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Transitá el cambio

Si bien las transformaciones suceden afuera, generan adentro una tormenta emocional; en esta nota, te damos herramientas para atravesar este proceso inevitable





"Sí, compramos ese PH divino en Colegiales. Tenemos que hacerle muchas cosas. No conozco el barrio, yo estaba acostumbrada a Caballito... Seee, estoy contenta, obvio, pero..." ¿Suena familiar? Es que los cambios, aunque sean para mejor, los vivimos como un salto al vacío. En la vida cotidiana, todo el tiempo hay cambios, algunos sustanciales y otros más pequeños. El tema no es que las cosas cambien, es cómo reaccionamos internamente cuando cambian. Y, en general, reaccionamos mal; nos cuesta aceptarlos y digerirlos. Algunas investigaciones sobre el comportamiento económico señalan que todos los seres humanos, sin distinción de sexo, suelen ser muy malos para predecir qué van a sentir en el futuro. ¿Qué quiere decir esto? Que aunque un cambio haya sido planeado por nosotras, nos hacemos toda una película de lo que va a pasar, pero en el momento en que sucede, es totalmente distinto de lo que habíamos pensado y hasta nos desilusiona.
Cada cambio trae consigo un momento de transición. William Bridges, consultor y conferencista norteamericano, escribió dos libros sobre el tema: Transitions: Making Sense of Life Chances y The Way of Transitions , en los que explica que esta transición (cuya duración depende de muchas variantes) tiene tres grandes etapas lógicas (que a menudo se juntan y se amontonan): en la primera, estamos dejando atrás lo conocido y lidiando con los sentimientos que trae aparejada esta "pérdida", como ansiedad, confusión, tristeza. Una vez que nos decidimos a dejar atrás lo viejo, viene la segunda fase, "una zona neutral": un estadio en el que aún no sabemos qué va a venir y tampoco podemos agarrarnos de lo que conocemos porque ya lo soltamos, lo dejamos detrás. Entonces, llegamos a la tercera etapa: el comienzo de algo nuevo, lidiando con todos los miedos y ansiedades que se suscitan.
La clave es entender que se trata de un proceso que lleva tiempo. Es como comprar un terreno que viene lleno de árboles, arbustos, maleza, pasto crecido; enseguida, tenemos el impulso de podar y cortar todo para que quede como nuevo y así poder empezar a construir nuestra casa. Pero lo más inteligente sería tener paciencia y esperar primero a ver, con el transcurso de las estaciones, cómo el árbol que quizá queremos tirar abajo porque es muy grande pierde sus hojas en invierno y deja que entre un sol calentito en el futuro living, y en verano, nos protege del calor con su tupida arboleda. Tenemos que aprender a ir desmalezando de a poco, transitando las nubes con la misma templanza con que disfrutamos de un cielo abierto. Porque en las transiciones hay aprendizaje; no tiene sentido escaparse de algo que inevitablemente está sucediendo.

Dejar ir lo viejo

Todo el tiempo estamos enfrentándonos con distintos tipos de finales; sin embargo, solemos manejarlos bastante mal, como si cada vez fuera la primera. Sea porque los tomamos muy seriamente o, por el contrario, porque los tomamos muy a la ligera, no estamos nunca bien preparadas para dejar ir algo. El cambio siempre nos toma por sorpresa, hasta aquel que fue planeado, porque nunca termina siendo lo que creímos. Quizás una mujer lleve años planeando hacerse las lolas. Finalmente, se decide y se las hace. Queda contenta, pero cuando va a su placard y se da cuenta de que la mitad de su ropa ya no le sirve (porque ahora, con lolas, las camisas se abren y los suéteres entallados quedan mal porque marcan mucho), se pone triste. ¡Quiero nuevas lolas, pero con la ropa vieja! ¡Imposible! La vida no es un ropero gigante para guardar todo lo que teníamos más todas las cosas nuevas. ¡Todo no entra! Tenemos que aprender a administrar el espacio. Nos falta perspectiva para darnos cuenta de que, en realidad, estamos dejando algo para aprender y ganar otra cosa.
Estamos inmersas en una cultura que nos vende la ilusión de mejorar continuamente ("progreso", lo llaman) y desestimar todo el tiempo lo que tenemos: el valor de la rutina y de lo conocido, lo familiar. Por otra parte, el peligro de no abandonar eso tan familiar es que nos podemos pasar el resto de nuestra vida escondiéndonos de nosotras mismas.
Una parte clave de evolucionar es estar dispuestas a no saber adónde vamos. Esa transición genera incertidumbre y vacío. El período de tiempo que se pasa en ese lugar "incómodo" varía de persona a persona. Depende de muchas cosas: su tolerancia al estar sin rumbo, su capacidad de darse por vencida, su susceptibilidad y vulnerabilidad a las presiones económicas, sociales y de la familia y, finalmente, su propio manejo del tiempo. Pero, como sea, hay que pasarlo y despedirse de lo que ya fue, aunque hayamos perdido, de momento, el GPS de nuestra existencia.

