
Especial prematuros: tres historias en primera persona
6 de septiembre de 2016

9 meses. Inclusive antes de quedar embarazadas ya sabemos que la panza nos va a acompañar por 270 días. Nadie nos habla de otra posibilidad. A lo sumo nos dicen que puede adelantarse o atrasarse unos días pero nada más. No contemplamos otra opción. Por eso, cuando el bebé anuncia que es tiempo de nacer (¡Aunque faltan semanas para la fecha probable de parto!), o el obstetra nos dice “va a tener que nacer hoy”, el mundo, en un segundo, se derrumba. Aparecen miedos, expectativas, tristeza y ansiedad. Pero sobre todo miedos. Terror por lo que va a venir. Porque sabemos que los pulmones se terminan de formar al final del embarazo, leímos cientos de veces sobre la importancia del peso para que nos den el alta y todas las complicaciones que pueden surgir cuando no nacen a término.
Tanto hoy como el viernes vamos a hablar de bebés prematuros. Historias de guerreros que se aferraron a la vida y hoy están muy bien. La idea de compartir hoy estos relatos, y el viernes otros de lactancia materna exclusiva en prematuros, es poder acompañar a las familias que están atravesando esta situación e informar a todas las potenciales madres de prematuros sobre diversos aspectos de este tema del que poco se habla.
Prepárense un café, agarren pañuelitos y disfruten de conocer a Bautista, Luciano y Benicio.
Maria Julieta Melazzo

"El 14 de febrero, en vez del día de los enamorados, en la neo hicieron el día de los hermanos y ahí se conocieron los 3"
Soy Julieta, mama de Manuel, Santiago y Bautista. En mis tres embarazos desarrollé pre-eclampsia, por lo ellos nacieron antes de las 36 semanas. Manu y Santi nacieron con muy buen peso, pero con Bauti todo se complicó. Recuerdo ese día en el que entraba en semana 29 y nos íbamos a ir a Buenos Aires para pasar las fiestas. Somos de Bariloche, ya teníamos los pasajes y las valijas armadas, solo nos faltaba la autorización de mi obstetra para poder viajar en avión. Cuando pasé por su consultorio se ocurrió tomarme la presión: tenía 15/10. No pude viajar y me tuve que quedar haciendo reposo absoluto por mis antecedentes de partos prematuros. Los días pasaban y yo sabía que mi bebe podía nacer en cualquier momento. El 13 de enero llegó el día. Entré con una pre-eclampsia severa, me sentía embotada, con dolor de cabeza fuerte y, sobre todo, con mucho miedo. Entré directamente a terapia (no todas las mamas con pre-eclampsia van a terapia, en mi caso yo estaba con muchas complicaciones). Esas horas antes de la cesárea nos despedimos, recuerdo que le hablé con el alma a mi bebé y confié en que todo iba a estar muy bien. Esa misma noche nació Bauti, le faltaba un día para entrar en la semana 32 y pesó 1,300.
Pasaron tres días y lo pude conocer, Cuando lo conocí se me llenaron los ojos de lagrimas. No sabía cómo acariciarlo, tenía cables por todos lados, oxigeno, y esos piecitos tan pequeñitos que hasta el pañal de prematuros le quedaba grande. El camino fue muy duro, no solo porque tenía a mi bebe internado con muchas complicaciones sino también porque tenía otros 2 hijos que cuidar, que si bien ya eran grandecitos me necesitaban. Los ubicamos en una colonia, donde entraban a las 9 de la mañana y salían a las 5 de la tarde. Mis papás, pudieron venir a Bariloche y nos dieron una mano con todo. Fue una montaña rusa emocional, y cada vez que lo veía le decía lo mismo, que la peleara, que tenía una familia hermosa, que era muy amado y sobre todo que tenía muchas cosas por las que vivir.
Los días fueron pasando, las complicaciones iban y venían y mis otros hijos preguntaban por su hermano, claro, sabían que tenían uno, pero no lo conocían. Así que el 14 de febrero, en vez del día de los enamorados, en la neo hicieron el día de los hermanos y ahí se conocieron los 3. Ese día en la neo todas las lagrimas eran de emoción, emoción que recuerdo hoy y se me pone la piel de gallina.

Acá está con la neonatóloga, el día que le dio el alta
Bauti estuvo 45 días en la neo y salió, es un ser tan especial, tan fuerte, tan mágico que pudo superar todas las pruebas que la vida puso en su camino. Hizo estimulación temprana, kinesiología y fonoaudiología. Se sentó a los 7 meses, gateo a los 9 meses y camino al año de vida. En cuanto a mí, soy la mama más feliz del planeta, totalmente orgullosa de mis hijos, por todo lo que tuvieron que vivir y superar.
Celeste del Castillo

"No podía llorar ahí viéndolo a él batallar por su vida"
Quedé embarazada bastante rápido. Un embarazo divino, alguna que otra náusea, pero en general me sentía muy bien. Todos los controles con el obstetra eran muy breves y mi presión arterial al comenzar el embarazo era 11/6.
Un día se me hincharon los pies, me molestaban mucho las zapatillas y tenía que andar en pantuflas. Era mi único síntoma. Fui a una farmacia a tomarme la presión y daba 15 con algo. Me fui para la guardia y me dejaron internada. Me aplicaron dos dosis de corticoides para madurar los pulmones de mi bebé, que cursaba la semana 24 de gestación, y con muchos medicamentos lograron estabilizarme la presión y darme el alta. Eso sí: debía hacer reposo y seguir tomando la medicación.
Una noche me empecé a sentir mal, con un dolor muy fuerte en la boca del estómago, un dolor difícil de asociar con la suba de presión. Volví a la guardia y me internaron. Tenía la sensación de que mi bebé estaba por nacer. Tres médicos de la neo se acercaron y me comentaron que ellos iban a recibir el bebé y me contaron todo lo malo que le podía pasar por nacer tan prematuro (27 semanas). Como soy bastante optimista traté de no pensar en eso. Nació con una cesárea de urgencia y lloró enseguida, algo que pensé que no iba a ocurrir. Mi marido, que estaba conmigo, se fué con nuestro bebé. Yo me quedé sola y ese tiempo me pareció una eternidad. Esa noche me llevaron a terapia, me dieron sulfato de magnesio durante 24 hs y después de unos días me llevan a la maternidad.

La primera vez que lo vi fue muy fuerte: tenía cien mil cables conectados y era tan chiquito. Lo primero que me dijeron es que lo podía tocar pero no acariciar. Eso me destruyó, pero no podía llorar ahí viéndolo a él batallar por su vida.
El 19 de agosto cuando Luciano nació se detuvo el tiempo. Todos los días comenzaron a ser iguales: iba al hospital y me quedaba todo el día. La neo es una terapia intensiva, la vida y la muerte están todo el tiempo dando vueltas.
Pasó por muchas cosas, mucho tiempo con oxígeno, hasta que finalmente luego de 80 largos días nos dieron el alta. Palabras de agradecimiento no me alcanzan para todos los profesionales del hospital. Por suerte me dejaban estar todo el tiempo que quería con mi bebé. Luego siguieron muchos controles con distintos profesionales. El miedo que uno tiene al alta va desapareciendo y comienza a disfrutar de tener a su bebé en casa.
María Taguada

