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"Todos necesitamos ser mirados": el poder de ser vos misma para estar ahí para los demás

En el editorial de Sole Simond de marzo, reflexionamos sobre la importancia de mirar y ser miradas, como una herramienta para conectar con tu propio poder y el reconocimiento de los otros, en actitud de servicio.


"Todos necesitamos ser mirados": un mantra que se convirtió en aprendizaje.

"Todos necesitamos ser mirados": un mantra que se convirtió en aprendizaje. - Créditos: Getty Images



Me estaba yendo de una jornada de yoga para chicos en el barrio Malvinas Argentinas, donde la Fundación El Arte de Vivir viene acompañando desde hace años al merendero Mi Sueño, cuando un chiquito larguirucho que yo veía por primera vez en mi vida, con carita de asombro, se me acercó y, al despedirme, quedó abrazado a mí durante un minuto. Yo estaba arrodillada, así que nos abrojamos en ese abrazo de cabecitas que se apoyan en el hombro del otro, mientras pensaba: “¿esto es normal?”, “¿será que lo estoy apretando muy fuerte por eso él no se llega a soltar?”, “mis sobrinos a veces no me quieren ni saludar”, “¿será Dios?”, “¿tendré que yo ponerle un fin al abrazo?”. En esos 60 segundos, mi mente no paró, y al mismo tiempo mi cuerpo se aflojó en la liviandad de ese cuerpito espigado y presente, “es como abrazar el aire”, pensé. Una sola vez me pasó eso, ahora que lo pienso. En India, más precisamente, en ese primer viaje que hice, cuando, después de una meditación que había guiado Sri Sri Ravi Shankar, no sé cómo terminé en el escenario y pude abrazarlo, nunca más en 20 años de mi camino espiritual volvió a sucederme. Tuve la sensación de abrazar la nada. Fue muy rara, la sensación. A diferencia del abrazo con mi amiguito, que se me hizo eterno, este fue muy fugaz. Pero todavía lo recuerdo.  

La revelación que tuvo Sole en una jornada de yoga para chicos en el Merendero Mi Sueño, en Malvinas Argentinas

La revelación que tuvo Sole en una jornada de yoga para chicos en el Merendero Mi Sueño, en Malvinas Argentinas - Créditos: Sole Simond

 

Finalmente, hubo un momento en que se hizo un silencio en mi mente y ahí él se soltó y me dio un beso. Estábamos en la sala donde funciona el merendero barrial, y yo miré a mi alrededor: ¿alguien más había sido testigo de ese abrazo? Él salió disparado y yo me quedé quieta. En ese shock de pertenencia, me subí al auto para volver con el grupo a casa, y volvió mi mente eficiente y resultadista: “¿ponen música cuando vienen?”, “¿cantan el sonido om?”, “¿participan las mamás?”. Como era mi primera vez en ese barrio, estaba aprendiendo la metodología. Hasta que, en un momento, la líder del proyecto, mi amiga Naty, me interrumpió: “¿Sabés lo único que importa cuando venimos? Mirarlos a los ojos”. Sentí cómo todas mis intervenciones retrocedían a la fuerza comiéndome mis palabras. Me quedé en silencio. “Ah, claro, ser mirados”. “Sí, pensá que muchas veces las mamás tienen muchos hijos, preocupaciones, la mayoría de las veces no hay ni papá presente y no llegan a prestarles la atención suficiente o a tener contacto físico”, siguió. Decirte que se me quemaron los manuales, me queda corto, fue más bien como si ese día comenzara a descargarse un nuevo software. Algo nuevo, algo tan innovador que todavía no llego a ponerlo en palabras.

"¿Sabés lo único que importa cuando venimos? Mirarlos a los ojos..." - fueron las palabras de Naty luego de la experiencia.

"¿Sabés lo único que importa cuando venimos? Mirarlos a los ojos..." - fueron las palabras de Naty luego de la experiencia. - Créditos: Sole Simond

Y lo más curioso es que esa misma semana entrevisté a Sabrina Landesman: ella fue coach laboral mía durante más de un año, clave en mi crecimiento exponencial como líder, y le preguntaba por las herramientas para el desarrollo profesional, ¿y sabés qué me dijo? Mirar a tus equipos. Mirar a esas personas que te rodean, a veces implica invitar a una charla, otras veces es registrar un logro, o darte el espacio para el reconocimiento, otras es simplemente escuchar un mal día o dar un feedback. Y cuando Sabri me contaba esto, en efecto dominó, la revelación me tomó el cuerpo: “todos necesitamos ser mirados”. En el barrio más vulnerable y en la corpo, en nuestras familias, con nuestros amigos, en nuestras diferentes tribus, y, sin embargo, tantas veces nos sentimos invisibles.

 

Entonces, pensé cuál había sido mi propio antídoto y descubrí que era mirarme. Mirarme a mí misma, tener la valentía de mirar mis duelos, mis heridas, mis defectos, pero también mis dones, mis expansiones, mi claridad. Verme es mi manera de acompañarme. De estar ahí para mí y darme cuenta de que existo. Dejar de esperar ESE reconocimiento, ESE amor, ESA aprobación, y ser capaces de volvernos autosustentables. Muchas veces los otros son los testigos de nuestra propia vida, pero ¿cómo sería contemplar con honor nuestra existencia? Es mi manera de estar menos rota, es la manera de mirar más y mejor a otros rotos. Me devuelvo el poder de la mirada, porque –lo sabemos– la revolución es ser nosotras mismas, pero más que nunca para estar al servicio. Si no, creo yo, es más de lo mismo. 

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