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Papelones de borrachera

La cantidad de copas en una noche es directamente proporcional a tu falta de compostura: cinco cosas que no nos animamos a hacer estando sobrias; mirá la lista.




Dicen que el alcohol es un lubricante social porque anula las inhibiciones. De cuando en cuando, una copita de más nos ayuda a hacer cosas que no nos animamos a hacer estando sobrias.

Llamar a un ex

Así como los cigarrillos avisan que fumar es perjudicial para la salud, el celular debería traer una leyenda que diga: "Si bebe, no llame". Cada vez que tomamos de más, las mujeres tenemos la misma compulsión: llamar por teléfono a un ex. Con el cerebro atontado por el vodka, creemos que confesarle nuestro amor a un viejo novio o a un compañero de trabajo es un acto de valentía romántica.
Imaginate: "Hoa Jaun, soy Patishia y sha shé que me dijiste que no más llamara pero to extrañi jaun y queiro que sepasmucho que anque nos vimos un vez pienso en vos y queiro tener todos uts bebes, te amo chauuuuuuuuu". Pero al otro día, cuando nos acordamos de que ese ex nos dejó por una amiga o que ese colega está casado con la recepcionista de la oficina, esa sensación corajuda se transforma en un intenso deseo de mudarse de planeta.

Liberarnos demasiado

Con tres o cuatro copas encima, una puede llegar a pensar que algunas ideas malas en realidad son buenas. Que bailar sin ropa sobre el parlante de un boliche heavy metal es fresco y ocurrente, que hacer un striptease en una fiesta del trabajo es un derroche de sensualidad, y que todos van a festejar nuestra iniciativa para el karaoke, aunque sonemos como un mueble arrastrado por el parqué. Puede pasar.
El cerebro, cuando está entonado, puede pensar muchas cosas. ¿Acaso la gente no se emborracha y se casa en Las Vegas? ¿No hay personas que amanecen con un tatuaje que dice: "Carlos, haceme tuya", luego de una noche de descontrol? Es innegable: en el momento, nos divierte. El problema viene al otro día, cuando descubrimos el tatuaje, o tenemos que volver a la oficina y saludar a todos los que nos vieron en bombacha bailando temas de Chayanne.

Ponernos emocionales

Dos copas de alcohol activan cuatro clases de borrachas emocionales: la llorona, la cariñosa, la chistosa y la enojada. A la llorona, por ejemplo, el alcohol la pone melancólica y plañidera. Se acuerda de algo que le pasó hace mucho tiempo o de algo sin sentido (cuando se murió su hámster Pinki, o que perdió el labial que tenía en el bolsillo) y se pone a llorar como una nena de 4 años que no durmió la siesta. La cariñosa, en cambio, necesita abrazar y cargosear a todo el mundo con sus declaraciones de afecto: "Amiogooo, quero deijir qeu te queiro mucho y ol que pasado pasado, lo imporotante es aimistad de acá (se golpea el pecho), te quero mucho uuuuucho". También está la graciosa, que repite el mismo comentario tonto como un disco rayado: "¿Vearon la peulca del ombre ashá? Che, ¿veraron al peuluca del ojmbre ash?, ¿vearion al peluco el ombr ese questashá?". Y, finalmente, está la enojada, que no llora, ni se tira al piso, pero se enoja con el barman porque ya no le sirve más y con el novio porque, según ella, miró a otra mujer.

Tener sexo con alguien prohibidísimo

Nadie está exento de pecado. Podemos sentir el deseo irrefrenable de acostarnos con el novio de una amiga, podemos enamorarnos de nuestro jefe, e incluso podemos fantasear con un chico muchísimo menor. Sin embargo, de ahí a concretar esas fantasías hay un abismo. Nadie quiere lastimar a un ser querido o arruinarse la carrera por un caprichito. Sin embargo, hay ocasiones en las que ese razonamiento maduro se borronea hasta quedar imperceptible. Por ejemplo, cuando tomamos de más. Sobria, una es amiga, es empleada, es una mujer hecha y derecha. Con cuatro daiquiris encima, una es una irresponsable que sólo piensa en su propio placer. A veces, las consecuencias son buenas ("¿Quién dijo que acostarse en la primera cita o con un amigo siempre tiene que terminar mal?") y a veces, malísimas ("¿Quién dijo que tu amiga no te va a pisar con el auto cuando se entere de la verdad?"), pero siempre hay consecuencias.

Arruinar la salida

Con una copa, te deshinibís un poco. Con dos, te ponés emocional. Con tres, te animás a hacer papelones. Con cuatro, tambaleás entre el desliz y la traición. Y con cinco o más, la diversión se va a otra fiesta. Vomitar arrodillada en el baño de un boliche, perder la cartera, quedarse dormida en cualquier parte, romperse los dientes contra el piso, o decir cosas de las que no hay retorno son cosas que pueden resultar divertidas diez años después, transformadas en anécdota.
Si bien todas alguna vez lo hicimos, a ninguna mujer le gusta sostenerle el pelo a otra mientras vomita o tener que volverse de una fiesta porque alguien se siente mal. La única excepción a la regla son las penas de amor. Si una amiga se emborracha porque le acaban de romper el corazón, aunque esté insoportable y te haya arruinado la salida, tenés que llevarle la cartera, vigilarla mientras duerme en cualquier parte, atajarla antes de que se caiga al piso y hacerla callar cuando va a decir barbaridades. Las dos van a recordarlo diez años después con una sonrisa.
Por Carolina Aguirre. Ilustración de Sonni

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