La zona neutral

Como sabiamente dijo la coreógrafa y bailarina Agnes de Mille: "Vivir es no estar seguro, no saber qué es o cómo es lo que viene a continuación. En el momento en que sabemos, estamos empezando a morir un poco". Suena lindo, claro, pero cuando realmente tenemos que atravesar los períodos de silencio, soledad y desorientación, nos resulta ¡insoportablemente incómodo! Es que es un lugar extraño, porque no estamos acostumbradas a vivir sin plan. Nos hace sentir neuróticas, sin rumbo o simplemente vagas si no estamos activamente "haciendo algo". Pero cuidado, aunque nuestra primera reacción sea sufrir y rechazar el vacío que nos provoca estar sentadas "en el medio de dos sillas", no queda otra que atravesarlo. La mejor actitud ante esta "zona neutral" sería decir: "Acepto lo que venga". Ya no elegimos lo viejo, lo conocido, sino que nos situamos en el aquí y ahora. Nos abrimos a lo que sucede en este instante: abrazamos lo que está por comenzar justo en el límite con el presente. Es un momento ideal para improvisar, para dejar de exigirse y probar, aunque fallemos y aunque nos sintamos desorientadas.
Es el instante justo para buscar en esta experiencia su potencial mensaje. Hay un aprendizaje, nada es gratuito. Pensar: "Lo que sucedió tuvo un especial significado para mí, para mi momento vital. Tengo que descubrir qué es, capitalizar la experiencia". Una vez más, como enseña la sabia Naturaleza con las cuatro estaciones del año: no todo es cosecha. La tierra necesita tiempo para recuperarse. Nosotras necesitamos tiempo para recuperarnos. Para vaciarnos. Como mujeres inmersas en una sociedad moderna, vivimos este momento como un desperdicio, cuando es todo lo contrario. Por eso, lo ideal sería, mientras se está en esta "zona neutral", estar algo recluidas, ocupándonos de nosotras mismas y no de las exigencias del afuera. Quizás escribir nuestros sentimientos y pensamientos en algún cuaderno, en la compu o en un blog. Y también, recordar que no es la primera vez ni la última que vamos a estar en esta etapa. Por ende, más vale hacerse amiga.

Frente a lo nuevo

Para detectar dónde algo empieza, a veces hay que estar muy alerta. Si miramos nuestra vida, seguramente descubriremos que quizá con nuestro marido, por ejemplo, no fue amor a primera vista, hasta ni nos acordamos exactamente de cuándo fue que ese compañero de facultad se volvió irresistible. Los comienzos suelen ser poco impresionantes (los finales suelen ser más de película, más espectaculares, ¿no?), pero son un hito en nuestra vida, ¿cierto?
Por eso, en este nuevo comienzo todo está por verse. Todo puede suceder. Y nosotras venimos de una experiencia transformadora: sobrevivimos a un cambio, hicimos el duelo por lo que perdimos, soportamos estoicamente un tiempo de "la nada misma", nos encontramos con nuestros miedos, los superamos y aprendimos por el mismo hecho de transitar el proceso.
"El hecho de ya estar acá significa que recorriste más de medio camino", puede decirnos nuestro analista en la primera sesión, luego de que nos tomó un largo tiempo decidirnos a empezar terapia, pero al fin arrancamos.
Lo que hay que tener en cuenta es que nada en nuestra existencia es tan prolijo como cambio/zona neutral/nuevo comienzo. Es necesario aceptar el hecho de que las tres etapas de la transición pueden vivirse en simultáneo: son como pequeños círculos que se van repitiendo, conviviendo. Mientras algo está empezando, algo puede estar, al mismo tiempo, cambiando y, a la vez, puedo estar procesando lo que dejé ir. De este modo, no sólo atravesamos este proceso sin sufrir por demás, sino que también lo capitalizamos y empezamos a disfrutar más de cada momento presente, sea lo que fuera que éste traiga.
En resumen, cada una de nosotras usa una variedad de tácticas y estrategias para evitar la vida tal cual es. ¿Cómo? Llena de vivencias lindas, pero también con renuncias, pérdidas, cambios, transiciones, zonas neutrales y nuevos comienzos. Todo está en movimiento y lo único constante es el cambio. Aceptar esto es crecer, y esa conciencia te da la posibilidad de tener una existencia más vívida, más real.
Como dice la Oración de la Serenidad: "Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para conocer la diferencia".

