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Palabras inolvidables para volver a empezar




Muchos años atrás, un hombre entró de manera inesperada a mi vida; durante cuatro meses nos vimos casi a diario. Fue una de esas relaciones intensas, de esas en donde uno no entiende bien cómo comenzó y por qué terminó. Él tenía un hoyuelo en el mentón, se conmovía fácil y era la reencarnación casi idéntica de Jim Morrison, tanto en apariencia como en sus movimientos.
Siempre que hay vientos o tormentas fuertes me acuerdo de él. Solía decirme que cuando la naturaleza sopla con tanta fuerza, algo distinto está por pasar. Algo va a cambiar.
Estos días, el viento me trajo esa sensación junto al sentimiento de melancolía que nos invade cuando se aproxima un cambio inevitable.
Pienso poco en él, en este hombre, pero cuando lo hago no puedo evitar reflexionar acerca de la existencia de cada uno de los seres humanos, atravesada por mil vidas en una misma vida, mil historias dentro de nuestra historia y, en todas ellas, personas que entran y salen. Pocas que quedan.
Y cada una viene por algo, trae consigo un mensaje, una enseñanza. Con él fue como mirarme al espejo: una persona hipersensible, demasiado existencial, un poco conflictuado acerca del por qué del mundo, las cosas y la vida. Nos quedábamos hasta el amanecer debatiendo sobre esos sentimientos. Hoy, con el paso de los años, y al recordar ese vínculo, aprendí que quiero disfrutar más y pensar menos; también me doy cuenta de que tener dos almas con emociones demasiado parecidas resulta a veces un poco insufrible. Por eso no iba a funcionar nunca. Pero, ufff, si me habré deleitado con esos días de lluvia escuchando juntos Radiohead.
Dejo un tema de uno de nuestros discos favoritos, uno que él escuchaba en sus pausas de trabajo, mientras dormitaba bajo sol:
“Feliz primavera”, me dijo hace ya casi dos semanas una viejita de pelo totalmente blanco y arrugas incontables. Una desconocida que me crucé por la calle mientras caminaba a la estación. Seguramente jamás la vuelva a ver. Mil vidas en una vida, sí. Personajes principales, secundarios y extras. Llenos de extras de los cuales jamás conoceremos su nombre ni su historia.
Y así, entre vientos fuertes y sensaciones de cambio, también me crucé con mi vecina María: “Cari, me mudo. Es estresante y me costó ¿viste?, pero es un lugar más lindo y la ubicación es muy buena. Así que ahora que me hice la idea, estoy muy contenta. Te deseo todo lo mejor, preciosa.”

Después de la breve charla entré a casa, saqué jugo de la heladera y vi ese papel escrito que ella me había regalado al día siguiente de mi mudanza, hace un año y medio. Es un papel que tengo colgado con un imán. Una de esas cosas que ya forman parte cotidiana del paisaje hogareño y que uno de alguna manera deja de ver. Entonces recordé el día en el cual me lo dio, como si fuera ayer. Mi casa estaba totalmente vacía. Yo estaba parada tratando de imaginarla con un sillón y un cuadro, cuando sonó el timbre. “Hola, soy tu vecina María. Quería darte la bienvenida y decirte que podés contar conmigo para lo que necesites.” Ella tendría unos sesenta y cinco años y traía frasquitos con especias de regalo. “Amo las especias”, pensé, “hay gente que te conoce hace años y nunca le pega con los regalos y acá está María, que sin conocerme le dio en el clavo.” Y entonces de la nada me puse a llorar. “¿Qué pasa mi amor?”, me dijo. Le expliqué que todo lo que tenía lo había vendido, regalado o estaba en Tierra del Fuego, que me había separado y que su regalo era de lo primero nuevo que entraba a mi hogar. Entonces me agarró la mano y me contó que cuando su marido había muerto, sintió que todo se había ido con él, pero que uno saca fuerza y valor de donde sea y que se puede volver a empezar.
Ese mismo día, unas horas más tarde, María volvió con ese papel que hoy tengo colgado en la heladera. “A mí me sirvieron estas palabras en su momento para volver a empezar”, me dijo.
Esto fue lo que recibí:

Lo más probable sea que no vuelva a ver a María. Fue otra persona que llegó y se fue, como aquel hombre sensible que conocí años atrás. Como muchas personas que surgen en nuestras vidas con la intensidad de un viento fuerte, y se desvanecen cuando el clima cambia.
Y, sin dudas, dejan su marca.
En sus vidas, ¿les pasó conocer personas especiales que no llegaron para quedarse, pero de las cuales recibieron un aprendizaje inolvidable?
Beso,
Cari

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