Hace seis años, a Julia Gowland le descubrieron cancer de mama y al poco tiempo se le hizo metastasis. Contra todo pronóstico médico, ella decidió seguir viviendo.
Aquí su testimonio:
“Le pregunté al médico: ¿voy a vivir? Y me dijo: Depende de vos.” Un día le deje a mi marido: “Tengo algo acá, en la lola”. A los pocos días me hice una mamografía, pero me dio bien. Igual yo presentí que estaba enferma, lo hablé con el médico y me hice una ecografía mamaria. Tenía cuatro carcinomas, dos infiltrantes y la mayoría de los ganglios tomados.
Hacía menos de un mes le había dicho a una amiga que estaba tan cansada que quería pasarme una semanita echada en el Cemic, y así fue. Lo que es el poder de la mente, ¿no?
“Me juré a mí misma que no me iba a morir.” Lo que sentí cuando me dijeron que me podía morir, fue una sensación rarísima… realmente no la puedo describir… Me acuerdo que el día que me lo anunciaron, llegué a casa y estaban mis hijos, que en eso momento tenían 6 y 8 años, jugando a ser magos. Ahí me dije: “Yo no me voy a morir, a los chicos no los voy a dejar”. Fue un instante, un micro segundo en el que tuve la certeza de que la iba a pelear. Y empezó mi lucha: las quimios, los rayos… Se me cayó el pelo rapidísimo, perdí peso…
Hice de todo, desde visitas a santuarios, la Virgen de Salta, hasta conocer chamanes truchos. Llegué a caer en cualquier lado, la desesperación me llevó a lugares y personajes insólitos. Y está ok, porque todo es válido. Uno necesita creer en lo que sea para salvarse.
“Desaparecí de mi vida” Siento que durante los cuatro años que duró mi enfermedad yo no estuve en esta vida. No se dónde estuve, hubo como un paréntesis y yo era un ente que hacía todo lo que le me decían los médicos: me extirparon una lola, me quedé pelada, me agarró metástasis en el útero, me vaciaron, me reconstruyeron la lola, de todo… Para salvarme no podía especular, no tuve espacio para la duda, había que mandarse y yo me mandé.
“Mi hijos fueron mis maestros” Al principio no podía ver a nadie, no tenía ni fuerza para levantar el teléfono. Los chicos llevaron mi enfermedad sorpresivamente bien hasta que se dieron cuenta de lo que estaba pasando en realidad. Tuvieron problemas, se enojaron mucho conmigo, con el padre, con la vida. Recién cuando yo empecé a estar mejor, ellos pudieron aflojar y demostraron su dolor. Fue muy fuerte. En algún punto el cáncer hizo que yo descuidara mi rol de mamá, no tenía idea dónde estaba la ropa de mis hijos, si se habían bañado o no, si tenían o no tenían tarea. Un día me di cuenta de que mi hija no tenía camisones, ni un solo camisón y ¡yo no tenía la menor idea! De estas cosas, me pasaron millones; no sabía dónde estaban las toallas o dónde guardaban las cosas de la cocina. En los cumpleaños de mis hijos me tiraba en la cama, y cuando llegaba el momento de soplar las velitas, yo no me podía ni levantar. Con esas cosas los chicos sufrieron mucho.
“No podía sacarme la remera para hacer el amor con mi marido” ¿Qué puedo contar de él? Fue un santo que se bancó todo mi enfermedad, mis delirios, mis ataques de llanto… Me ayudó y me cuidó de una manera increíble. Una enfermedad así te cambia toda la vida, la sexualidad, la manera de relacionarte con el otro… Yo ni me podía mirar en bolas en el espejo y él siempre me decía que estaba divina. Ahí me di cuenta todo lo que me quería; estaba con una lola menos y él insistía en que seguía siendo una diosa. La primera vez que hicimos el amor después de mi operación, sentí que era un canto a la vida. Es muy loco tener sexo con una teta menos, pero fue un sexo glorioso, de una conexión casi mística.
“Un poco de humor negro no me vino nada mal” Cuando me quedé pelada me compré una peluca re canchera. Ni el cáncer permitió que yo saliera así nomás a la calle, me podía estar muriendo pero yo estaba hecha una reina. Antes de salir era una ceremonia: le gritaba a uno de mis hijos que me alcanzara la peluca, a otro que me pasara la lola artificial… era un plato.
Un día estaba buscando estacionamiento en Jumbo, daba vueltas y no encontraba lugar, entonces ¿qué hice? Me saqué la peluca, dije que tenía cáncer, puse más cara de enferma y conseguí lugar. Y bueno… aprendí a aprovechar los beneficios ocultos de esta puta enfermedad.
“A mi alrededor se armó una red natural de contención” La hija de mi marido se ocupó muchísimo de mis hijos. Mientras yo estuve enferma, ella fue una madre para ellos. Hubo mucho gente a mi alrededor que me dio una mano. Eso es lo bueno de estas situaciones: le da la oportunidad a los otros de sacar lo mejor de sí mismos.
Inclusive Mimi, la chica que trabajaba en casa, fue un sol, un ser de luz entra tanto caos. Ella me daba de comer en la boca y me decía: “Hasta que no terminés de comer, yo no me voy, señora”. Me ayudó con mis hijos, me mimaba, me hacía de mamá. Fue un gran soporte.
“Mi vida continuaba y no podía quedarme quieta” Hice cursos de reiki, reflexología, un curso de maniobras óseas, estudié a fondo el cuerpo humano. De manera casual comenzaron a llegar pacientes y me empezó a ir muy bien. Eso me ayudó a curarme. Yo hablaba con mis pacientes y, en realidad, me iba hablando a mí. Era como una autoafirmación, como que yo podía. Antes era cero “toquetona”, nada de tocar al otro y con todo esto aprendí a conectarme con el cuerpo. Mi primer paciente fue mi oncóloga.
“Quiero contar que se puede”. Antes no tenía idea de lo que era la vida. No tenía idea de lo maravilloso que es estar sentada al sol tomando un capuchino. Para mí fue como la flor del loto, que nace del barro y luego flota en la armonía del río. Busqué, busqué y busqué, hasta que llegué. Creo que la clave para que no sea tan costoso el aprendizaje es no tener ni odio acumulado ni broncas ni asignaturas pendientes. Después, no hay recetas, sólo hay que tener ganas de vivir.
Prevención
Además del conocido autoexamen de mamas, existen otras maneras de prevenir y estar alertas:
* Pezón umbilicado (metido hacia adentro).
* Cambios de forma o aparición de depresiones.
* Piel de naranja en la mama.
* Pérdida de sangre por pezón.
Los expertos recomiendan hacerse una mamografía por año a partir de los 35, excepto aquellas mujeres que han tenido antecedentes familiares, que deben controlarse a partir de los 30.
Por Soledad Simond. Fotos de Anahí Bangueses Tomsig.
Fuente: Doctora SilvinaWitis, jefa de ginecología de la Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer (LALCEC),
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