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La cita fallida




Nunca antes había tenido una cita a ciegas o, más bien, casi a ciegas. Hace unos días fue mi primera vez. Antes de verlo cara a cara, vi algunas fotos de él en Facebook. El hecho de tener dos amigos en común y algunos intereses compartidos, despertó en mí cierta curiosidad y le dio a todo este asunto una buena perspectiva.
Justo el día en el cual habíamos acordado encontrarnos, tenía mi agenda laboral cargada y, sin embargo, mi cabeza ya estaba puesta en el atardecer. Sentí ansiedad y una mezcla extraña de cansancio y entusiasmo ante la idea de tener que entablar conversación en una primera cita ante un extraño. Suena muy contradictorio, pero esa fue mi sensación: por momentos, contenta ante la posibilidad de un encuentro que podía representar el comienzo de un nuevo libro, uno en blanco y en el cual podía escribir lo que quisiera y, por otros, no tan convencida de reunirme con una persona de manera forzada. Soy de las que cree más en el poder de la química que puede producirse en un encuentro casual.
El bar donde habíamos acordado encontrarnos quedaba en la misma cuadra en la cual tenía mi última reunión de trabajo con una colega. “¿Puedo pasar al baño a arreglarme un poco?”, le pregunté a ella. “Si claro”, me dijo, “¿Tenés una cita especial?” Asentí con una sonrisa y le conté que era la primera vez que lo iba a ver. Entonces me preguntó dos cosas vitales: “¿Tenés un buen perfume? Te puedo prestar. ¿Tenés alguna foto para mostrarme?”
Él llegó con un paraguas a pesar de que apenas lloviznaba. Al cerrarlo se le mojó un poco el pelo y dijo algo así como “ufff, es lo que quería evitar.” Me hice una nota mental: se preocupa bastante por su pelo.

Se veía igual de bien que en las fotos, hablaba de manera nerviosa y cuando nos sentamos no paró de mover su pierna derecha con un ritmo acelerado y constante. La charla estuvo bien, nada del otro mundo, pero bien. Al final de la cita me besó. No sentí nada especial.
“¿Y?”, me preguntó una amiga al día siguiente. “La verdad no me atrajo mucho, pero ya me volvió a invitar. Quiere cocinarme en la casa”, le conté, “No tengo que basarme tanto en lo que sentí en el primer encuentro. No lo conozco, no me conoce, le voy a dar una oportunidad.”
Cuando toqué el timbre en la entrada del edificio había dos señores de unos setenta años charlando. “Bajo”, escuché por el portero. Uno de los hombres despidió a su amigo y me miró: “¿Querés pasar?”, dijo. “No, gracias. Ya está bajando. Prefiero esperar acá.” “No, entrá al hall al menos, no te quedés afuera.” Entré y el hombre se quedó también ahí. “¿A qué piso vas?” Lo miré extrañada y le contesté que al 5to. “¿Al 5to. qué?” Ante la pregunta, sentí que si seguía respondiendo estaba invadiendo la privacidad de mi anfitrión. “Señor”, me salió decirle con una sonrisa y tono jocoso, “creo que no tengo que contestar eso. Ya es una pregunta un poco de chusma.” No sé si estuve del todo bien, pero la realidad es que me había sentido incómoda con su actitud. Él se enojó y me dijo que era por seguridad. Sorprendida le dije: “Pero usted me dejó pasar cuando yo quería quedarme afuera. Y estoy esperando abajo, como ve.”
El hombre se quedó plantado al lado mío hasta que llegó a buscarme mi cita y después, con un golpe de puerta fuerte, se fue por el otro ascensor.
Para leer lo que sigue les dejo este gran tema:
Entré a un departamento con pilas y más pilas de papeles por todos lados: cuentas, anotaciones, fotocopias. Mi anfitrión se sentó en un sillón lejos de mí y me interrogó con sus manos entrelazadas: “¿Qué pasó con mi vecino?” Le conté el pequeño incidente y me dijo: “Lo que pasó es muy malo.” Sin entender demasiado, le pregunté entre risas si quería que vaya a disculparme o qué, pero que la verdad sentía que se estaba entrometiendo. Sin pestañar me contestó: “No, no hace falta. Espero que no afecte mi relación con él. Estamos complotados para lograr que se vaya de este edificio otra vecina. Ella tiene un perro, un bebé y está embarazada.”
¿Había escuchado bien? “No me gustan ni los chicos ni los animales”, concluyó.
“Necesito pasar al baño”, le dije mientras trataba de procesar la conversación y de decidir qué parte del escenario me parecía peor. Pero al entrar al baño todo ese diálogo se esfumó en un segundo de mi cabeza. Ante mí, había decenas de frascos de shampoo y crema de enjuague. Creo que la misma cantidad que en una góndola de supermercado. Bordeando toda la bañadera y en varios estantes dispuestos en el espacio. Me quedé unos segundos testeando si “tan sólo” acumulaba envases vacíos o si tenían algo. Cada uno de los que llegué a levantar, tenían contenido. “¿Qué hago acá?”, pensé mirándome al espejo.

En la cocina, agarré la copa de vino y me dije: “bueno, todavía puedo disfrutar de la comida, al menos.” Entonces, casi de la nada, él me miró y me preguntó: “¿Cuándo te viene?” Lo miré incrédula: “En 15 días”, le contesté fría y mirándolo a los ojos (y era verdad). “Ah, entonces habría riesgo”, sentenció.
Claro, él le tenía pánico a la posibilidad de traer bebés al mundo.
En mi cabeza ya lo había tachado. Pero en ese instante tan poco sutil, lo despedí definitivamente.
Mis amigas Flor y Sabri se rieron a carcajadas cuando escucharon acerca de mi cita fallida. Les conté que le había dado una segunda oportunidad porque, a pesar de que en el primer encuentro él me había resultado raro, ¿quién no es raro, no? Seguro que otros también en ciertos aspectos piensan eso de mí. “Si Cari, pero esto ya es demasiado.” Y no pararon de reírse.
Y después, hablando del tema con más profundidad, nos dimos cuenta de que en realidad no había sido una mala cita. “¿Sabés la cantidad de gente que finge actitudes por mucho tiempo, Cari”, dijo Sabri. “Él podría haber ocultado fácilmente todo eso que en dos citas supo exponer abiertamente. Nos solemos mostrar parcialmente ante los demás y después, cuando salen las verdades, nos sentimos estafados y con la sensación de que hubo tiempo perdido. Él no hizo eso, él se presentó tal cual es y vos simplemente no lo elegís. Y está genial que haya sido así. No fue el éxito esperado, pero sin dudas no fue un fracaso. Él te permitió verlo tal cual es en seguida y te dio la oportunidad inmediata de seguir adelante.”

“No lo había visto desde ese ángulo. Creo que tenés razón”, le dije.
Ustedes ¿prefieren que ciertas cuestiones como el amor por los chicos o los animales – entre otros temas cruciales – se expongan desde el primer momento? ¿O creen que es mejor dejar un poco de seducción y magia para el comienzo?
Beso,
Cari

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por Carina Durn


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