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Parir en la Maternidad Estela de Carlotto (II Parte)




Mayo es el mes del parto respetado y uno de mis preferidos como comunicadora especializada en temáticas de maternidad. Informar sobre los derechos de los recién nacidos y sobre qué es la violencia obstétrica me parece fundamental. Las próximas semanas vamos a compartir relatos, estadísticas y refexionar sobre la forma en la que nacen nuestros hijos. Las invito a acompañarme.
El año pasado les conté cómo funciona la Maternidad Estela de Carlotto. Es una maternidad pública para embarazos de bajo riesgo y tiene una tasa de cesáreas del 13%. Hoy quiero compartir con ustedes tres relatos de parto que tuvieron lugar en esa maternidad.

“Nadie nos trató tan dulcemente”

Por Romina Sagula, (fecha de parto:7 de abril de 2016)
Romina Sagula: "Nadie nos había tratado tan dulcemente"

Romina Sagula: "Nadie nos había tratado tan dulcemente"

A Nina no la buscamos, ella nos encontró rápido. Un día dejamos de cuidarnos y en la próxima ovulación ya estaba embarazada.
Con Pablo, mi marido, alguna vez habíamos hablado de parir en casa pero nunca profundizamos en la idea ni nos informamos bien. Así fue que tramité mi ingreso en una prepaga con la intención de tener el parto en un sanatorio privado. Estaba al tanto de la ley de parto respetado y del negocio de las “innecesáreas” pero aun así para mí existía una sola forma de parir: acostada en una camilla, en una sala de parto con luces fuertes, enfermera, mi marido y el obstetra amigo que me acompañaría durante los 9 meses. Evidentemente estaba embaraza y desinformada. O, mejor dicho, informada a medias.
Con el devenir de los meses busqué, leí y asimilé toda la información que pude sobre partos fisiológicos y sin intervenciones. También sobre lactancia y crianza con apego. Mientras tanto en el sanatorio de la prepaga había recorrido los consultorios de cuatro obstetras y ninguno me convencía. Ninguno me aseguraba el parto que quería. Nos vendían planes personalizados, habitaciones individuales, cursos de pre parto. Sentíamos que estábamos aplicando para una tarjeta de crédito.
Ese ese camino de búsqueda conectamos con Vivi Andini, partera de la Maternidad Estela de Carlotto. Con ella hicimos el curso de preparación y finalmente escuchamos que parir en libertad era posible. Y a 40 minutos de casa.
Fuimos un domingo a conocer la Maternidad y salimos con un turno para la semana siguiente, donde evaluarían si nuestro embarazo era de bajo riesgo. Era la semana 36 y no sólo no había hecho vínculo con ningún obstetra si no que ahora estaba por cambiar de institución.
Recuerdo cada detalle de ese primer turno, porque nadie nos trató tan dulcemente durante todo el embarazo. Salimos del consultorio llorando, fundidos en un abrazo, motivados por la felicidad de haber encontrado, por fin, lo que tanto ansiábamos. Solo faltaba que nuestra hija decidiera cuando nacer. Fue en la semana 41 cumplida.
La madrugada del 7 de abril del 2016 me desperté, perdí el tapón, rompí bolsa y comencé con contracciones rítmicas cada 3 minutos durante 3 horas seguidas.
Llegamos a la Maternidad en franco trabajo de parto. Yo ya no podía hablar, caminar, pensar. Guardia. Tacto. 7 centímetros de dilatación. “Andá a desayunar y volvé en media hora”, me dijeron. Me encerré en el baño mientras mi marido del otro lado de la puerta, suave, me preguntaba si todo seguía bien. Pasaron los 30 minutos más largos de mi vida e ingresamos a la sala.
Allí, tres parteras y yo estábamos en una habitación de luces bajas, lámparas de sal, una camilla, un banco de parto con florcitas pintadas a mano, un baño y una pelota de esferodinamia.
Mientras Pablo se colocaba su bata y firmaba la admisión las chicas me seguían en silencio, y de vez en cuando, muy respetuosamente me consultaban si quería escuchar música, una ducha caliente o masajes. Yo dije a todo que sí, en piloto automático.
Me recosté sobre la camilla para el segundo y último tacto. Ya estábamos. Pasé al banquito, desnuda, con mi compañero sosteniéndome desde atrás. La llegada de Nina era inminente.
Me consultaron si quería ver con un espejo, si quería tocar la cabecita coronando pero no me animé. El dolor era tal que no me conformaba con ver tres pelitos asomando. Quería creer que faltaba poco, ¡poquísimo! Y sí, tres pujos y dos gritos eternos después, recibí a Nina con mis manos y la coloqué en mi pecho. Nunca había recibido tanto amor.

