Newsletter
Newsletter

Que no apaguen tu personalidad




Hace unos días me invitaron a un evento. Fui sola. No tenía una entrada extra y nadie más de mi trabajo iba a ir. No me importó, me gusta a veces estar sin compañía en lugares y simplemente quedarme en una esquina y mirar la escena: caras distintas y un momento de soledad rodeada por una multitud.
Di unas vueltas, salí al balcón, observé el paisaje que se veía desde esa altura de Marcelo T. de Alvear y finalmente busqué un rincón libre para sentarme. De pronto, y sin preverlo, un hombre se instaló al lado mío. Era grande. Bastante grande. Supongo que de unos sesenta o sesenta y cinco años. “Te veo a acá sola”, me dijo, “y no puedo evitar venir y querer darte un poco de charla.”
Confieso que lo primero que sentí fue un fastidio bastante extremo. Yo había ido para distraerme un poco del trabajo, no verme obligada a hablar con nadie y a lo sumo charlar con alguna persona que tenga más potencial de “algo”. Digamos que sesenta años está lejos, pero muy lejos, de mis ideas de romance.
Pero este señor, sin permiso, acaparó la charla y el momento sin dudarlo.
Al principio, simplemente lo dejé hablar. El lugar daba para eso. En el ambiente editorial a veces pasa que en algunos eventos se juntan personas que son editores, escritores, artistas que, generalmente, se caracterizan por querer charlar de sus logros y capacidades. Supongo, igual, que en todos los encuentros profesionales tiende a pasar lo mismo, sin importar que hables de libros o de autos.
Para lo que sigue, les dejo este tema. Uno de mis favoritos de los Guns. A veces uno se siente extrañado en ciertos momentos.
Así fue como en unos minutos me enteré de que aquel hombre había dirigido galerías de arte reconocidas y hecho colaboraciones para grandes museos. A pesar de mi fastidio inicial, me di cuenta de que había algo atractivo en sus historias y sus experiencias. Estaba ante una persona segura de su profesión y sus búsquedas en la vida. En sus relatos se notaba.
De pronto, y sin percibirlo, me olvidé de mi mini hartazgo y me vi envuelta en la charla. Sin darme cuenta, estábamos sumidos en una conversación interesante. Y así, de la nada, me di cuenta de algo: hace mucho no hablaba sobre un tema que me apasione y que a mi interlocutor también.
Me dejé llevar al extremo por mis opiniones tal como me pasaba a mis veintipico: convencida de mis ideales, de mi posición, de mis gustos. Tanto que él de pronto me dijo muy contento: “¿siempre sos tan apasionada cuando hablas de lo que te gusta?”
Esa sentencia me dejó helada. La viví, la sentí, fui consciente en un segundo de algo que estaba enterrado en mí.
Mi última pareja, mi ex, me decía que me apoyaba en lo que hacía. Cuando alguien me preguntaba si él era de esas personas que frenan los sueños, los objetivos, las búsquedas en la vida, yo siempre respondía: “No, él se alegra con mis logros. Él me acompaña.”
Este día, en el evento, descubrí algo distinto: el apoyo en la pareja no es sólo decir “qué bueno”, “estoy orgulloso”, “me encanta”. A veces, hay sutiles actitudes que te inhiben, te “tiran para atrás”, te apagan la personalidad con el tiempo.
Yo era una persona apasionada. Soy una persona apasionada. Cuando hablo de lo que me gusta me compenetro, me entusiasmo, me desbordo. Gesticulo mucho. Pero alguna vez, y repetidamente, me dijeron: “Bueno, no te exaltes, calmate.” Y fue así como, de a poco, comencé a apagar ese entusiasmo. No era malo ser apasionada por algo que me gusta. Pero evidentemente para el otro era malo ver tanta pasión. Yo fui insegura y me dejé apagar. Lo hice porque quería que él me quiera.

Esos años de pareja y de casada, sin querer, frenaron mi personalidad y me hicieron de alguna manera enterrar y olvidar mis actitudes apasionadas, mis risas extremas, mis espontaneidades.
En ese ejercicio de “gustar” al otro en la vida (hablo gustar al que no va con uno, pero con el que insistimos), de no opacar al otro, de que nos quieran, ¿no vamos de a poco apagando nuestra personalidad? Ante la frase “¿siempre sos tan apasionada?’” me pregunté de pronto cómo podía ser que me sorprenda que alguien me diga algo así sobre mí. Si siempre había sido así, pero evidentemente había dejado de serlo en algún momento. El otro día, sin buscarlo, me volví a reencontrar.
Le conté esta situación a mi amiga Sabri este finde y le decía: “no se trata sólo de que te apoyen en lo que haces, se trata también de que no te apaguen en tu personalidad, que no te hagan sentir que así como sos, tan pasional por ejemplo, está mal”. Y ella me dijo algo muy sencillo: “La persona que gusta de vos no se inhibe ante tu pasión. Es más, le gusta; no se siente amenazado por ella y la enciende más todavía.”
Hoy estoy feliz porque me doy cuenta de que en mí resurgió de nuevo esa forma desinhibida y apasionada de ser ante las cosas que me gustan. Y estoy dispuesta a que eso nadie más lo vuelva a apagar.

Ustedes, ante ciertas relaciones ¿sintieron alguna vez que su personalidad se vea apagada? ¿Sintieron alguna vez que su forma de ser esté funcionando con freno de mano puesto?
Beso,
Cari

¡Compartilo!

En esta nota:

SEGUIR LEYENDO

El día que me atreví a creer

El día que me atreví a creer


por Carina Durn


 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2025 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP