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El lado B de la pareja

Si estás en el mes del amor pero igual querés revolearle algo por la cabeza a tu pareja, no te desesperes... Te damos algunas claves para que el combo amoroso se vuelva una cajita feliz




Créditos: Javier Csécs. producción y realización: Maca y Xime Ibáñez


Por María Eugenia Castagnino
Es el hombre que elegiste para compartir la vida, pero... ¿cuántas veces dijiste "no lo soporto más"? ¿Y cuántas otras te escuchaste quejándote y despotricando contra su desorden crónico, su cuelgue a la hora de hacer trámites o su poca colaboración en las tareas de la casa? Crecimos un poco formateadas con la idea del "chico perfecto" y nos enamoramos de ese príncipe azul que –justamente por ser tan distinto de nosotras– nos volvía locas de amor. Y es que la atracción funciona así: por naturaleza e instintivamente, buscamos a alguien que nos equilibre, queremos ese yang que complemente nuestro yin, o viceversa. Pero si alguna vez estuviste enamorada, bien sabrás que detrás de tu media naranja suele haber otra mitad... un poco más agria –¡puaj!–. Llamémosle el costo del amor. Puede ser cualquier cosa (¡y lo peor es que a veces es exactamente eso mismo que te enamoró de él en un primer momento!): su pasión excesiva por el trabajo, ese grupete de amigos que se instalan los domingos en tu casa para ver fútbol, su gusto por estar en pantuflas en casa tooooodo el fin de semana y que te obliga a arrastrarlo para salir, su poca expresividad para contarte lo que le pasa o incluso su nula capacidad para el romanticismo de los primeros tiempos. El costo de tu chico es ese "lado B" que no necesariamente se revela durante la etapa del noviazgo, sino que surge con la cotidianeidad del tiempo juntos, con las rutinas conocidas, con el "siempre igual, vos, eh..." ante esas actitudes que te molestan o te irritan.
¡¿Eso siempre estuvo ahí?!
¿Desde cuándo está ahí eso que te molesta? ¿Estabas tan ciega que no la viste venir? La costumbre teje un velo delicado que nos deja un poco ciegas y provoca que ya no registremos tanto esas maravillosas virtudes que nos obnubilaron allá a lo lejos. ¿Por qué? Porque ya nos acostumbramos a ellas, ya las tenemos... y entonces dejan de cotizar tan alto. ¿Y qué pasa cuando lo bueno está dado por sentado? Es lógico: lo no-tan-copado pasa a un primer plano cada vez que aparece. El tema pasa por entender cómo funciona el "combo del amor" y aceptarlo sabiamente (¡y no seamos ingenuas, que nosotras también tenemos lo nuestro!). Para decirlo en otras palabras, cuando recuperás la capacidad de juicio en el contexto de una pareja estable y duradera –o sea que ya se te pasó el flash ilusorio del enamoramiento–, a veces cuesta bancarse esos costos, esas cosas que resignás o esos detalles de su personalidad que te cuesta aceptar, y que con la lupa de la rutina se vuelven gigantes.
¿Te pasa esto? Estamos en febrero, el mes ideal no sólo para celebrar el amor, sino también para asumir responsabilidades sobre nuestras elecciones. Te proponemos que dejes de quejarte y trabajes a conciencia para construir una relación más fuerte. No te engañes: ese que hoy le tiene fobia a la convivencia y a los compromisos es el mismo que, a la semana de conocerte, te propuso que hicieran un viaje juntos. Todo está en constante cambio también.
A bancarse el combo
