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En los Valles Calchaquíes, Cachi es un mundo en miniatura

Casas bajas y calles angostas describen este pueblito salteño de un par de manzanas




CACHI, Salta.- Jeans, zapatillas, un par de remeras livianas, suéteres, camperas y la infaltable máquina fotográfica son los elementos básicos que deberían llenar la valija del viajero que se dispone a conocer estas tierras, en cualquier época del año.
El día y la noche son diferentes en esta pequeña población de los Valles Calchaquíes. Es posible disfrutar de los ríos al mediodía y de la sombra de un algarrobo al atardecer, pero por la noche es necesario abrigarse al máximo para protegerse del frío.
Las casas son bajas, al igual que sus habitantes, con paredes de adobe y techo de madera, caña y barro. Por las estrechas calles empedradas circulan personajes de piel morena y rostros ajados por el sol que, a paso tranquilo y con la mirada puesta siempre en el piso, recorren las escasas manzanas que componen su mundo. Los sábados al atardecer y los domingos después de la siesta los pobladores se reúnen en la plaza. Vestidos con su mejor ropa, desfilan sus cuerpos pequeños y sus mandíbulas hinchadas de coca al compás de las campanadas de la iglesia.
Al forastero se lo reconoce enseguida y no es extraño que lo rodeen decenas de chicos que prometen cantarle una coplita a cambio de un par de monedas.
Pero al momento de los flashes todos se ocultan tras sus sombreros para no ser inmortalizados por las cámaras de los gringos .
Frente a la plaza 9 de Julio se levanta la iglesia de San José, construida a mediados del siglo XVIII. En su interior, los muros pintados a la cal contrastan con el color y la textura de la madera de cardón del techo. Las únicas imágenes: la Virgen del Rosario, San Pedro y San José, patrones del lugar, y en la parte superior del altar, un sencillo crucifijo de madera. En frente, el museo arqueológico exhibe piezas de las culturas indígenas que habitaron la zona (chicoanas, diaguitas y otros) y una gran colección de elementos del legado inca. Pero el plato fuerte del lugar es la momia denominada Dama de Cachi, envuelta una especie de féretro de madera, cuero y lana. En la casa de artesanías se consiguen desde cajitas hasta lámparas y mesas hechas con tronco de cardón, vasijas de barro decoradas y máscaras típicas del lugar. También, sacos de lana de llama, enormes ponchos y tapices tejidos pacientemente sobre un telar, algunos con formas geométricas y estridente colorido, y otros con dibujos alusivos al paisaje o a la gente de esta región de los valles. Los amantes del buen vino pueden encontrar los característicos pateros o torrontés que se elaboran en bodegas artesanales.
La noche de Cachi no promete ruidos ni discotecas, sólo algunos restaurantes de comida típica -empanadas, humitas, locro, tamales- y peñas, lugar obligado para quienes buscan disfrutar del auténtico folklore.
Siguiendo por una estrecha callecita de tierra se asciende al cementerio, en la cima de una montaña. Los nativos quisieron depositar allí a sus muertos para que estén más cerca del cielo y puedan vigilar mejor el poblado.
Desde esas alturas se observa todo. Las casas y los cuerpos bajitos parecen aún más pequeños y el visitante tiene la sensación que puede guardarse a todo el pueblo en el bolsillo. Las tumbas chicas y blanquísimas se llenan de collares de flores de papel puestas por los familiares para agasajar al que se ha ido. Y todo ese carnaval de colores contrasta con el eterno silencio y la quietud que se respira allí arriba.
Cachi también es ideal para hacer turismo de aventura, visitar reductos arqueológicos o sumergirse en las refrescantes aguas del río Calchaquí.
Algunas excursiones prometen largas caminatas guiadas hasta el nevado de Cachi, con paradas en la casa de una típica familia de la montaña. Para los que se cansan rápido, la mejor opción son las cabalgatas o las visitas guiadas por el pueblo o por el centro arqueológico La Paya. Los fanáticos de la pesca deportiva encuentran su lugar a pocos kilómetros. En Cachi Adentro -un caserío lleno de extensas lonjas de pimientos rojos secándose al sol- se puede acampar bajo la sombra de los sauces y algarrobos a orillas del río Las Trancas, esperando el pique de las truchas. A casi 70 kilómetros, en la laguna de Brealito, de 300 hectáreas, se encuentran exquisitos pejerreyes De noche todo se apaga y de la oscuridad sólo son testigos unos cuantos faroles encendidos. El viento sopla, inclemente y helado.
La quietud hace revivir historias de apariciones y diablillos, bautizados por los moradores con nombres como mandinga o luz mala . Por eso, los lugareños cierran con fuerza las puertas y ventanas, y la desolación convierte a Cachi en una especie de pueblo fantasma.

Datos útiles

Cómo llegar: el aéreo, ida y vuelta, de Buenos Aires a Salta cuesta 200 pesos aproximadamente, con tasas e impuestos incluidos.
  • El pasaje en ómnibus desde Salta hasta Cachi cuesta alrededor de 15 pesos.
El alquiler de una camioneta 4x4, 180 pesos diarios con un máximo de 400 kilómetros. Si se alquila por tres días o más, el kilometraje es ilimitado.
  • En época de lluvia se producen derrumbes en los caminos.
Alojamiento: las hosterías de la zona ofrecen confortables habitaciones dobles desde 43 hasta 130 pesos.
Más información: Casa de Salta en Buenos Aires, Av. Diagonal Norte 933. La atención al público es de lunes a viernes de 9 a 15; 4326-2456.
E-mail: tursalta@salnet.com.ar En Salta: Secretaría de Turismo: Buenos Aires 93; (0387) 4310721.
En Internet:

Una ruta entre tabacales y cornisas

Apenas se abandona la ciudad de Salta, por la ruta nacional 68, el auto se sumerge en el verde de vastos tabacales, custodiados por grandes hornos de barro y pueblos pintorescos como Cerrillos, La Merced y El Carril.
El viaje continúa por la ruta provincial 33, que recorre la quebrada de Los Laureles y Escoipe, para internarse luego en el serpenteante camino de la Cuesta del Obispo, flanqueado por montañas y por un vertiginoso precipicio.
Más adelante, comienza el descenso y hay que prepararse para la interminable recta del Tin Tin que atraviesa el Parque Nacional Los Cardones, un gigantesco salpicón de árboles vestidos de espinas. Tras visitar el pequeño caserío de Payogasta -sobre la ruta 40- se llega a destino: un típico pueblito de los valles, empotrado entre los ríos Cachi y Calchaquí, y vigilado por el nevado, el más alto de la provincia, de 6720 metros sobre el nivel del mar.
El trayecto se hace largo, aunque no más de 150 kilómetros separan a Cachi de la capital provincial.
El camino de cornisa y los extensos tramos sin pavimentar obligan a disminuir la velocidad. Durante la época de lluvias -enero y febrero- hay que transitarla con cuidado, porque se pueden producir derrumbes.

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