M ERCEDES, Corrientes.- Siempre que un viajero se acerca a un territorio tan inmenso tiene la sensación de que apenas puede mojarse los pies en el paisaje que la región le propone, que las posibilidades de conocer el corazón de la comarca son limitadas, que la mirada de los lugares periféricos es todo lo que se garantiza antes de la partida.
Pero si se dispone de lanchas con motores de gran autonomía, de chalanas impulsadas por botadores de caña tacuara, de una buena flotilla de canoas, de un aerodeslizador, de una tropilla de caballos nadadores y de un cuerpo de guías adiestrados desde la infancia en los esteros del Iberá, varios de los 15.000 kilómetros cuadrados que componen este sistema natural sin duda van a ser testigos del cosquilleo que son capaces de provocar en cada visitante.
Por esos artilugios de la técnica y el deporte, las más de 400.000 hectáreas posibles de ser visitadas en el complejo de tierras bajas correntinas en el Iberá casi tranquilamente podrían duplicarse en sensaciones y panorámicas si se investiga la vida debajo del agua.
Un fascinante mundo de vida subacuática en el que la mayoría de los animales que habitan en los esteros frecuenta en su vida cotidiana. No existe carpincho que no deje de arrojarse al agua a juguetear con sus crías, no hay yacaré que se resista a darse un chapuzón de frescura luego de haber dormitado al sol bajo los cálidos rayos del mediodía.
Las garzas deben meter el pico en las lagunas y hacerse de diminutos pececillos para alimentarse. Asimismo, el lobito de río pasa muchos más momentos del día dentro del agua que fuera de ella. Hasta el diezmado ciervo de los pantanos de vez en cuando experimenta, a nado, buenos tramos del estero para cruzarse de un tapial a otro.
Los esteros del Iberá constituyen un ambiente acuático. Sin la humedad que los caracteriza no serían los esteros, sino las pampas o los campos del Iberá, con terrenos para ser cultivados y recorridos a caballo. Pero no. Ya sea por las abundantes lluvias de gotas gruesas que recibe o por el aporte de las vertientes naturales que emergen desde el norte de la provincia, los esteros del Iberá son, como muchos sostienen, uno de los ecosistemas más valiosos de la Argentina y de absoluto dominio de las aguas.
Interesarse por el Iberá subfluvial, permitirá apreciar la complejidad del sistema de vida de la fauna y flora que le da existencia. Entre suelos arcillosos, arenosos o cubiertos de algas multicolores, aparecen los dorados del Iberá -una especie de colores diferentes de la que habita el río Paraná-. En los bajos correntinos, el dorado se presenta como uno de los peces más llamativos, con tonalidades bien definidas y una gradación de pintas amarillas que varían hacia un negro brillante, además de alcanzar tamaños sugestivos.
Por riachos cristalinos
El mundo que se percibe sobre los botes -desde donde los buzos se lanzan al espacio sumergible- también es maravilloso. Miles de canales se interconectan, islas flotantes llamadas tapiales o los embalsados se mueven con las corrientes internas del Iberá modificando la escena permanentemente.
Al desplazar un poco la mirada por encima de los pajonales asoman las islas de tierra firme, sobre la que se asientan los pobladores residentes del Iberá. Algunos son indios que utilizan como plato el caparazón de tortuga y otros, grupos criollos de entre 3 y 20 personas, que viven de los alimentos naturales que la comarca cobija.
Sin caminos que atraviesen los esteros, la solución de traslado de los pobladores pasa por hacerse de una chalana angosta, tal vez de madera timbó -misionera o de la zona- remachada con latón. Un botador, un palo de caña tacuara de 4 metros de largo, ayuda a los nativos ribereños a moverse sigilosamente entre los juncales apoyando la vara en el fondo arenoso o arcilloso de los esteros y les da el accesorio necesario para remar cuando vadean algún río de aguas profundas.
Hacia el sur de los esteros del Iberá, el agua desemboca por el río Corrientes, que aun en tiempos de sequía mantiene el caudal. La profundidad de los arroyos permanentes de este ecosistema supera los 7 a 10 metros, lo que permite que peces de gran porte -surubíes, dorados, sábalos y tarariras- sean vistos con facilidad.
