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La traza de hierro en la estepa

Ineludible: La Trochita o Viejo Expreso Patagónico tiene hoy, como ayer, una preponderancia única; Esquel, Trevelin y Río Pico definen la esencia del corredor lacustre en el Chubut.




ESQUEL, Chubut.- Son tres mujeres que, alternativamente, intentan encender el fuego en la salamandra de hierro del tren. Sacan los troncos de una caja de madera que está ahí, junto a la estufa, y aunque parecen elegirlos con cuidado el fuego no se enciende. Llevan camperas de cuero y de gamuza, las tres de colores distintos. Y se mueven en el tren con esa especie de naturalidad sobreactuada que suele adoptar la gente de ciudad cuando sale a un lugar que le resulta exótico. Se ríen del continuo fracaso, pero están un poco irritadas: hace frío en el tren.
Un hombre de los pocos que viajan en el vagón se incorpora. En ningún momento se había distraído mirando por la ventanilla, cosa que suelen hacer los pasajeros de este tren. Todo el tiempo había estado observando a las mujeres. Se acercó a la salamandra, abrió la caja de madera y sacó las ramitas más chicas que encontró. El fuego encendió, por supuesto. Y ellas lo apabullaron con sus gracias y exclamaciones. "¿Y ustedes pensaban que así lo iban a prender?", comentó solamente antes de volver a sentarse en su asiento del fondo.
El hombre que encendió el fuego dice que se llama Juan y seguramente es un nombre inventado. Va a Leleque porque trabaja en la estancia homónima, tan famosamente comprada por Benetton. Las mujeres vuelven hacia él, a preguntarle si lo ve seguido, si es cierto que el año anterior festejó ahí su cumpleaños. El dice que sí y sonríe debajo del sombrero de fieltro. Ahora sí es definitivamente bogartiano.
Viajan en el Viejo Expreso Patagónico o La Trochita, el antiguo Ferrocarril Roca que ahora se ha convertido en este mítico tren. Desde 1945 une Esquel con Ingeniero Jacobacci, recorrido de cuatrocientos kilómetros por una vía de sólo setenta y cinco centímetros de ancho. A principios de siglo transportaba ganado en pie y lana de producción patagónica. Ahora lleva turistas atraídos por los trenes de vapor, pero también sigue siendo único medio de locomoción para muchos pobladores locales que se trasladan de pueblo en pueblo, o que trabajan en estancias cercanas.

Esquel y sus metamorfosis

Paul Theroux fue uno de los tantos que viajaron en el Viejo Expreso Patagónico y que escribieron sobre él. No sólo eso, también lo dejó como título de su libro, un viaje en veintidós trenes distintos desde Boston hasta Esquel, que después se tradujo al español como Pasajeros en los trenes de América. De Esquel, último punto de su viaje, escribió: "Divisé las luces un poco después de las ocho. Yo esperaba algo más. Pero no había nada más. Me había imaginado que encontraría un oasis, tal vez álamos más altos, algunos bares invitantes, un restaurante lleno de gente, una iglesia iluminada. O menos: que fuera como alguna de esas estaciones pequeñísimas que había visto desde el tren, como Jacobacci, unos tinglados viejos, unos pocos perros, una campana". Han pasado unos veinte años desde el viaje de Theroux y si bien el oasis sigue sin estar, mucho de lo otro ha crecido en Esquel: más bares, más restaurantes. Es sin duda la ciudad de la zona cordillerana chubutense; los pueblos que la rodean son más chicos. Es también un buen punto de partida.
Hacia el lago Futalaufquen, por ejemplo.

Trevelin y los molinos de viento

Un recorrido de cincuenta y tres kilómetros entre maitenes, cipreses y álamos plateados, también notros y lupines de colores intensos. Cuando se atraviesa la entrada del Parque Nacional Los Alerces se incorporan, además de la especie que es obvia, el cohiue, el ñire, la lenga.
El camino es tranquilo en este verano incipiente y de pronto cruza un catango tirado por bueyes. Algunos pobladores usan ese sistema para ir al monte a buscar la madera que, de otro modo, resulta inaccesible. Una vez en el lago, se pueden emprender todas las actividades que ofrece este parque nacional o simplemente descansar en un pequeño muelle de madera.
Cerca del parque y de Esquel está Trevelin, pueblo del molino. Allí se asentó un grupo de entre setenta y ochenta colonos galeses que continuaba el plan de asentamiento patagónico que sus compatriotas habían iniciado, en 1865, en la zona próxima a península de Valdés, primero en Rawson y después en Gaiman. Gran parte de esa historia se puede ver hoy en el Museo de Trevelin, una apuesta verdaderamente atractiva que funciona donde estaba el antiguo Molino Harinero, imponente construcción de ladrillo a la vista de principios de siglo. Este museo está organizado sobre una base muy inteligente: los descendientes de las primeras familias galesas entregan lo objetos que se exponen ahí en calidad de préstamo. Lo cual, por cierto, propicia la circulación. Hay una cocina de leña que llegó al país en 1897, máquinas para hacer gaseosas, un par de lavarropas manuales de madera que recuerdan uno de los más logrados inventos de Hanna-Barbera para Los Picapiedras.
Más abajo y hacia el Sur se puede llegar hasta el río Pico, un trayecto recomendado para pescadores, es el lugar donde se encuentran las mejores truchas de la Patagonia, y para extremistas, es el punto más meridional del Corredor de los Lagos.

Ceremonias en el pueblo galés

Desde Esquel se puede acceder a Trevelin por la ruta nacional 259, a través de 22 kilómetros que son un placer para la vista.

Qué hacer

  • Museo Histórico Regional de Trevelin: un testimonio de lo que fue la colonización galesa de fines del siglo pasado en la zona. Abre todos los días, de 11 a 20.30.
  • Excursión: es ideal disponer de un día completo para tomar la ruta nacional 259 y hacer un paseo que depara muchas cosas agradables y que finaliza en el Paso Internacional Futaleufú. A lo largo del camino se oberva el río Futaleufú, y se llega hasta la cascada Nant y Fall, destino final de muchas salidas de trekking que se organizan desde Trevelin.
Después de pasar por el Molino Museo Nant Fach, donde se puede observar cómo hoy todavía se puede obtener harina de un molino que funciona con una noria, se accede finalmente a Futaleufú, en Chile, una población con casas de madera muy pintorescas.
  • Canotaje: un recorrido muy tranquilo de 35 kilómetros sobre el río Futaleufú. El trayecto se interrumpe para almorzar y luego continúa hasta el límite con Chile, donde se organiza un agasajo.
  • Ceremonia del té: como corresponde a un lugar que fue colonizado por galeses, en Trevelin hay todo un culto de la ceremonia del té, y hay tres casas que brindan ese servicio. Una de ellas, y muy recomendable, es Nain Maggie, que pertenece a descendientes de una de las primeras familias de la zona. El té incluye la clásica torta negra, pan casero, scons y una gran variedad de tortas. (0945) 80232.
Para obtener más datos acerca de Trevelin y sus propuestas, contactarse con la Dirección de Turismo y Medio Ambiente, (0945) 80120.
María Cristoff

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por Redacción OHLALÁ!


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