta medios de elevación. Además de las telesillas, los cablecarriles y los teleskis, un sistema nuevo permite trasladarse desde la base y hasta la cima en sólo quince minutos: el Superbubble, apto para seis esquiadores, es una mezcla de aerosilla con telecabina que, en la mitad del trayecto, empalma con una cuádruple hasta el final.
Pero esto no es todo. Más allá de los progresos tecnológicos, la mejor noticia, para los más fanáticos, acaso sea otra. Hartos de tener que compartir espacio con la estudiantina a punto de archivar quinto año; cansados de recibir en carne propia las bolas de nieve con dirección errada; agotados de las esperas eternas en una taquilla y al ritmo de cantitos que supieron de mejores rimas, los señores deportistas querían bajarse antes de haber subido. Pero este año las quejas tuvieron eco, y los medios de elevación desde la base son exclusivos para esquiadores. Ahora sí, en quince minutos es posible eludir con destreza los contingentes juveniles y llegar al tope de la montaña con salud suficiente como para derrochar cuesta abajo.
Aunque, antes de largarse, es obligatorio quitarse los anteojos y ensanchar la vista al menos por un rato. El paisaje de la cima es desmesura en estado puro: está la imponencia casi temeraria del cerro Tronador, las aguas infinitamente azules del lago Nahuel Huapi, la mancha verde y tremenda de la isla Victoria y la mansedumbre transparente del lago Gutiérrez. En la cumbre, el viento desata sus cachetazos más fuertes, el cielo aprieta con fuerza y los cuerpos se envuelven de azul.
Sebastián, un chico lindo y bronceado a negro, da un salto y se hinca en el aire como si tal cosa. Está suspendido en la nada, corta el espacio con la delicadeza de una pluma y, con el cuerpo agazapado, parece responder a los escépticos de siempre que aseguran que los hombres no vuelan.
Para hacer piruetas
El snowboard, por momentos, permite burlarse de la ley de gravedad. En Piedra del Cóndor (ubicada en la cima del cerro), una flamante pista de 1800 metros cuadrados ofrece rampas de salto y la posibilidad de ensayar todo tipo de piruetas.
Esta es una de las tantas prácticas alternativas del esquí. También están los snowmovil (o motos de nieve, que tienen sus circuitos), el esquí nocturno con bajadas a la luz de la luna, antorchas, y el fun carving, que consiste en esquiar sin bastones. Para eso, existe un novísimo modelo que, según dicen los expertos, revolucionará el mundo del deporte, como lo hizo la raqueta grande con el tenis. El carving tiene los extremos más anchos que el centro, y permite girar con mayor facilidad y aprender el deporte más rápidamente.
La idea, una vez más, es acortar los tiempos para adueñarse de la montaña cuanto antes. Y eso, por supuesto, no tiene la nieve como figura excluyente. Aun cuando la lluvia y las temperaturas sobre cero terminaron con el blanco desde los 1200 metros hacia abajo (los cañones generadores de nieve artificial no pueden trabajar a más de 0º), la base del cerro tiene los entretenimientos de una ciudad en miniatura.
"Me vine por una semana y no bajo al centro ni loco." Gerardo es uno de esos recalcitrantes que olvidan las trasnoches y madrugan para escurrir las cumbres nevadas antes de que lo haga el sol. Con la piel caribe y la inevitable aureola blanquecina alrededor de los ojos -a esta altura, una marca registrada en el mundillo de los esquiadores- sólo da una tregua a sus piernas con el sauna de la tardecita.
Un rato más tarde, acaso haya olvidado las pendientes -aunque sus músculos las recuerden- y use el último aliento para dar una vuelta por los pagos. Y es que en la base hay un cine, un casino, bares, restaurantes y hasta un shopping con escaleras mecánicas, hombres tostados, mujeres hermosas, música funcional y niños ahogados en nylon.
Catedral de la primavera
Por suerte, las ropas infladas hasta el cuello tienen poca vida. En el cerro, con el comienzo del calor y hasta fines de septiembre, se podrá aprovechar una contradicción posible: el esquí primavera, que consiste en surcar las pistas con mangas cortas y al abrigo de un sol que pega cada vez más fuerte. Incluso, con las altas temperaturas aparecen varias actividades que poco tienen que ver con la nieve: además del parapente -que también se practica en invierno-, desde la base del cerro se organizan excursiones para hacer trekking, mountain bike, cabalgatas y travesías en 4x4. Es más: en el lago Gutiérrez se puede practicar windsurf y andar en velero.
Para los que buscan mayor adrenalina, desde la base del cerro parten excursiones para hacer rafting por el río Manso Inferior. A bordo de una balsa neumática, es posible desafiar las sacudidas de las aguas cordilleranas. La versión light de semejante travesía está en el Limay, un río más calmo donde se puede practicar floating. Y para los que prefieran erradicar la palabra riesgo de su paseo, está la pesca con mosca, una actividad bastante más familiar. Claro que, aun con la parentela a cuestas, es posible largarse a la aventura. Los amantes de la bicicleta pueden hacer excursiones de mountain bike desde el cerro Catedral, por la picada del Frey y hasta el lago Gutiérrez.
se es un circuito con un nivel aceptable para iniciarse en la bici de montaña. Se va con guías -que explican el uso de los cambios, los frenos y el tipo de dificultades que se van a presentar- y se puede empezar desde los nueve años.