Mamá cangura lleva a su guerrero bien cerquita, piel con piel
"Hicimos de esa habitación nuestro hogar"
Nuestra historia empezó un miércoles 22 de julio a la madrugada, como olvidarlo si el corazón se me hizo un puño al despertarme mojada entera. No sabía qué me había pasado solo sentía que algo no estaba bien, tenía la panza baja, era evidente que había disminuido su tamaño. Fuimos corriendo a la guardia donde nos esperaba mi ginecóloga, había roto bolsa. En mi mente y la de mi esposo solo pasaba una idea: ¿Cómo estaría nuestro tan deseado, buscado y esperado bebe? ¿Estaría preparado para nacer? Tenia solo 6 meses de embarazo, no podía dejar de llorar, estaba asustada. A partir de ese momento nos llenamos de miedos, angustias y apareció en nuestras vidas una nueva palabra: PREMATURO.
Había tenido rotura prematura de membranas y mi ginecóloga recomendó quedar internada. La habitación de una clínica no es el mejor lugar para pasar 40 días de nuestra vida y encima en posición invertida: las paredes blancas, el olor a amoniaco, la falta de intimidad y los ruidos del trajin médico. Pero hicimos de esa habitación nuestro hogar.
Era un jueves 3 de septiembre, después de días de sentir sus pataditas en mi panza con muy poco liquido, de escuchar sus latidos contra toda adversidad, de culparme porque mi cuerpo no pudo darle a mi bebe un mejor lugar, Benicio decidió que tenía que nacer, una ecografía nos decía que estaba empezando a sufrir allí dentro y que no podíamos esperar más.
Se programó la cesarea para el viernes 4 a las 8.30 de la mañana. Esa noche no dormimos, Javier (mi marido) y yo rezamos toda la noche, como todas las noches desde que quedé internada. Llegó la hora y entre sola. Javier quedo fuera con todos mis familiares, pero lo sentía a mi lado. Empecé a ver a los médicos preparándose, charlando, pero no escuchaba ni veía nada. Yo solo pensaba en Benicio. Cuando nació no escuche ningún llanto “como es lo normal”, sólo vi una cabecita del tamaño de una naranja que se asomaba a mi boca, le di un beso y rompí en llanto de felicidad. Había nacido vivo, con 31cm y 750 gramos. Nuestro hijo, Benicio, nació con alto riesgo de no superar la prueba que significaba la prematuridad, los médicos de la terapia de neonatología nos dijeron “es duro papás pero su hijo está en manos de dios, lo único que pueden hacer es rezar”.
Entendí claramente: junto con los hijos nacen los padres, y ahora sé que también que con prematuros nacen padres de prematuros y que esta marca la llevamos toda la vida. Hicimos con Javier nuestro camino, preguntando, compartiendo, escuchando, llorando, riendo, conteniéndonos. Nos estábamos haciendo más unidos en esta orfandad de hijo en brazos y tratábamos de espantar la frase tan temida, hiriente, repetida “disfrutar de nuestro bebe mientras esté bien”.
Al quinto día de internación, y contra todo pronóstico, Benicio dejó de necesitar oxígeno. Cada día nos recibía con su sonrisa y eso nos hacía olvidar que estaba en una incubadora, lleno de cables en terapia intensiva. Es impresionante como una personita tan chiquita podía iluminar o entristecer nuestros días.
Fueron casi 3 meses de espera, conocímos cada rincón de la clínica, médicos, enfermeras y hasta aprendimos a convivir con la muerte. Un día llegamos y Benicio había empezado con episodios de apnea. Ese día tomamos conciencia real del peligro; había contraído un germen intrahospitalario. Fueron días muy duros, de no querer despegarnos de su cuna y si estábamos en casa no queríamos ni que suene el teléfono. Benicio estaba inmóvil, no le podía hablar ni cantar las canciones que tan bien le hacían. Vivimos los días mas tristes de nuestras vidas.
Tener tu hijo en terapia es desolador y lo es más cuando las posibilidades de que sobreviva son mínimas. Pero con el paso de los días Benicio mejoró. También aparecieron otras complicaciones: no toleraba mi leche y por lo tanto no aumentaba de peso. Hasta que un día su organismo decidió aceptarla; un logro que nos llenó de orgullo y nos acercó al alta.
El 2 de diciembre de 2015, Benicio, que había nacido con 750 gramos, llegó a pesar 2,130. Ya no necesitaba oxigeno y todos los estudios/análisis habían dado resultados positivos. No había razón para quedarnos más tiempo. Nuestro pequeño gran guerrero, nuestro súper hombrecito lo había logrado. Fue el día más feliz de nuestras vidas.
Hoy a dos días de su primer año y sin ninguna secuela de su prematurez es una pulga re inquieta que ya da sus primeros pasos y llena de felicidad nuestro hogar.
Por suerte todo salió bien.

¿Qué les parecieron estas historias? Quienes quieran compartir su relato de bebés prematuros me pueden escribir a crianzaentribuok@gmail.com Durante las próximas semanas voy a compartir las historias en mi cuenta de Instagram: @upalalaok.
¡Qué tengan una hermosa semana!
Debbie
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