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Un remedio para desbloquear el corazón




Hace unos días estuve con una muy buena amiga que no se sentía muy bien. La abracé fuerte y sus lágrimas tímidas se transformaron en un caudal desenfrenado, como una represa que acaba de ceder y estalla con esa máxima fuerza de la presión contenida.
Parecía que ese abrazo lo había empeorado todo, que la tristeza se había descontrolado; pero después, inevitablemente, llegó la tranquilidad en forma de paz casi extrema. Así funciona, después de llorar las aguas se calman, el corazón se calma y el alma se siente de pronto purificada, liviana. De chica, cuando lloraba, mamá me contaba que mi abuela solía decir que las lágrimas embellecen los ojos, que le dan un brillo especial y que mojan las pestañas oscureciéndolas y pegándolas en forma de triángulos, otorgando un marco bello a la mirada.
Al día siguiente de ese abrazo con mi amiga, me crucé con una escena parecida en el libro que estoy leyendo. El protagonista, un hombre, había llorado mucho. Cuando las lágrimas pararon sintió que llorar era tal vez el mejor de los recursos humanos, y se preguntaba por qué el hombre no llora más si es tanto el alivio que provoca. Para sentir menos, concluyó. Provoca un alivio extremo, pero para darle permiso a ese estado, primero hay que enfrentar sentimientos.
Comparto este tema para acompañar lo que sigue:
Entre la situación del abrazo y esas líneas de mi libro, un recuerdo de algo que me pasó hace un par de años surgió nítido. Yo estaba caminando por la Avenida San Martín, en Río Grande, Tierra del Fuego. Volvía de Narciso, el café donde pasaba varias horas trabajando; me acuerdo que hacía más frío que de costumbre pero ya no oscurecía tan temprano como en mis primeros meses ahí. Yo iba a paso de zombie, con el cuerpo frío, la mente fría y el corazón helado. De pronto, de la nada, se acercó una chica de unos veinte años: “¿te puedo dar un abrazo?”, me dijo. Me saqué los auriculares, convencida de que había escuchado mal. “¿Cómo?” “Si te puedo dar un abrazo”, repitió. Sin pensarlo le dije que sí. Me abrazó, y de pronto, atrás de ella, divisé a unas diez personas que la acompañaban. “Yo también te abrazo”, fueron diciéndome uno a uno mientras nos envolvíamos con nuestros brazos. En el lapso de un minuto, había abrazado a más de diez extraños. Y mi cuerpo estaba tibio, mi mente se había colmado de sentimientos y mi corazón estaba cálido, se sentía como si hubiera crecido.
Ese día llegué a casa y lloré mucho. Por supuesto, lo abrazos hicieron el trabajo como corresponde, habían ablandado la coraza y habían destrabado sentimientos.

Fue una de las experiencias más extrañas que tuve. Después, investigando, supe que era una nueva tendencia de la juventud alrededor del mundo: dar “abrazos gratis” para ablandar corazones, mejorar la salud y probar que todos los días puede ser un buen día con un abrazo.
Ese día fue sin dudas un gran día. Fue el comienzo de mi despertar de la negación. La llave para salir de mi letargo y confrontar mis emociones. Todavía no lo sabía, pero unos meses más tarde iba a separarme.
“Tenía un profesor de mucha confianza, que cuando me veía pelear con mi novia me decía que lo único que ella necesitaba era un abrazo. Pero yo no tenía ganas de abrazarla. En esos momentos me provocaba todo, menos ganas de abrazarla”, me contó una vez un amigo.
Hay veces que es eso lo único que necesitamos y nos cuesta pedirlo. A veces quisiéramos no tener que pedirlo. Pero creo que uno de los problemas es que el otro, por ejemplo mí amigo, no lo podía dar no por enojo hacia su novia, sino por temor a las propias emociones que el abrazo podía despertarle.
Nos cuesta abrazar. A veces creo que hasta tememos abrazar. Abrazar de verdad. Con entrega.
Ese abrazo entregado nos vulnera, es como si le estuviéramos dando el acceso libre al otro de ver nuestra alma. Que devele nuestro mundo privado. Como si nos pudieran desnudar y descubrir nuestras emociones más profundas. Y después quedamos así, expuestos y con la sensación de que eso representa un peligro.
¿Peligro? Sí, por momentos me parece que creemos que es un peligro porque hay lapsos en la vida en los cuales nos acostumbrados a caminar encriptados, con el cuerpo y los poros cerrados, para defendernos de una posible filtración maligna, de los espíritus manipuladores y las mentiras seductoras. Pero por sobre todo, para defendernos de la posibilidad de desnudar nuestros sentimientos y volver amar.

La realidad es que creo que el peligro es mínimo en relación a todo lo bueno que nos puede provocar. Tantas reflexiones acerca del cuerpo bloqueado, acerca de la entrega en mente, cuerpo y alma, acerca del volver a confiar. Tal vez, casi seguro, todo se solucionaría tan solo si nos abrazáramos más.
Incluso, como en Tierra del Fuego, con extraños. El abrazo no necesita de pasados ni futuros. El abrazo es el encuentro de energías, es la propagación del amor y seguro harían de este mundo, y de nuestras relaciones amorosas, un lugar más simple. Simple, es una hermosa palabra.
Un mundo de corazones desbloqueados.
Por suerte, hay un abrazo que casi nunca desaparece. Es el primer abrazo de la historia de la humanidad. Es el abrazo instintivo de la madre hacia su bebé y significa: yo te cuido, podés confiar en mí.
¿Ustedes cómo se llevan con los abrazos? ¿Los dan con entrega? ¿Los dan seguido? ¿Los piden? ¿Las ayuda a desbloquear emociones?
Beso,
Cari

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