¿Qué harías si te quisieras?
21 de noviembre de 2016 • 08:45

El sábado vino a Buenos Aires Ana, una amiga de la vida que hoy vive en La Pampa; una que conocí en la calle una noche cualquiera hace unos quince años. Aquel día lejano nada nos unía y simplemente nos pusimos a charlar. En ese instante iniciamos una conversación, que con largas pausas, continuó hasta el día de hoy, y que siento que va a durar toda la vida. Así es con Ana, una de esas amistades que uno elige una y otra vez; con ella fluimos, conectamos, paramos en el mismo canal.
Salimos a caminar por su barrio de la infancia. Frenamos nuestra marcha para admirar algunos rincones mágicos y esa casa que ella ama desde chica, una invadida de plantas de varios tamaños y tipos, todas dispuestas salvajemente. Atrás de todo ese jardín encantado vimos dos señores grandes sentados y charlando. Por un instante me imaginé así con Ana cuando seamos viejitas: ella invitándome a tomar el té a una casa con un jardín salvaje como los trazos de algunas de sus pinturas. Ella es artista, aunque hace mucho que no pinta.

De pronto, solitaria en el barrio residencial, apareció una casa de té. Nos miramos felices por el hallazgo y nos sentamos en una mesita de la vereda que tenía una enorme sombrilla amarilla que me hizo sentir como de vacaciones en alguna campiña.
“¿Cómo va tu pintura, Ana?”
Y así, aquella sencilla pregunta derivó en una charla que abrió varias ventanas: nuestras relaciones de pareja, la energía mal puesta, el volverse a encontrar y volver a empezar.
Las dos coincidimos que para que el costado creativo reaparezca y encuentre su constancia, hay que armar un espacio propio, uno que te transporte inmediatamente a ese mundo y te desconecte por un lapso de tiempo de la gente y las preocupaciones.
“Sí, finalmente estoy despejando y arreglando el cuartito del fondo”, me dijo Ana, “Este último tiempo siempre ponía una excusa para no hacerlo. Ponía en el afuera la culpa de algo que yo misma bloqueaba.”

¿Cuántas veces hacemos eso en la vida? ¿Cuántas veces ponemos las culpas afuera en temas de amor, de trabajo, de nuestras pasiones y relaciones? Y así, en ese acto, nos bloqueamos y corremos sin avanzar, como en los malos sueños.
Y la energía mal puesta en las relaciones de amor tiene mucho que ver en esos escenarios de la vida. Ana, como yo y como casi todas las mujeres que conocí a lo largo del tiempo, pasó por malos momentos en el amor. Hubo instantes de parálisis, de respuestas equivocadas, de palabras no dichas, de actitudes pasivas ante situaciones desagradables; seguido a eso, las culpas afuera y, tiempo después, el enojo. El enojo más feo, ese que es con uno mismo por no haberse respetado como corresponde en los momentos más necesarios.
Para lo que sigue les dejo este tema. Muse es de esas bandas que en vivo suenan aún mejor que en estudio. Le ponen el corazón entero a las canciones. “Haz tus sueños realidad, no abandones la lucha, vas a estar bien porque no hay nadie como vos en el Universo”, dice parte de la letra.
“¿Qué haría Cari si quiera a Cari?” Esa pregunta me la enseño Loli, una amiga nueva de la vida.
El pasado no lo podemos cambiar. Ahí está, con nuestras fallas y nuestros aciertos. Libros viejos que nos sirvieron de aprendizaje; libros que si queremos podemos releer para rememorar momentos dulces o para recordar que hubo tiempos no tan buenos que no queremos repetir, pero de los cuales nos llevamos una moraleja. Sin embargo, no hay nada más maravilloso que comenzar nuevas historias y, por suerte, la vida nos da esa oportunidad una y otra vez.
En mi nuevo libro aprendí a preguntarme: “¿qué haría Cari si quisiera a Cari?” Esa, sin darme cuenta, fue la pregunta que me hice cuando tomé la decisión de divorciarme. Sin embargo, fue una pregunta que pasé por alto muchas veces en el pasado. Una que si me la hubiese hecho en ciertas situaciones críticas, habría tenido una respuesta bastante sencilla: me hubiera dado el consejo que le daría a un amigo, a mis hermanos y a todas aquellas personas que amo; el consejo que va de la mano con la autoestima bien puesta y el amor propio.

No siempre es tan simple, sin embargo, gracias a esa pregunta que me hago hoy cuando me veo expuesta a situaciones poco felices, estoy siendo capaz de accionar acorde a lo que siento que es más sano para mí: trato de soltar las relaciones que no fluyen, no me fuerzo a estar acompañada si necesito soledad, pido un abrazo si me falta contención, me levanto y me voy de cualquier espacio violento, me niego a la falta de respeto laboral y trato de no sobre exigirme. Como me dijo Ana: “No me recibí de Mujer Maravilla.” No, no podemos con todo, pero a veces para no caer mal, para que nos quieran, para que nos incluyan, hacemos como que todo lo entendemos, todo lo aceptamos y todo lo podemos. Ese no es el camino del amor propio.
Últimamente, por ejemplo, no me siento tan cómoda en el trabajo. Si me hago la pregunta de qué haría si me quisiera, la respuesta es: empezar a mirar hacia otro lado para encontrar nuevos horizontes. Sé que no es fácil encarar otras rutas laborales, sé que me llena de incertidumbre, pero también sé que si ahogo el sentimiento, no voy a estar escuchando a mi corazón y me estaría queriendo un poco menos.
Creo que no todos los procesos en la vida tienen que ser bruscos, pero si nos aconsejamos con amor, los resultados tarde o temprano seguro se harán visibles: Ana pronto tendrá su espacio para volver a empezar con su pintura, yo encararé nuevos desafíos laborales y, en este nuevo libro, decidimos que ninguna ahoga su voz ni acepta relaciones que consuman nuestra energía y amor propio. Sólo depende de nosotras escribirlo así.
Ustedes, ante situaciones que no les están haciendo bien, ¿se hacen esa pregunta? ¿Se aconsejan así mismas con el mismo amor y cuidado que lo hacen con alguien a quien quieren mucho?
Beso,
Cari
En esta nota: