La Ciudad Perdida es uno de los mayores descubrimientos arqueológicos del siglo XX. Antigua capital de la civilización aborigen, Tairona es comparada con Machu Picchu por su deslumbrante belleza y tamaño. Cuando los españoles llegaron a la península de Guajira sometieron a los indígenas saqueando y quemando las ciudades de su imperio. Al poco tiempo, la selva ocultó las estructuras de piedra que sobrevivieron a la barbarie de los conquistadores. Cuatro siglos más tarde, en 1975, un grupo de huaqueros (buscadores de tesoros en las huacas, lugar donde se enterraron los huacos o cerámicas) encontró por azar la legendaria capital de los tairona, hasta ese momento perdida en la inmensidad de la selva. A pesar de su incalculable valor cultural y de ser la ciudad precolombina más grande de América -abarca 400 hectáreas y está compuesta por más de 150 terrazas-, pocas personas saben que existe. Por estar ubicada en una región de difícil acceso y haber sido recientemente descubierta, sólo es visitada por un centenar de viajeros al año. Cifra insignificante comparada con los cientos de miles que recorren las ruinas de México y Perú. Una cómoda opción es ir en helicóptero. Desde el aeropuerto de Santa Marta salen vuelos casi todos los días que demoran 20 minutos.
Sendas autorizadas
En el trekking es muy importante que quien lidere la expedición haya sido autorizado por el gobierno colombiano y conozca bien la ruta, porque ésta atraviesa campos donde se cultivan coca y marihuana. Una desviación en el lugar equivocado y el grupo puede terminar en las puertas de la mansión de algún líder de la droga, que con un poco de suerte los invita a cenar, pero mejor es no arriesgarse. En comparación con otras caminatas famosas de América -el Camino del Inca hasta Machu Picchu y los cinco días hasta el Salto del Angel, en Venezuela-, la ruta no es exigente. Si bien la Sierra Nevada es la formación a orillas del mar más elevada del mundo, no se recorren pasos a grandes alturas.
Un encanto primitivo
SANTA MARTA, Colombia.- Lejos, muy lejos, de la violencia de los carteles de la droga y del ruido y la polución de los grandes centros urbanos, la costa oriental de Colombia seduce al viajero con el ritmo, la magia y la sensualidad del Caribe.
Sus 1600 kilómetros de arenas doradas y mar esmeralda ofrecen básicamente dos posibilidades: los populares balnearios de Cartagena de Indias, Santa Marta y Taganga o el primitivo encanto del parque Tairona.
Situado en la misma región en que Gabriel García Márquez da vida a la ciudad de Macondo -fruto de su prodigiosa imaginación y escenario de sus primeros libros: La hojarasca, Los funerales de la Mamá Grande y Cien años de soledad -, el parque Tairona es una opción distinta del resto de las playas. Los pocos afortunados que visitan este paraíso del Caribe colombiano descubren, con asombro, un lugar ajeno al mundo de hoy, puro y sin contaminación, donde los animales viven en libertad y los amistosos aborígenes de la región veneran con religiosa admiración el sublime arte de la creación.
Descubriendo el paraíso
La ausencia de hoteles internacionales, paradores, vehículos, barcos y música permite al viajero disfrutar de sus vacaciones en absoluta tranquilidad y acorde con el sabio ritmo de la naturaleza.
Despertar con el canto de las aves y caminar por la cálida arena entre caballos y burros salvajes, mientras los aborígenes trabajan en sus chozas, a cientos de kilómetros del primer televisor, automóvil y ciudad. Más tarde, bañarse en el mar y nadar hasta alguna de las pequeñas islas cercanas a la costa o recorrer las distintas bahías en busca de algún lugar virgen e inexplorado para sentarse bajo una palmera a leer un buen libro y disfrutar del atardecer.
Por la noche, acercarse al fogón para comer pescado y conversar con viajeros de todo el mundo. Finalmente, antes de ir a dormir, disfrutar del cielo que, por su pureza, permite ver estrellas desconocidas para el que vive en la ciudad.
La primera semana de cada mes, la luna llena refleja su luz en los picos helados de la Sierra Nevada de Santa Marta y en las olas del mar, creando un paisaje surrealista en el que cada accidente geográfico toma vida en forma sorprendente.
Cómo llegar al parque
El punto de partida es Santa Marta, la ciudad más antigua de Colombia. A 35 kilómetros al Este, en dirección a Venezuela, se encuentra la entrada del parque.
Dos horas de caminata por medio de la selva y se llega a Arrecifes, donde están el camping, las duchas, la hostería y el restaurante. De ahí en más se puede recorrer la playa durante horas sin encontrar indicio alguno de civilización.
Hacia el parque salen todos los días ómnibus desde el hotel Miramar, en la Calle 10 C de Santa Marta.
Una verdadera opción
En el comienzo, la vida del hombre estaba regida por la naturaleza. La lluvia, el frío y la oscuridad condicionaban todas sus actividades. Sus tiempos eran los de las aves y los mamíferos, y su gran maestra, la madre tierra.
Con el desarrollo de los primeros asentamientos y el comercio fue creando un medio propio y artificial que le permitió vivir y trabajar a otros ritmos, con independencia de los factores climáticos. Este proceso lo distanció de la naturaleza.
Hoy se ha llegado a tal extremo en la aplicación de esta concepción alienante de tiempo y espacio que incluso durante sus vacaciones -para descansar y huir de la locura de la ciudad- las personas viajan a playas con cientos de carpas, barcos de motor, estacionamientos llenos de autos, publicidad, centros comerciales, deportes y mucha gente.
El parque Tairona es una verdadera opción para la vida urbana, ya que ofrece al viajero el inusual privilegio de reencontrarse con la paz y tranquilidad que caracterizaban a nuestro planeta en el principio, cuando todavía era una composición de armonía perfecta.
Hernán Zin