La idea es trepar y bajar a fuerza de pedal, bordeando arroyos transparentes y pinos de verde empalagoso. Los mismos árboles que el próximo invierno, tan blancos y erguidos, escoltarán a los eternos obsecuentes de la nieve. No cuesta imaginarlos: ahí están, apurando sus esquíes, con el gesto congelado de placer y partiendo el viento en mil pedazos.
Josefina Licitra
Para soñar sin tener nada de frío
SAN CARLOS DE BARILOCHE.- Los precios en la base del cerro guardan estricta relación con el nivel de excelencia de los hoteles.
El Pire Hue (cinco estrellas) supera las cincuenta plazas, lo que permite que el servicio sea personalizado. En temporada invernal se puede esquiar desde las puertas del establecimiento. Una noche en temporada baja vale alrededor de 200 pesos. Reservas por el 312-4659.
Con similares facilidades, aunque con más plazas -700 camas-, el hotel Catedral (cuatro estrellas) ofrece un ambiente más informal y confortable.
Departamentos
Por el mismo precio de las habitaciones (una doble con desayuno cuesta 72 pesos por persona), existen departamentos equipados con cocina, muchos de ellos en disponibilidad para los planes de tiempo compartido. Reservas por el 60-006.
Si se dispone de menos presupuesto, en la Villa Catedral (detrás de la base) está el hotel Dauilaghiri, que tiene habitaciones dobles por un promedio de 50 pesos por persona. Las reservas se efectúan por el 60-016.
A la hora de comer, sobre gustos no hay nada escrito
SAN CARLOS DE BARILOCHE.-Por más pasiones que despierte la nieve, en el cerro Catedral la comida no es un trámite. Es casi un deporte alternativo, un premio que llega junto con el cansancio. Y el regalo viene envuelto en un moño exquisito: por un promedio de 15 pesos, todos los paradores de montaña de Catedral Alto Patagonia tienen el sello dorado de Francis Mallmann, que fue contratado junto a ocho ayudantes.
Al filo del Catedral -a 2500 metros-, el Refugio Lynch tiene la característica de ser el restaurante confitería más alto de la Patagonia. Allí, rodeado de una panorámica impresionante, el turista puede almorzar uno de los tantos platos con sabor a Mallmann.
Aunque la alta gastronomía también se encuentra en la base. Además de una cocina suiza inobjetable, La Raclette (uno de los restaurantes del hotel Catedral) es una cabaña sembrada de velas que ofrece un pan de sal exquisito -llamado focaccia- e ideal para acompañar una entrada de lujo: la raclette de queso.
La elaboración del plato es muy original: engarzado en una máquina de principios de siglo, una barra de queso taluch se funde al calor de un cuarzo. Cuando la superficie empieza a perder solidez, se la raspa (racletter significa raspar) con un cuchillo. Lo que cae derretido se ataja con un plato que segundos después estará en la mesa.
Como si fuera poco, para los amantes de la carne también hay más de una sorpresa en este paraíso: las carnes a la piedra son la segunda carta de presentación del lugar. Para hacerlas, llevan a la mesa una roca caliente y el mismo comensal cocina su carne (lomo, pollo, cerdo, panceta y salchichón ahumado), acompañada de papas y siete salsas totalmente refinadas. El promedio de una cena es de 25 pesos, y las reservas se hacen por el 60-006, Int. 665.
Para los que estén dispuestos a pagar el doble a cambio de una experiencia única está La Cueva, un refugio de roca natural -abierto en la montaña a unos 1500 metros de altura- que tiene fama de ser uno de los restaurantes más hermosos del mundo.
El acceso, en invierno, es por medio de snowboards, y en verano mediante vehículos 4x4 . Luego de la subida -que tarda unos 25 minutos, un grupo limitado de 25 personas será abrazado por la piedra. Al calor de una chimenea ubicada en un orificio natural de la roca y con el fondo de una cascada natural repleta de truchas, podrán disfrutar de un menú acotado pero exquisito: fondue de queso, canapés de salmón ahumado y los mejores vinos. El precio es estándar: 55 pesos, incluidos los traslados.
Todo tiene su precio
Según la temporada, los precios varían; algunos ejemplos de los que rigen en la baja. Pases a la cima: 22 pesos (por día), 100 (semanal), 30 (semanal para menores de 5 y mayores de 65 años).
Alquiler de auto: de 100 a 220 pesos por día.
Clases de esquí y snowboard: 51 pesos (una hora, particular), 64 (seis horas, grupal).
Escuela infantil: 24 pesos (grupales, medio día), 48 (día completo, con almuerzo).
Alquiler de equipos de esquí y snowboard: de 11 a 18 pesos por día.
Fotos: A. Encinas