


Hay una película, La Belle Verte (El planeta libre), estrenada en 1996, que retrata nuestra vida vista desde los ojos de una mujer que viene del futuro, del año 6000. Vive en un planeta lejano, verde, que ya atravesó todas nuestras eras, y llegó a un estado de evolución tal que sus habitantes solo se abastecen de lo que les ofrece la naturaleza. No necesitan más. Viven en comunidad. Duermen en el pasto. Comen lo que encuentran en el camino. Juegan entre ellos. Ejercitan el cuerpo. Se comunican por telepatía. Y, cada año, realizan una convención donde deciden quién viajará a los otros planetas para evaluar cómo sigue la vida allí. Pero resulta que a la Tierra, desde hace más de 200 años, nadie quiere venir. Finalmente, Mila, una de sus habitantes, acepta y aterriza en una París de los años 90. Y todo lo que ve la asombra: mira con espanto que vivamos apiñados en bloques de cemento, que usemos dinero, el ruido de la calle, la cantidad de autos, las carnicerías, que estemos gran parte del día con la computadora, el enojo, la violencia. Una de las escenas que más me impactaron es cuando esta mujer se cuela en un hospital "a recargarse" con un bebé. En su planeta tienen un programa de intercambio con los recién nacidos que consiste en abrazar a un bebé para cargarse. La película, finalmente, es una comparación entre dos niveles de vida: el actual y el del planeta futuro de Mila, donde los chicos, especialmente los bebés, y los viejos ocupan un lugar central en su sociedad, y nada de lo que hoy consideramos necesario existe.
Cuando decidimos tratar la acumulación como tema central en la revista, quisimos entender para qué tenemos, para qué guardamos, por qué nos aferramos a algo, por qué nos cuesta tanto soltar. Si es por apego, por nostalgia. Por si las dudas. Por control. Suele haber mucho más que una excusa detrás de un hábito cotidiano.
Y aunque es imposible saber si el futuro será verde y bucólico como plantea la mirada extrema de la película, sirve para imaginar cómo sería vivir sin acumular, para hacer el esfuerzo de soltar. Y ejercitarnos en ver qué pasa cuando quitamos de nuestro camino todo aquello que realmente no necesitamos, que nos entorpece, que no suma. Qué sucede cuando nos ponemos más livianas. Tal vez soltar sea el ejercicio para poder ser más libres, más creativas. No es fácil. Pero está bueno intentarlo. Ser más niñas, más sueltas, menos apegadas.
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