


–¿En serio no viste Blade Runner?
–¡En serio!
–Cómo me gustaría ser vos para tener la suerte de volver a ver ese peliculón por primera vez.
Él me lo dijo con tanta convicción que me lo tomé demasiado en serio. Yo tenía 20 años y desde entonces, cada vez que estaba por ver la película de culto de Ridley Scott, algo me detenía; como si fuera la necesidad de conservar un privilegio adquirido. Es que en las experiencias nuevas algo nuestro cambia para siempre, un impulso que nos mueve hacia un espacio a estrenar. Eso es lo que muchas veces les da un valor desmesurado; y en parte, es merecido.
Tengo una amiga, Rox, que practica una peculiar costumbre: lleva un diario íntimo donde registra sus primeras veces. Anota la fecha, el suceso y su sensación. Por ejemplo, cuando descubrió qué genera en el sistema nervioso la pasada de desodorante sobre una axila infantil o la mirada con la que conoció un país lejano que después iba a ser revisitado muchas veces. Ella lo hace como forma de guardar en la escritura un poquito de ese asombro, quizá con la secreta ilusión de que, al leerlo algún día, pueda revivir las emociones fundacionales, o al menos evocarlas porque, ya sabemos, son instantes únicos e irrepetibles. Son construcciones de recuerdos que van trazando hitos en nuestra historia y, a la vez, se nos ofrecen como puentes que saltan cualquier noción de tiempo y espacio para unir generaciones. Recibís un título universitario y en esa inédita forma de satisfacción te alineás con tus padres profesionales; sufrís una pérdida y reconocés de otra manera el dolor de esa compañera a la que le había tocado despedir a un ser querido; tu hijo se suelta solo a andar en bicicleta sin rueditas y te vuelve ese viento en la cara de cuando tenías seis años.
Hay momentos en los que casi todos los días nos encontramos con oportunidades de vivir una primera vez y hay temporadas en las que el desafío es buscarlas. Saber que están, emprender exploraciones para dar con ellas, estar atentas y valorar las experiencias nuevas que se nos presentan, por más que parezcan insignificantes o sean minúsculas.
Anoche vi Blade Runner. ¡Es alucinante! A 33 años de su estreno, no pierde vigencia la fuerza de esta gran historia futurista (y eso que transcurre en 2019, acá nomás).
Entendí perfectamente lo que me habían dicho en aquella antigua charla trasnochada. Pero también supe que no "gasté" un bien irrecuperable. Desperté mi curiosidad y ahora quiero empezar a ver otras películas de ciencia ficción, una lista larga de títulos que ni hubiera sospechado que podían interesarme.
La primera vez es única e irrepetible, sí, pero no se agota cuando abre el juego a un círculo virtuoso de más y más primeras veces.
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