¿Por qué nos cuestan los cambios?

Porque vivimos una ilusión: sentimos que tenemos todo bajo control; la sola insinuación de que la verdad es que no controlamos nada nos resulta devastadora. En su libro Los lugares que te asustan, la monja tibetana Pema Chödrön explica cuáles son las maneras en que intentamos protegernos de un mundo fluido e indefinible. Ella asegura que usamos tres estrategias, "los tres señores del materialismo", para obtener una ilusión de seguridad. ¿Cuáles son?
El señor de la forma: tiene que ver con cómo nos refugiamos en los objetos externos para obtener una sensación de seguridad. ¿Qué hago cuando un cambio me provoca ansiedad o depresión? ¿Me voy de shopping? ¿Me tomo unas copas de vino? ¿Busco alguna aventura amorosa? ¿Sexo? ¿Me refugio en una novela en la tele? ¿Navego por internet? Algunos métodos de escape pueden ser peligrosos y otros, simplemente divertidos. Lo importante es que solemos abusar de una sustancia o de una actividad para huir de la sensación de inseguridad, pero no vamos a encontrar una satisfacción duradera.
El señor de las palabras: cuando, en lugar de aceptar el momento de transición, nos aferramos a una "idea" de cómo deberían ser las cosas, nos podemos volver muy intolerantes. Hay que tener cuidado cuando nuestras creencias e ideales se han convertido en otra forma de levantar muros hacia el afuera.
El señor de la mente: es el que usa las estrategias más sutiles y seductoras. Entra en acción cuando tratamos de evitar el desasosiego persiguiendo estados mentales "especiales"; estados alterados de la conciencia. Por ejemplo, mucha gente se enamora una y otra vez para sentir esa adrenalina de las primeras semanas de amor. Otros usan alguna droga o viven una vida online (amores de Facebook y Twitter, pero nunca una cena con alguien real)

Si querés llorar, ¡llorá!

Desde ya que todo proceso de cambio trae dolor. Y huirle al sentimiento lo agranda. Lo mejor es vivir la tristeza un rato en lugar de evadirla. Puede ayudar agarrar una almohada y apretarla contra el plexo, quedarse en la cama todo un domingo, alquilar una película romántica para llorar a moco tendido, pedirle al novio que nos haga cucharita y nos rasque la cabeza. No importa qué, lo importante es lograr autoconsolarse. Sin miedo a deprimirse.
En realidad, funciona al revés de lo que creemos: no se puede al mismo tiempo estar triste, sin energía, y pretender tener que hacer cosas. Mejor tomarse un tiempito para la tristeza; eso sí evita la depresión. El sentimiento de tristeza necesita ese descanso. Y uno tiene que sentirse con el derecho. ¡No tengo que hacer nada! Sólo estar conmigo misma un rato.
Para no caer en el pozo, es también muy importante tener contención. Pase lo que pase, uno sabe que tiene amigos o familia o pareja o, en el mejor de los casos, un poco de todo, y que no se está sola en el mundo. Que hay una red que contiene. Pedir ayuda también es positivo.

Ejercicio: un río llamado "yo"

En The Way of Transition, se recomienda un ejercicio. Es ideal para hacer cuando estamos en la zona neutral, totalmente desorientadas. Se trata de, hoja de papel y lápiz en mano, dibujar un río. El río somos nosotras mismas. Nuestra existencia.
- ¿Cuál es nuestra fuente? ¿De dónde venimos? ¿Somos agua de deshielo? ¿De dónde proviene nuestra energía natural?
- ¿A qué influencias estamos expuestas? ¿Qué cosas del afuera nos marcan, nos modifican, nos afectan?
- ¿Qué clase de río soy? ¿Salvaje, tranquilo, profundo, ancho, transparente, caudaloso? ¿Alimento ciudades o sólo paso por algún pequeño pueblo?
Podemos marcar en el río aquellos momentos de transición importantes en nuestra vida y ver cómo modificaron nuestro cauce.
Si la montaña es tu origen y el mar es tu destino final, ¿dónde te encontrás en este momento presente?
Hacer este tipo de ejercicios nos permite pensar de manera más metafórica, observarnos con otra perspectiva. No se trata de llenar un reporte o hacer un cuadro para enmarcar; se trata de otra manera de explorarnos, de conocernos, de querernos.
Experta consultada: licenciada Inés Dates, psicóloga
Por Nuria Docampo Feijóo

Fotos de Anahí Bangueses Tomsig

Realización de Luciana Sánchez Guerrero

Producción de Lulu Biaus
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