
Rosh Hashaná: los recuerdos de mi infancia
30 de septiembre de 2016

La encargada de mantener y transmitir las tradiciones fue mi abuela Lía. A falta de un zeide (abuelo en idish) ella tomó la posta. Su casa siempre tenía olor a cebolla dorada, por los varenikes y knishes que nunca faltaban. Si cierro los ojos me acuerdo a la perfección de sus manos agarrando las mías, su temperatura siempre fría, sus lunares y sus arrugas tan marcadas, perfectas y hermosas. Me acuerdo de sus uñas llenas de harina de matzá por haber estado horas amasando kneidalaj, una comida tradicional de Pesaj -pascua judía- que en mi familia siempre se comió sin importar el calendario. Porque hasta que le dio el cuerpo, y pese a tener una persona que la ayudaba con los quehaceres domésticos de forma permanente, ella misma amasaba las bolas.

Mi abuela Lía
En Pesaj, escondía el afikomán (un pedazo de matzá) en lugares imposibles de la casa y sus nietos dábamos vuelta todos los ambientes para encontrarlo y ganar el premio. Y en Rosh Hashaná –el año nuevo judío– no podía faltar la manzana con miel, para que todos tengamos un año dulce.
Todos estaban invitados a celebrar: tíos, primos, sobrinos, nietos, amigos. Era una verdadera fiesta. No importaba si éramos 15 o 50, siempre sobraba comida para que todos nos lleváramos el "pékele" e incluso volviéramos al día siguiente a comer las sobras. Nunca conocí a alguien tan generosa y hospitalaria como ella. Mi abuela, que murió en 2007, vivía en un tres ambientes, con un living modesto, pero el tamaño de la casa nunca fue un impedimento para reunir a todos. Faltar no era una posibilidad. Se armaban dos mesas casi pegadas, pero como no había sillas para todos, acercábamos sillones, nos sentábamos unos sobre otros y hasta en el piso.
Con los años y con la muerte de mi abuela, mi mamá y mi tía Jeanette tomaron la posta y se encargaron de ser anfitrionas en las fiestas. Cuando conocí a mi marido y a su familia y empecé a dividirme en las distintas fiestas (¡aunque este año festejamos todos juntos!) sumé nuevas tradiciones, ritos y canciones. Yo no soy muy creyente, pero si hay algo que disfruto y me remite a mi infancia más feliz son las fiestas judías.
El próximo domingo y lunes se celebra Rosh Hashaná y en estas fechas mi cabeza rememora todos esos recuerdos: la familia alrededor de la mesa, los aromas tan particulares y los juegos en el patio con todos mis primos. Valores y tradiciones que me gustaría transmitirle a Julieta.
Este año las fiestas van a tener un color especial. Triste por que Flor, una de mis primas más queridas ya no está, y alegre porque Julieta, ya más grande, va a poder compartir con todos estas tradiciones. Con 18 meses, camina con total autonomía, habla muchísimo y se entusiasma aprendiendo nuevas palabras y significados. Por eso espero con muchísima alegría que lleguen las fiestas.
Desde hace unos días le empezamos a contar de qué se trata todo, y gracias a unas comiditas temáticas que me acercó Luciana, de Ponchi Ponchi, comenzamos a enseñarle las principales tradiciones y comidas de cada festejo. El juego es una excelente herramienta para transmitir valores y tradiciones. Y yo no veo la hora de que llegue el domingo, y verla correr por la casa con sus primos, ponerle algo especial (“algo nuevo”, como me enseñó mi mamá) y darle manzana con miel, para que tenga -para que tengamos- un año lleno de dulzura y buenos momentos.

Juli aprendiendo sobre las festividades judías
¿Qué tradiciones familiares les gustaría transmitirles a sus hijos? ¿Piensan que el juego es una buena herramienta para transmitir valores?
Debbie
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