"¿Qué te gusta de él?", te preguntaron cuando recién empezaban a salir. "Todo. De él me enamora TODO", contestaste ilusionada bajando las pestañas. OK, llegó la hora de decir que eso cambia. Que los pajaritos en la cabeza y las mariposas en la panza se te vuelan cuando llegás muerta de trabajar y la casa parece un campo de batalla, tus hijos están sin bañar y nadie se ocupó de hacer las compras para la cena. O si hace tres meses que le venís pidiendo que corte el pasto –o que llame a alguien para que lo haga– y tu jardín ahora parece la selva amazónica. Y mientras esto sucede, ¿él qué hace? Toca la guitarra y compone canciones para su banda, mira un documental súper interesante sobre ballenas en National Geographic o está tirado en el piso jugando con tus hijos. No importa. Para vos, en ese momento, "lo único importante" es bañar a tu hijo y hacer la cena. O es que te ayude a ordenar la casa. Estás casi hipnotizada; sólo sos capaz de ver esa porción de realidad. Entonces, cualquier actitud de tu pareja que no esté alineada con el concepto de "acción" –limpiar, cocinar, ordenar– es deleznable y desubicada. "¿A vos te parece que yo tengo que limpiar como una Cenicienta mientras vos te hacés el rockstar?", le decís de mal modo. Y ahí arranca un rosario de reproches que amenaza con arruinar el resto de la noche. Detrás de este tipo de situaciones cotidianas y mínimas, hay dos conceptos que es útil reconocer para lograr el equilibrio:
1. Complementarse. ¿Te acordás de la fábula de la cigarra y la hormiga? En las relaciones pasa algo parecido. En toda pareja, hay un "organizador" y hay un "disfrutador" . No son valores absolutos, sino que son roles que adoptamos casi sin darnos cuenta. El primero está ligado a la "acción", al hacer y resolver: es el que sabe qué cuentas hay que pagar, qué trámites hay que hacer, si la heladera está llena, si los chicos necesitan zapatillas, e incluso ya está pensando en las próximas vacaciones. Mientras que el "disfrutador" es aquel que se mueve por las ganas, que se preocupa por el disfrute y la alegría. Es el que trae la música, el desorden, lo improvisado. ¿Para qué sirve esto? Si uno reconoce el rol tácito que asume en su pareja, hay conflictos que pueden diluirse o que necesitan un diálogo consciente para revertirse. No esperes que si toda la vida fuiste la que se ocupa de organizar la casa, llegues un día y tu novio esté pasándole cera al piso. No va a suceder. Por otro lado, pensá que si los dos fueran "hormigas", faltaría la armonía en el hogar y sería una "no vida". Y si los dos fueran "cigarras", se morirían de hambre en el invierno y la cotidianeidad se volvería caótica. ¿Conclusión? Eso mismo que te molesta y te saca canas verdes también le está trayendo algo bueno a tu vida. No te olvides de eso.
2. Mirar en grande. Saber tener una visión más panorámica ayuda a dimensionar correctamente las situaciones. A veces, nos enfrascamos en "el domingo tenemos que limpiar todo el departamento" y no salimos de ahí. Entonces, claro, si lo ves a él jugando a la Play, te ponés verde de la rabia y te enroscás con el "jamás me ayudás en nada", mientras que podrías dejar la escoba por un rato y desafiarlo a que el que pierda el partido se encargue de la ropa y lave los platos. Buscar nuevas alternativas y salir del sendero rígido de nuestra mente nos permite sorprendernos y disfrutar más. Quizás en ese momento esté con la Play, pero el "jamás me ayudás en nada" condena a una realidad sin salida a ambos, donde vos sos la única que se mortifica, y lo que vuelve de esa reacción no es mucho mejor.

Créditos: Javier Csécs. producción y realización: Maca y Xime Ibáñez


Claves de convivencia
Nadie dice que es fácil, pero la sabiduría consiste en usar el cerebro conjuntamente con nuestras emociones. Dos investigadores catalanes –Mercé Conangla y Jaume Soler– acuñaron la frase "ecología emocional" para homologar las relaciones personales con la naturaleza y cuidarlas bajo los mismos principios. "Como la naturaleza, también las personas funcionamos en ciclos: de vida y de muerte, de descanso y de trabajo, de calma e inquietud, de reflexión y acción, de construcción y destrucción...", afirman. La clave pasa entonces por lograr que mente y emoción trabajen en equipo, de manera integrada, en armonía, de forma sostenible y equilibrada. Como ya mencionamos, la biología hizo que te enamoraras de aquel que mejor te complementa –con esas virtudes que amás y esas otras... que no tanto–, a sabiendas de que vas a tener que estar peleándote con él por el resto de tu vida (¡o hasta cuando logres soportarlo!). Por eso, anotate y ejercitá algunos de estos conceptos:
- Dejá de registrar "eso" que te molesta: te saca cada vez que querés contarle de tu día fatal en la oficina y él está petrificado frente a la TV. Te brotás cuando el monotema es cambiar el auto por un 0 km mientras que vos querés ahorrar para hacer un viaje juntos o mudarte. Ay, ay, ay... Esos momentos son cuando directamente harías la típica escena de película, tirándole una valija y un par de pilchas por la ventana. Pero... ¿qué tal si elegís no registrarlo? Al principio, cuesta mucho (¡a veces, demasiado!), porque cuando él hace eso, tu cabeza solo piensa: "Ay, no, otra vez, siempre lo mismo..."; magnifica no sólo el hecho en sí, sino la alergia que te provoca. Es un trabajo lento y a largo plazo, pero con el tiempo vas a conseguir metabolizar ese estímulo malo, neutralizarlo y lograr que no te haga daño ni que explotes con él cada vez que sucede. Por eso, la próxima vez que él esté frente a la tele, no le hables. Llamá a una amiga y andá a tomar un café. O ponete a leer un libro. O salí a caminar. Sacá el foco de esa situación.
- La pareja es una negociación constante: sucede en todas las relaciones humanas, no exclusivamente en las parejas. No todos lo asumen, pero es importante aceptar que cuando se trata de congeniar dos voluntades, dos formas de pensar, todo está en movimiento y es dinámico. Siempre estamos negociando, pero no en términos empresariales –viendo quién de los dos hace más cosas o quién tiene la razón–, sino tomando como base el amor. Y por eso, para construir el equilibrio, hay que acostumbrarse a ganar y perder todo el tiempo. No se puede ser siempre vencedora, porque si no, el autoritarismo se apodera del vínculo; y tampoco siempre perdedora, porque corrés el riesgo de caer en el sometimiento. Ninguno de los dos extremos está bueno.
- No le pidas peras al olmo: lo que dice la ecología emocional es que debemos aprender, desde la experiencia, qué aspectos de nuestra media naranja –y bajo qué circunstancias– pueden ser modificados por nuestra conducta y cuáles otros son inalterables. Si ya sabés que él es incapaz de hacer planes a largo plazo, no le pidas que un domingo se sienten a organizar las vacaciones del año próximo, porque pueden terminar a las patadas. Sin embargo, podés traer el discernimiento y la claridad mental para saber valorar su conexión con el "aquí y ahora" cuando vos te enroscás demasiado con lo que vendrá. Volviendo a la imagen del olmo: no le pidas peras, ¡de última, compralas en la verdulería!, y sentate tranquila a disfrutar de la sombra que te da ese árbol. No te la pierdas por andar quejándote de eso que –inevitablemente– no forma parte de su naturaleza.
- Organizá tu mente y diseñá una estrategia sabia: ¿cuál es la clave para que el combo –con todo lo bueno y lo malo– te parezca atractivo? Incluí en tus expectativas y tu planificación el rol de lo imponderable, de eso que se escapa a tu control y a tu voluntad. Incluí en tu presupuesto mental el desorden y la posibilidad de no tener siempre la razón. Y si, aun así, cuando te enfrentás a eso que te molesta de él todavía sentís que te estás conteniendo para estallar, quizá sea el momento de decidir qué vas a hacer con eso. ¿Vas a aceptarlo? ¿Vas a intentar cambiarlo? ¿Quiénes son los responsables? ¿Qué es exactamente lo que querés modificar del combo? Buscá alguna acción concreta; por ejemplo, si es un colgado, pedile que se ocupe de algún trámite importante; si sentís que no colabora en las tareas domésticas, anunciale de buen modo que, a partir de ahora, no te vas a ocupar de sus cosas hasta que él cambie su actitud. De este modo, te enfocás en un cambio real, para lograr que algo del vínculo se modifique. Otra postura muy distinta es engancharse con un "cambio ilusorio", quejándote y creyendo que él debería ser como vos querés que sea, pero sin accionar al respecto. Una vez que hayas masticado sabiamente qué es lo que te hace ruido del combo y hayas tomado una posición al respecto, llegó el momento de decir: "Amor, necesito que hablemos".
Del combo a la cajita feliz
Y hasta acá llegamos: no hay recetas infalibles ni reglas a la hora de amar y ser amado. Pero quedate con la idea de que el trabajo es constante y sostenido, como si fuera un jardín que hay que cuidar permanentemente para que sea un lugar habitable, sin malezas ni yuyos. Recordá que no vas a estar satisfecha el ciento por ciento del tiempo, así como tampoco ni vos ni él son personajes salidos de un cuento de hadas. Repasá cada tanto todo lo que son y lo mucho que tienen juntos, a sabiendas de que su propia historia personal los sostiene y les brinda nuevos recursos cuando sentís que se agotan. Y cuando aparezca el "lado B" y percibas que les falta algo, concentrate en volver a desear y trabajar para alcanzarlo. Nuestra conciencia, formateada por el lenguaje y la acción, va a meter cizaña cada tanto, registrando preferentemente lo que "falta", haciéndote sentir que la meta está en perpetuo alejamiento, como ese horizonte que no vas a poder tener jamás. Para compensar esa sensación, es importante aprender a entrenar el otro lado de la balanza, el de la satisfacción, a través de la gratitud, la generosidad, el amor y la lentitud necesaria para sentir, en lugar de la rapidez que propone el deseo. Agradezcan(se), celebren y bánquense el loop natural de "carencia-deseo-trabajo-satisfacción parcial-disfrute", que no se detiene jamás y te lleva por diferentes estados de ánimo, emociones y nuevos desafíos. ¿Acaso no es un lindo viaje para hacer de a dos?

Créditos: Javier Csécs. producción y realización: Maca y Xime Ibáñez


La "negociación del amor"

La psicóloga Harriet G. Lerner, en su libro La afirmación personal (Ed. Urano), da una serie de consejos a la hora de llevar a cabo una discusión. Así que antes de poner el grito en el cielo, tomate cinco minutos y leé:
Hablá solo cuando algo sea realmente importante para vos
Antes de abrir la boca, pensá en la dimensión de aquello que te molesta o irrita. Es una actitud madura dejar pasar algunas cosas o no "saltarle al cuello" a tu chico a la primera de cambio. Pero también es un error callarte o acumular bronca si el precio que pagás por eso es sentirte amargada o resentida. Por eso, no inicies discusiones ante algo chiquito porque podés lastimar al otro sin necesidad. Pero no te calles si es importante para vos, porque podrías estar lastimándote a vos misma sin saberlo.
Primero, enfriate
La metáfora de la autora es elocuente: "No golpee mientras el hierro esté caliente". Si estás enojada o nerviosa, el clima de la conversación puede ser muy tenso y los dos van a resistirse a comprender al otro. Pero si en la mitad de la charla sentís que se está desbordando el tono, siempre podés proponer suspender hasta que se calmen los ánimos y retomar el diálogo en otro momento, más tranquilos y con la posibilidad de pensar en frío.
SÍ a la primera persona, NO al golpe bajo
Decí : "Pienso que...", "siento que...", "quiero esto u aquello...", y hacete cargo de lo que te pasa sin incluir ni responsabilizar a tu pareja por eso que sentís o por las reacciones que tenés –"yo te trato mal porque vos no cambiás nunca..."–. Y, por todos los medios, evitá las recriminaciones, las órdenes, los interrogatorios y los sermones maternaloides.
Buscá claridad y evitá intelectualizar todo
"Quiero que estés más atento a mis necesidades" puede sonar un poco vago y prestarse a confusiones y malentendidos. Él quizá no sepa leer entre líneas esa frase, y pueden enredarse en otra discusión sin sentido –"¿Y cuáles son tus necesidades?", podría preguntarte él, lo que embarraría más la cancha–. En cambio, si hablás concretamente, vas a poder decirle: "Para mí, es muy importante que me ayudes a organizar la casa; cuando te veo mirando la tele mientras yo hago todo, me siento tu mamá en vez de tu pareja...".
NO a la charla infinita
¡Cuidado! El diálogo excesivo –si no conduce a los hechos– tampoco sirve para nada. Recordá que a las palabras se las lleva el viento y que hablar no significa que las cosas vayan a cambiar.
Vos, ¿cómo manejás este tipo de situaciones? Contanos tu experiencia.
Experta consultada: Lic. Inés Dates, psicóloga.
Make up y pelo: Maia Rohrer para Bettina Frumboli Estudio con productos Lancome y Joico. Agradecemos a Paula Cahen D´Anvers, Clara Ibarguren, Lacoste, Infinit y Muresco.

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