
Iluminá tu oscuridad
A veces, creemos que todo es blanco o negro, pero no: nuestra vida es un sinfín de claroscuros que nos invitan a descubrirnos cada vez más complejas y compasivas.
26 de diciembre de 2015 • 00:06

Créditos: Lucas Engel. Arte de Belén Ardila. Realización de Diego A. Martínez (DAM). Producción de Carol Schmo
Siempre que existe una luz, existe una sombra: son las dos caras de una misma moneda. Indivisibles y necesarias. Es nuestro dark side. Ese que todas tenemos, aunque nos cueste reconocerlo. ¿Y dónde se cuela nuestra oscuridad? Está ahí, aunque intentes esconderla, en esos pensamientos y acciones que te "atacan" y que casi no podrías reconocer como propios ("¡¿cómo le puedo tener esta bronca a mi suegra?!", "¡¿por qué le hablé mal a mi compañera de trabajo?!", ¡¿cómo pegué ese portazo en vez de charlar?!). Son esas emociones que nos cuesta asumir (el miedo, la envidia, el enojo, entre otras) y que se plasman en reacciones que –luego, al darnos cuenta de lo que hicimos– nos duelen y querríamos rebobinar. La oscuridad vibra con un sonido discordante, casi como un "ruido" de nosotras mismas. Pero que no podemos –ni nos conviene– desoír. Porque también de eso estamos hechas, como decía Jung: de nuestra sombra.
¿Cómo se hace la luz?
Podríamos pensar la luz como todo ese cúmulo de recursos de nuestra mente que usamos para procesar la información de la realidad, para activar nuestros deseos, para alcanzar nuestros logros y también los criterios con los que tomamos las miles de decisiones diarias.
La luz ilumina y permite que veamos, pero fundamentalmente es lo que alimenta la vida en la Tierra (no es casualidad que en el relato bíblico de la creación del mundo la luz sea lo primero que existe frente a las tinieblas). En nuestra estructura mental, la luz es nuestra conciencia: es la que, en nuestro fluir de todos los días, nos permite recortar con claridad nuestra realidad. Todo lo que nos sostiene como seres buenos y poderosos es, justamente, esa zona que elegimos iluminar.

Créditos: Corbis
Y así como existen muchos tipos de luces, también hay muchos tipos de sombras. Descubrir esos aspectos poco amables de nuestros propios colores (seguramente, mientras estés leyendo esto, ya haya palabras que se vienen a tu mente como "sombras" o "pequeñas tinieblas") y amigarnos con ellos requiere mucha valentía y coraje. Porque es meternos con las zonas menos confortables de nosotras mismas, es ponerse las botas y animarse a meter las patas en el barro de nuestro propio "pantano mental", con el propósito de ampliar esa imagen que tenemos de nuestro "yo" para darle otros matices. Lo importante es cómo podés lidiar con ella. En eso radica la diferencia.
¿QUÉ HACER CON TU OSCURIDAD?
En pintura, un claroscuro es una técnica muy compleja que consiste en disponer de manera adecuada las luces y las sombras de un dibujo para darle mayor expresividad –pensá en obras de Goya, Caravaggio o Rembrandt–. Nosotras, cual artistas de nuestra propia vida, también podemos ir gestando este mismo efecto: usar nuestra oscuridad para expresar lo más verdadero y profundo de lo que pensamos y sentimos. Porque ahí en "lo que aparentemente no se ve (o no se quiere ver)" está esperándonos quizá lo más jugoso de nuestras existencias. Entonces, tal vez la clave pase por tomar esa oscuridad, acercarla un poquito a la luz, nuestra luz, y ver cómo se transforma en otra cosa, que seguramente nos hará sentirnos más queridas y felices en el entorno y con nuestras relaciones.
Identificá tu sombra: una de las mayores creadoras de sombras propias es la vergüenza, uno de los sentimientos gregarios por excelencia. La vergüenza cuida que no inspires rechazo. Te esconde de la mirada ajena. Sí, porque es eso que sentís cuando no querés que vean algo tuyo, cuando no querés mostrar algo que sabés perfectamente que no está bueno. En definitiva, es cuando sentimos que no somos aceptables para los demás. Y es entonces cuando decidimos alejarnos, corrernos de la escena. Pero la próxima vez que sientas vergüenza, no trates de tapar o anular esa emoción, intentá en cambio dialogar a conciencia con ella y preguntarle: ¿qué hay detrás de esto que siento? ¿Qué es lo que me jode en el fondo de esta actitud que tuve? Y así, tirando de la punta del ovillo de esa emoción, podés ir echando un poco de luz sobre tu oscuridad.