"Nacer mejor, vivir mejor"

Por Lucía Otero (fecha de parto: 22 de febrero de 2017)
Lucía Otero: Nacer mejor, vivir mejor

Lucía Otero: Nacer mejor, vivir mejor

Sabíamos que nuestro segundo hijo iba a nacer en la MEC desde antes de su concepción. Mientras lo buscamos, me uní a distintos grupos y tribus virtuales donde accedí a información y conocí la maternidad. Mi primer parto había sido vaginal, pero muy intervenido innecesariamente y decorado con maltrato de comienzo a fin. Cuando comencé a informarme sobre violencia obstétrica, la herida de un parto robado se agrandó. Cada cosa que leía me notificaba de una nueva acción obstétrica violenta sufrida, que yo había naturalizado. Comprendí que el abuso no fue sólo sobre mi cuerpo, sino también, sobre mi bebé. Lloré mucho, le pedí perdón, y traté de sanar y reparar ese daño con mucho amor.
Buscamos a Rocío con mucho deseo. Luego de 6 eternos meses tuvimos nuestro test positivo. Y con él los interrogantes: ¿Lograremos nuestro parto? ¿Conseguiremos que el sistema de salud respete los derechos de nuestro bebé?
Hicimos un curso de preparación a la mater/paternidad. Fue clave para conectarnos con la fisiología del parto, y con lo que íbamos a vivir llegado el momento. Estábamos listos y seguros para atravesar el trabajo de parto en la intimidad de nuestro hogar, y cuando fuera el momento, salir hacia la maternidad.
El 21/02 tuve control con mi obstetra particular quien sabía y apoyaba con humildad y respeto mi decisión de parir en la MEC. Charlamos de mis miedos, y ella me dijo que confiaba en mí, que lo iba a lograr. Esa tarde empecé a perder tapón. Me quedé tranquila. Limpié toda la casa y fue a comprar la pelota que nos faltaba.
El 22 me levanté a las siete de la mañana con una puntada. A las ocho otra. Las contracciones llegaron rítmicas y potentes.
Fui a la ducha, me puse en cuatro patas y el dolor cedió un poco. Al salir rompí bolsa. Me puse en cuclillas y por varios minutos no pude moverme de esa posición. Le dije a mi pareja que no iba a poder. Pensaba en la lejanía (40 min aprox), en que si no podía caminar, mucho menos iba a poder subirme al auto. Sebas me calmó y me transmitió paz.
Me puse un vestido y me metí al auto en el asiento de adelante, mirando para atrás, apoyando las rodillas en el asiento. El viaje en auto fue eterno. Las contracciones eran muy fuertes y me pedían pujar. Seba pasaba semáforos en rojo y entre contracciones nos mirábamos con ternura y complicidad. Estaba sucediendo. Estábamos cerca. Rocío llegaba a nuestras vidas.
Llegamos a la maternidad y una partera me llevó a la sala de parto. Necesitaba pujar. Entré y me puse en cuatro, con la panza apoyada en la pelota y abrazada a Seba. Ahí sentí el aro de fuego. La partera me avisó que había salido la cabeza, me preguntó si la quería tocar y ese momento me llenó de fuerzas para lo que faltaba. “Un pujo más y nace”, me dijo la partera y yo pujé con un grito animal, salvaje, acompañando la fuerza de tantas mujeres que me animaron a parir. Lo habíamos logrado.
Seba cortó el cordón cuando dejó de latir; respetando la “hora sagrada”. Yo hice el alumbramiento de la placenta con Rocío en brazos. No hubo desgarro ni complicaciones. Nuestra bebé tuvo el mejor comienzo.
No tengo más que palabras de agradecimiento. Todavía me siento desbordada por la experiencia. La cuento o la recuerdo y me emociono mucho. Por otro lado, pensé que iba a reparar y sanar mi primer parto, la verdad que no. Creo que esto fue maravilloso y que nos marcó como familia, pero el primero parto seguirá allí, recordándome que la violencia obstétrica se sigue robando los encuentros de muchas familias, la impronta de muchos bebés, la sexualidad de muchas mujeres. ¡Sabemos parir, nuestros bebés saben nacer!

“En mis brazos su cuerpito largo y caliente, su llanto y la felicidad”

Por Anabella Agüero (fecha de parto: 22 de marzo de 2017)
Anabella Agüero: En mis brazos su cuerpito largo y caliente, su llanto y la felicidad

Anabella Agüero: En mis brazos su cuerpito largo y caliente, su llanto y la felicidad

Al cumplir los 36 años ya estaba conmigo. La sorpresa la confirme varias semanas después. Todos los síntomas estaban presentes y eran mucho más fuertes que en mis otros embarazos. Ya teníamos a Gael de 6 años y a Charo de 3. No buscábamos ampliar la familia pero Anna nos eligió.
La fecha de parto era para el 20 de marzo, así que todo el tercer trimestre lo pasé entre la pelopincho y el aire acondicionado. Pude darme el gusto de un embarazo sin trabajar, dedicada a mis pequeños y a mí. No subí mucho de peso pero mi panza era muy grande. Los últimos días ya no quería salir de casa porque absolutamente cualquier ser vivo que me cruzaba decía algo de mi panza.
En 2010, nació mi primer bebé por parto vaginal, desprendimiento de membranas, oxitocina, peridural y episiotomía. A fines de 2012 tuve el segundo parto. Para ese momento yo ya estaba mucho mas informada de partos respetados, salud neonatal e intervenciones innecesarias. Pero la vida me trajo algunas extrañas coincidencias. Mi hija Charo venía algo baja de peso, causa suficiente para mi obstetra de ese momento para inducirme el parto en la semana 36. Quedé muy herida de ese paso por neo y sobre todo de esa lactancia que costó tanto.
En este último embarazo busqué grupos de contención, investigue lugares y profesionales respetuosos. Conocí a Gonzalo, mi obstetra, en la Trinidad de Ramos, y supe que trabajaba en la maternidad Carlotto. Él me invito a llevar adelante mi parto como yo lo soñaba. Y yo soñaba con la MEC. Soñaba despierta y dormida con mi parto revancha, sin intervenciones y sin separaciones de mi bebe.
El 22 de marzo de 2017, a las siete sonó el reloj. Había que llevar a Gael a la escuela. Me acosté a hacer fiaca diez minutos más y algo hizo “plop”, una pérdida de líquido. Hacía una semana que venía con contracciones y falsas alarmas. Muy suavemente empezaron los dolores. Mi suegra se llevó a mis hijos, busqué el bolso y llamamos al remís para ir hasta la Carlotto.
No bien el auto arrancó me di cuenta que era el momento. Las contracciones eran muy fuertes. Llegamos a la maternidad, un obstetra me revisó y me dijo que tenía ocho de dilatación. Las bacteria del estreptococo había dodo positiva así que tenían que pasarme antibiótico. Me llevaron a la habitación y empecé a morir de dolor. Mauro, el obstetra, se fue a cambiar, firmé el consentimiento temblando, me inyectaron el antibiótico, me pusieron música suave y la luz bien bajita y nos dejaron un rato solos.
Las parteras, que eran tres, entraban de a una, un ratito y se iban. Yo cerraba los ojos, trataba de relajar, de disipar el miedo, de concentrarme. Cada puntada de dolor me llevaba a otro mundo, no podía hablar, ni mirar ni concentrarme en nada más. Mientras perdía el tapón me duchaba, y trataba de usar la pelota de esferodinamia.
Finalmente usamos la camilla convertida en sillon de parto. Dilatación completa. “Cuando estés lista puja”, me dijeron las parteras. Fueron cuatro horas más. Cuando realmente pensé que no podía mas, que no tenía fuerzas, que me iba a desmayar, ahí empuje fuerte y Anna, mi hijita, empezó a salir. Sentí el aro de fuego, la muerte, y segundos después, la vida. En mis brazos su cuerpito largo y caliente, su llanto y la felicidad. Se aquietó en mi pecho, media hora en mi pecho.
¿Qué les parecieron estos relatos? ¿Conocían esta maternidad?
*Les cuento que esta semana empecé a coordinar rondas de crianza para mamás con bebés de 0 a 12 meses. Si alguna está interesada me puede escribir por mail a crianzaentribuok@gmail.com
Debbie

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