Para los que se animan a colocarse las antiparras, las criaturas naturales no temen el acercamiento, en especial en aquellas zonas del Iberá donde la depredación de la fauna es de menor impacto. Los esteros del Iberá poseen aguas cristalinas. La tonalidad del agua, dependiendo de lo que haya en el fondo, oscila entre un amarillo que vira al marrón y un azulado también desplazado un poco al trigueño. Para los que van a explorar esas otras miles de hectáreas que están bajo la superficie de las islas y los canales, la visibilidad es muy buena por sectores. Nada tienen los esteros del Iberá que los asemeje a un pantano o a una zona fangosa, barrosa y sucia. El agua pocas veces se estanca. Corre y fluye a una velocidad lenta, aunque por tramos se acelera de acuerdo con la orientación que lleva.
Descanso junto al estero
Rincón del Diablo es una estancia de corta vida que se halla a unos 60 kilómetros de la ciudad correntina de Mercedes. Luego de dar vueltas a la plaza, apreciar las casonas de tipo colonial con pintura deslucida y respirar el aire apacible de sus calles, una ruta de tierra que finaliza en la colonia Carlos Pellegrini conduce hasta uno de los bordes más australes del Iberá. Una pequeña casa con muchas comodidades, con aire acondicionado en las habitaciones, actúa de base de descanso y nutrición para las excursiones que se emprenden por el ecosistema natural. Chipá, el delicioso pan con queso del Nordeste, quesos y dulces hechos de leche de búfala, pastelitos de guayabas, chivitos a la pizza, guayabadas y una serie de platos regionales, que supervisa el anfitrión Luis Cemborain, aguardan para recargar de energía al turista a la vuelta de sus salidas a la naturaleza.
Un canal artificial conecta el Rincón del Diablo -llamado así sólo para incitar a que el viajero pregunte indefectiblemente por el origen del nombre y sin ninguna otra vinculación territorial- con la primera de las lagunas del Iberá que aparece en esa latitud, la laguna Grande, un espejo de agua de poca profundidad y de escasa circulación de corriente, donde los buceadores pueden explorar los secretos subacuáticos de la comarca; donde los observadores de aves pueden dar sus primeros enfoques a los chajás, garzas blancas, federales, ipacaás y otras tantas especies, y sitio en el que se puede practicar la modalidad catch and release (captura y liberación) del dorado, actividad que atrae a la estancia a decenas de extranjeros.
Los dos mundos del Iberá se conectan sin límites. Entre el cielo y el agua o entre el agua y el suelo. Los animales de los esteros oscilan en ambos universos para su supervivencia. El caracolero moja sus garras para capturar al molusco de agua dulce, el yacaré humedece la piel para abrir la bocaza frente a las palometas, la curiyú sale de su vida de letargo para engullirse algún distraído roedor. Todos se zambullen y todos salen del agua varias veces al día, hasta los peces con sus saltos de malabaristas.
Sobre el agua están los sonidos. De monos distantes o de quejidos de yacarés a punto de ser sitiados por cazadores, de aves libres o de carpinchos que recobran la esperanza de vivir gracias a la acción de algún guardafauna. Bajo el agua está el silencio, los colores y las criaturas flotantes que burbujean con pasividad.
Pureza subacuática
Pero algo tiene este cosmos subacuático que lo de arriba no puede dejar de padecer. La persecución, el acoso de animales que se percibe en el aire del Iberá: debajo del agua no se ven las señales de humo que los cazadores realizan antes de regresar a tierra firme con sus lanchones sobrecargados de pieles. Debajo del agua nadie escucha que cinco pieles valen lo mismo que un kilo de yerba o azúcar. Allí todo es silencio y naturaleza, es el mejor refugio que los animales encuentran para vivir en libertad y una excelente manera para que el viajero se entremezcle con la flora y fauna del Iberá, sitios que en época de seca podrán pasar a ser tierra firme. También, la temida y mítica palometa, la versión gauchesca de la piraña brasileña amazónica, se pasea en sus dos trajes de escamas, el ambarino y el azulado. Y si alguien de los que está sobre un tapial molesta a un yacaré que reposa, el salto del animal al agua puede caer por sorpresa.
Si alguien quiere incursionar en la práctica del buceo, un par de patas de rana y una máscara de oxígeno con tubo para respiración permiten, desde el límite de los dos mundos del Iberá, mirar el paisaje del fondo porque la luminosidad en días de sol lo permite y porque la profundidad en determinadas partes no supera los dos metros o incluso menos, como en algunos sectores de la laguna Itatí, en la que además se halla la isla del Ombuzal.
Cuevas bajo tierra, recovecos, plantas alargadas, irupés, vegetales de tonalidades rojizas, verdosas o marrones. Suelos arcillosos, arenosos, con partículas en suspensión o con una visibilidad total. Tanques sin la necesidad de chaleco de neoprene, debido a una temperatura del agua muy agradable, hermosos paisajes dentro y fuera del agua. Un lugar ideal, de naturaleza plena, para realizar su bautismo junto a algún instructor de la Escuela Belgrano Buceo, que viaje hasta el Iberá para luego pensar si la inmersión con tanque de oxígeno queda preservada en el propio ser para toda la vida.
Andrés Pérez Moreno
Clave para salir a flote
D iversos programas se ofrecen para visitar los esteros del Iberá. Por carecer de rutas interiores y de poblaciones en el corazón de la región, se debe buscar apoyo local para realizar excursiones, la mayoría de las cuales son acuáticas.
Un punto de partida para conocer los esteros del Iberá es la ciudad de Mercedes, en la provincia de Corrientes, a aproximadamente 784 kilómetros de la Capital Federal. De allí, son 60 km más hasta la estancia Rincón del Diablo, la que coordina salidas que incluyen buceo, snorkel, avistamiento, pesca y cabalgatas.
El costo del alojamiento en la estancia por persona es de 150 pesos más impuestos por día, incluyendo pensión completa, 4 comidas con bebidas sin alcohol, uso de instalaciones y actividades como canotaje, windsurf o cabalgata.
Para los que deseen hacer buceo en forma individual, al costo de alojamiento hay que sumarle la disponibilidad de una lancha que se cobra 100 pesos por día. Se brinda la posibilidad de recarga de tanques con aire comprimido, pero no se incluye el equipo básico ni el lastre.
Semana Santa
Es posible concretar salidas en grupo en las que se ofrece el servicio de guías e instructores de buceo y todo el equipo para desarrollar la actividad. Un programa de fin de semana con un día de buceo y traslados desde Buenos Aires con todos los elementos necesarios se cotiza a 600 pesos más impuestos por persona. Para Semana Santa se ha diseñado una salida que cuesta 780 y comprende dos días de inmersiones y el resto de las actividades.
Para reservas e informes de los programas con buceo en el Iberá, consultar en Comarcas (826-1130) o en Belgrano Buceo (702-1241).
Caprichos geográficos
Entre los sistemas montañosos más complejos del país se encuentran las sierras Subandinas. Esta entidad geológica se extiende por Salta y Jujuy, entre la cordillera Oriental a Occidente y la región chaqueña a Oriente.
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Entre los paisajes helados de la Antártida llaman la atención los llamados satrugis . Se trata de acumulaciones de nieve y hielo que forman dunas colinadas, que se caracterizan por los bordes muy filosos y ríspidos.
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En el centro de Tierra del Fuego quedan remanentes del paso de los hielos cuaternarios. Un ejemplo lo ofrecen las colinas de formas redondeadas llamadas técnicamente drumlins , cubiertas por la estepa herbácea característica de la zona.
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Hay lugares del país que fisiográficamente permanecen en el pasado. En estos sitios, el viajero tiene la sensación de que se encuentra millones de años atrás. Un ejemplo: el curso medio del río Chubut en la provincia homónima, es un importante reservorio de dinosaurios.
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La morfología llamada karstica consiste en el modelado que se produce sobre las rocas y el material calcáreo. Ejemplos notables lo ofrecen las estalactitas y estalagmitas de cavernas ubicadas en el sur de Mendoza.