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Felicidad. 4 claves para cultivar el autoamor


Créditos: Ilustraciones de Euge Mello.



Cúanto más fácil es decirlo que ponerlo en práctica. Cúanto más sencillo resulta sentirnos unas acérrimas defensoras del amor propio, ponernos remeras con leyendas revolucionarias y repetir como un mantra "me amo mucho", "soy perfecta" y "me merezco todo" que poner el cuerpo, el corazón y la mente a ejercitarlo cada día. Y no hablamos de esos días en los que todo brilla, en los que estamos cómodas, plenas y felices con quienes somos. Porque, por supuesto..., ahí es muy fácil amarse.
Pensemos por un momento en los otros días: esos grises, en los que quizá no todo sale como esperabas. Esos días comunes, en los que te sentís el sapo de otro pozo, en los que algo no te cierra, en los que tu propio espejo te devuelve una imagen tuya que preferirías cambiar. Esos días cuando scrolleás como loca las redes sociales y consumís vidas ajenas por deporte. Esos días en los que gana la inseguridad y ponés todo en duda y aparecen sin permiso los "¿soy tan buena?", "¿de verdad valgo?", o los "no sé si voy a poder con esto". Acá viene el verdadero desafío y quizá también la pregunta: ¿cómo me estoy amando hoy? ¿Qué lugar le estoy dando a ese sentir genuino que es el amor y que se corre de la acción, del éxito y de los logros cotidianos para simplemente dejarnos fluir en nuestro ser y traernos esa sensación de paz?
Porque el autoamor tiene que ver con eso: con apagar el interruptor interno de nuestro cerebro que está enfocado en "evaluarnos", en juzgar, en compararnos. Con sentir hacia nosotras mismas ese estado simple, poco lúcido –por no decir medio tonto– y lleno de asombro que nos invade cuando nos enamoramos de otros. ¿Viste que cuando amás a otra persona –después del flashazo– pasa que integrás de a poco todos sus defectos y les vas haciendo, de a poco, un lugar en ese sentir amoroso? Esa es la propuesta para este febrero, mes del amor. Que ese "enamorate de vos" no sea tan solo otro eslogan publicitario ni se vuelva un mandato más. Que sea una vivencia. Que se vuelva una práctica cotidiana, compasiva y –valga la redundancia– amorosa. Que te entrenes para activarlo como, cuando y donde sea: en tu más profunda intimidad, cada vez que te mires al espejo, cuando emprendas una nueva aventura, cuando elijas estar sola, y también que no lo pierdas de vista cuando quieras compartir la vida con otros.