Créditos: Lucas Engel. Arte de Belén Ardila. Realización de Diego A. Martínez (DAM). Producción de Carol Schmo
Animate a mostrarla: tiene mucho valor e impacto cuando vos hacés algo con tu sombra. Sabemos que no somos perfectas, pero tampoco es que andamos exponiendo nuestro dark side como un trofeo del que podamos sentirnos orgullosas. Pero ¿qué pasaría si intentaras hacerlo? ¿Qué pasaría si un día, en vez de postear en Instagram lo bien que te sentiste ante tu último logro, decidieras contar las sensaciones ante tu último fracaso? ¿O explayarte en alguna de tus debilidades? Vas a ver la empatía que generás en los demás. Por ejemplo, si tu sombra es la timidez o la excesiva introspección, el día que decidas disfrazarte para hacer el protagónico de la obra infantil del cole de tu hija, eso va a hacer ruido, además de demostrarle a ella lo mucho que te importa.
Dimensioná su tamaño y su fuente: hay cosas, proyectos o incluso personas que proyectan sobre vos una sombra muy grande. Por eso, es importante determinar de dónde viene esa luz que genera tu sombra y cuáles son sus características. Porque así como existe la luz que sale de vos misma, de tus recursos y virtudes propias, también está la luz que los demás proyectan sobre vos. Si estás demasiado preocupada por la luz que los demás echan sobre vos –léase: la mirada ajena–, seguramente tu sombra se va a acrecentar. La luz de los otros, por lo general, puede debilitarnos –si no estamos muy enfocadas o conectadas–, porque solemos usar esas opiniones externas para decidir y, sin darnos cuenta, muchas veces nos desconectamos de lo que verdaderamente sentimos y perdemos fuerza.
¿QUÉ EVITAR?
Las exigencias demasiado grandes: si el proyecto crece y se vuelve gigante, corrés el riesgo de volverte muy chiquita vos. Es preferible tener muchos, muchísimos planes y ejecutar poquitos. Lo mismo con las ilusiones de perfección; si buscás "ser la mejor jefa", "la mejor novia" o "la mejor mamá", también te estás posicionando en un lugar desde donde, de movida, ya te va a costar reconocerte falible o débil por momentos.
La vergüenza tóxica: el sentimiento de aislarte de los otros por miedo a mostrarte tal como sos te impide sentir y necesitar. En estos casos, a veces nuestro mejor aliado es nuestro propio cuerpo; él sabe exactamente cuándo es necesario conectarte con tu "no puedo" y guiarte hacia la vulnerabilidad (podés llorar, tener ganas de abrazar a alguien, sentirte sonrojada, o incluso puede que una sensación súbita de calor o frío te recorra el cuerpo).
Echarles la culpa siempre a los demás: a veces, por miedo a identificar nuestra propia oscuridad y nuestras propias fallas, tomamos distancia y se las endosamos a otros.

Créditos: Corbis
RESULTADOS
Salís fortalecida: está bueno aprender a bancarse nuestras propias incomodidades, nuestras propias "piedritas en el zapato", nuestras indecisiones y culpas.
Te arma una "identidad de heroína": a veces, para poder lidiar con esos aspectos nuestros que no nos cierran tanto, vale pensarlo como un acto de valentía. Si te cuesta, proponételo casi como un juego. Imaginá que te ponés una "capa" y enfrentate a tu costado más oscuro como si fuera un enemigo a vencer.
Te abre al recibir de la vida y te corre del sistema de búsqueda: al borrar la vergüenza tóxica y conectarte con tu vulnerabilidad, estás más receptiva. Por otra parte, ya sabés que tenemos muy activado el sistema de búsqueda en nuestra mente. Al poner conciencia en nuestras zonas vulnerables, nos permitimos quedarnos donde es bueno (el amor, por ejemplo, borra la acción y el pensamiento).
Te permite ser una buena compañera de vos misma: conocerte más y mejor –con lo lindo y lo NO TAN lindo– habilita una mejor relación de contacto con vos misma. Permitiéndote los momentos de tensión –esos en los que se enfoca la acción y la búsqueda de logros–, pero también esos otros, más placenteros, de no hacer nada y sentir que estás disfrutándolo, conectándote con la seguridad y la tan buscada felicidad serena.

Créditos: Corbis
Te saca la máscara: los que te rodean sabrán apreciar que te muestres transparente, con tu verdad. No pasa nada si sacás algo de "tu peor versión" y lo compartís con el mundo; es preferible eso a armar un "relato" de alguien que no sos –recordemos que el lenguaje es muy bueno a la hora de ayudarnos a ocultar nuestras sombras–. La que está incómoda con eso sos vos; tené en cuenta que seguramente los demás puedan valorar que te hayas expuesto con tus luces y sombras.
Te construís como alguien valioso: porque si estás todo el tiempo pendiente de que tu lado oscuro no se note, lo más probable es que estés en alerta, tensa todo el tiempo. La sombra no solo te da dignidad ("yo puedo bancarme quien soy"), sino también pertenencia.
En definitiva, el encuentro con nuestra oscuridad y nuestra luz nos revela que en esa dualidad sólo existe la experiencia de unidad, como el yin y el yang.
Maquilló Guilherme Coradello para Estudio Sebastián Correa. Peinó Juan para Estudio Olivera. Agradecemos a Sol Álvarez, Josefina Nicolini, Miguel Almirón, Fractal y Jessica Kessel por su colaboración en esta nota. •
¿Sos de ver tu vida en blanco y negro? ¿A veces te calificás con demasiada dureza? ¿Cómo te llevás con tus zonas oscuras? Mirá también Desplegá tus alas
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