Kiosqueros eran los de antes
21 de octubre de 2015 • 00:05

Así como todos se acuerdan a su primera novia, a su mascota más querida o a su primer auto, yo recuerdo bien de mi kiosquero de toda la vida. Se llamaba Ángel, aunque todos le decían "Donángel", entero, como también sonaba "Cipelinkovsky". Siempre fue viejo y siempre usó bastón, y atendía uno de esos kioscos puestos en un cuartito en el frente de su casa, por lo que no siempre estaba ahí. Si uno iba en el horario de la siesta, lo más probable era que haya que tocar el timbre y esperar a que se acerque con su paso rengo hasta su ventana, y que diga: "Hola pibe, ¿qué necesitás?".
Eran épocas menos apuradas, tiempos en los que el dueño del negocio conocía al cliente y podía elegir fiarle con un amable "me lo traés después". Recuerdo bien cuando salí a repartir estampitas por mi primera comunión y -con toda la doble intención- le dejé una a él, y me volví con una bolsa llena de golosinas. Don Ángel falleció en algún momento de algún año mientras yo todavía era chico, y nadie lo sucedió en su puesto de auténtico kiosquero.
Salvo en el interior del país y en algunas localidades del Gran Buenos Aires -y en unos pocos barrios de Capital- el auténtico kiosquero no existe más. Aquellos negocios no siempre limpios ni prolijos ni bien surtidos -pero sí humanos- mutaron en otra cosa, que primero se llamó drugstore y después se convirtió en una marca que con su marketinero nombre dice que está abierto las 25 horas del día, y así pretende demostrar su utilidad y buen servicio. Más tarde, las cadenas de farmacias empezaron a vender golosinas, y polarizaron aún más el mercado. Hagan la prueba y fíjense: donde antes había un kiosco, ahora encontrarán una farmacia o un drugstore cerca, y en ellos, la explicación de esa persiana baja.
Sin kioscos no hay kiosqueros. O mejor dicho, a medida que vayan desapareciendo los pocos "kioscos de autor" (¿así sería el eufemismo palermitano?) que quedan, irá extinguiéndose ese dulce oficio que en apariencia cualquiera podía ejercer, pero no. Porque no es lo mismo trabajar en un kiosco que ser kiosquero.
Tipos y tipas como Don Ángel, Pepe, Juan y la Polaca fueron reemplazados por sujetos mucho más jóvenes, que usan chombas rojas de mala calidad con logos mal bordados y gorritas talle único, que no siempre se adaptan a su diámetro. El trato personalizado te lo deben, y el vuelto también "porque no hay monedas". Las ganas las dejaron en casa, o las utilizan más en mandar mensajes por el celular mientras atienden. ¿Es una generalización injusta? Sí, claro. ¿Es culpa de ellos? No, por supuesto.
Cuando una marca decide expandirse está obligada a captar el mayor público posible, y para ello recurre a la uniformidad: locales estratégicamente ubicados y armados, personal del mismo rango etario y sin mucha preparación ni dedicación y -principalmente- precios que siempre (salvo en los cigarrillos) tienen un adicional extra, que a la vez permiten costear esas locaciones privilegiadas. Un negocio redondo para sus dueños, pero poco conveniente para los clientes, que muchas veces ven como estos locales de golosinas constituyen la única opción para comprar. Mientras viví en Saavedra, las únicas opciones de kioscos eran los ubicados en la plata baja y el último piso del DOT Baires: ambos eran Open25, caros y mal atendidos.
El marketing podrá intentar convencernos de lo contrario, pero cuando yo voy a un kiosco no lo hago en busca de una "experiencia única", ni de instalaciones con iluminación LED ni de promociones engañosas que intenten convencerme de que estoy ahorrando cuando en realidad pago lo mismo o más que en otro lado. Cuando voy a un kiosco -al igual que a cualquier otro negocio- me fijo en el producto, en el precio y en la atención. Por eso siempre priorizo al kiosco original por sobre el que pertenece a la cadena. Ahí es donde más valoro que no me cobren $15 algo que sale $11, y que esa breve operación esté acompañada de un saludo, un por favor y un gracias, tanto del que atiende como del cliente. A lo mejor eso ya no se usa, pero bueno, soy de la época en que los kioscos eran atendidos por kiosqueros.
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