Algunas cosas (caprichosas) que sabemos del autoamor

  • No se lleva bien con la evaluación social ni con la crítica.
Los seres humanos estamos todo el tiempo autoevaluándonos. "¿Cómo lo hice?". "¿Estuve bien?". "Esto debería haber estado mejor". "¿Qué me salió mal?". Estas son tan solo algunas preguntas que nos hacemos y nos contestamos todo el tiempo en nuestra mente. Y lo dicen las neurociencias: hay estudios que comprueban que la evaluación social –que está permanentemente comparándote y viendo qué lugar ocupás en el todo– activa y enciende otras partes del cerebro bien distintas a las que se activan con el amor. ¿Esto qué quiere decir, en sencillo? Que no pueden ir juntos. Que no podemos buscar amarnos a través del circuito de la evaluación y de la crítica. Sino que hay que acompañarlo de una organización más inteligente, con el siguiente patrón:
* Me evalúo ("OK, mirá la cara de cansada y de muerta que tengo hoy, parezco una zombi, no doy más");
* Luego acciono ("¿Qué me puedo regalar o dar para amarme en este estado? ¿El mejor corrector de ojeras? ¿Una noche de estar en casa descalza leyendo o mirando una serie sin culpas?". Acá vale lo que se te cante…);
* Me gusto en ese estado que logré, sin dejar que nada me critique ("qué potra estoy con este corrector, qué bien me trato cuando estoy cansada, qué lindo se siente estar conmigo"). Entender este circuito es, de alguna forma, también entender que no te vas a poder amar todo el tiempo. Que hay momentos de evaluar, otros de accionar y otros de gustarnos, y que está en nosotras administrarlos.
  • No es lo mismo "enamorarte" que "amarte".
Ya lo sabemos. Quien alguna vez se haya enamorado, sabe que estos dos estados no son la misma cosa. Cuando estamos enamoradas, estamos más en la búsqueda del ideal, persiguiendo una ilusión. No hay defectos (o sí que los hay, pero ni locas somos capaces de verlos). Todo es nuevo, brillante y espectacular. Te mueve la dopamina, la hormona de la acción y la búsqueda constante. Y todavía no te embarraste del todo, no fuiste tan a fondo ni tan profundo en vos. En cambio, el autoamor tiene que ver con la oxitocina, la hormona de la paz y el disfrute, y lo que se juega es un estado más parejo, menos adrenalínico, que te hace quedarte ahí, en ese lugar que es bueno para vos. Lo vas a saber cuando lo estés experimentando: es el que te hace rodearte de personas que te hacen bien, es elegir hábitos más alineados con quien sos, es aprender a escucharte y a darte lo que necesitás. Es soltar los deseos de perfección permanente y amar lo que hay hoy.
  • No se puede controlar, solo hay que crear las condiciones para que suceda.
No es que un día te vas a levantar y vas a decir: "Bueno, a partir de hoy me amo y listo". Sería tan fácil si así fuera... El trabajo es más atento, más minucioso y chiquito, es más de autoobservación, es de ponernos a generar a nuestro alrededor un terreno fértil para que pueda crecer. Y tiene que ver con lo que ya dijimos: reconocer cuándo es tiempo de parar la pelota y cuándo es tiempo de darle con todo. Es dejar de pegarnos latigazos por lo que no fuimos o lo que no salió. Es dejar de estar todo el tiempo levantándonos la vara más de la cuenta. Es aflojar con el "quiero hacer más, ser más, poder más, verme mejor" y quedarse un rato más plantadas en el "guau, qué zarpado es ser quien soy". Cuando apagues la búsqueda, atenti, que puede venir cierto "bajoncito" –que tiene que ver con que en tu química corporal bajó la dopamina y enseguida está ahí la crítica para tomarte–. Ese es el instante preciso para rescatarnos. Correr enseguida nuestro foco de atención. Si estás criticándote, contrarrestalo con alguna otra sensación placentera. ¿Dónde la podés buscar? En el cuerpo, el templo más concreto, cercano y sagrado que tenemos para reconectarnos con nuestra propia magia. Volver a descubrir nuestra respiración, nuestros ritmos internos. Quedarnos un rato con la mano en el pecho y sintiendo nuestros latidos. Acariciando nuestra piel. Mirándonos en silencio al espejo. Buscá esa sensación que sientas que te devuelve a tu yo más primario. Y abrazala.
  • Aparece si te entrenás en buscar lo lindo y en recibir.
Así como dijimos que hay que apagar la búsqueda y la crítica, también hay que encender su opuesto: ¿qué pasaría si cada vez que te miraras al espejo te concentraras solo en lo más lindo que tenés?, ¿cómo serían nuestros días si, en vez de estar pendientes de lo que nos falta, nos sintiéramos ricas y agradecidas por lo que tenemos? ¿Qué sensaciones se te vienen cada vez que repasás tu historial y sentís a esa persona que te trajo hasta este presente? Agradecer es un hábito que nos conecta directamente con nuestro amor propio: es un recurso ilimitado que nos pone en contacto con los privilegios que la vida nos dio. Una elige qué mirar y qué no. Una elige dónde pone su energía y dónde no. Hacé el ejercicio de agradecerTE. Sí, a vos también: por todas las veces que te amaste bien. Y por todas las veces que no, porque seguramente algo te habrán enseñado. Y volvete más receptiva: recibí lo que el universo y los otros tienen para darte. Esto también permite que la magia del autoamor suceda.

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