Cuando teníamos 20, una de mis mejores amigas anunció que se iba a vivir a una playa en Brasil. Era su sueño y lo quería cumplir. A los pocos años, viajaba a la India convencida de un cambio espiritual interno, y cuando nosotras empezábamos con el yoga, ella ya era instructora. Ahora es madre, está un poco más quieta, estudia astrología y tiene un emprendimiento propio. Se cansa y a veces quiere colgar todo. Pero al rato ya está contándonos algún proyecto nuevo.
Cuando la escucho, en la mesa semanal que compartimos, pienso en cómo ella sintetiza un poco lo que somos las mujeres hoy. No por su movimiento constante, sino por las posibilidades que tenemos, las oportunidades para hacer y deshacer, para elegir según nuestras convicciones.
Hasta hace unos años, el reinado de la mujer estaba en la casa. Y no podía asomar la nariz ni decir lo que pensaba. Fueron unas pocas las que se atrevieron y hoy tienen calles con su nombre.
Por suerte, y gracias a ellas, la cosa fue cambiando. Y el cambio fue total. Las mujeres nos colamos en todos los espacios. En todas las profesiones. Intentamos cambiar y mostrar que hay margen para hacer las cosas de otra manera. Que el poder por el poder no tiene sentido. Que hay que abrir el juego. Hablar. Comunicarse. Hacer redes. Unir.
Estamos todo el tiempo buscando un equilibrio mientras hacemos cien cosas a la vez. Nuestra cabeza está llena de ventanitas abiertas: trabajamos, estudiamos, llevamos los chicos al colegio, intentamos ayudar y dar de nuestro tiempo, nos juntamos con amigas, ponemos la oreja cuando nos necesitan... y, casi como un rezo, cada noche nos proponemos parar y llevar una vida más tranquila.
Hay quienes se preguntan: ¿y todo esto es bueno?, ¿no eran más felices nuestras abuelas? ¡¡¡No!!! Rotundamente no. Estaremos más cansadas, pero no estamos dormidas. Porque hoy tenemos la posibilidad de hacer, de elegir, de cambiar. De esquivar todos aquellos mandatos que nos hacen daño, que nos estancan, que no nos dejan movernos libremente. Hoy sabemos que no hay un camino único ni una sola receta.
Por eso, tenemos que aprender a aplaudir nuestros logros, todo lo que conseguimos y lo que hacemos cada día. Hacer silencio para escuchar nuestra voz interior. Desplegar el mapa de nuestra vida y emprender el viaje por ese territorio en su totalidad, sin que queden zonas inexploradas, infértiles.
Y esto y mucho más es lo que celebramos este 8 de marzo, Día de la Mujer, y todos los días de nuestra vida.
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