Hace unos días, en alguno de estos últimos feriados, estaba en casa y tuve el impulso de abrir cajones y cajas y empezar a sacar, a limpiar. Cada tanto sucede: pequeños ataques de orden que pasan por mi vida, pero que, indefectiblemente, duran instantes (¡espero no ser la única en esto!). Resulta que mientras ordenaba una caja llena de papeles, encontré un pequeño recorte de un diario español. Un artículo muy cortito, amarillo, bastante destrozado, sin fecha, pero que debe de tener, mínimo, unos diez años.
El texto, escrito por Feliz de Azúa, habla de la necesidad que tenemos todos de vivir poéticamente. Pero no leyendo y escribiendo poesía. Todo lo contrario. Habla de la apuesta a la magia, a creer que lo que será será, a estar abiertos a lo que nos devuelve la vida. Habla de algo muy sencillo y simple: de la poesía con que uno vive la vida.
Empieza así: "Esta mujer madura y suave que se prueba monturas de gafas, una verde, otra negra, otra dorada, y no se decide y se mira al espejo de la óptica avanzando un pie de bailarina, con toda certeza ignora que está viviendo poéticamente. Pero es así (…) Por fortuna, su vida es poética, y se probará cientos de gafas antes de decidir cuál de ellas es la que mejor conviene al sueño que tiene de sí misma. No te impacientes: déjala que escriba su poema".
En cuanto lo leí, fue viajar en el tiempo (obviamente, olvidé mi misión de orden) y sentir cómo vivimos poéticamente nuestros días. Porque de eso se trata. De la poesía que atraviesa los pequeños momentos, las cosas cotidianas, la que se cuela en cada uno de nuestros actos. Como dice el pequeño recorte que ahora cuelga de alguna pared de mi casa: "… la anciana que mira imágenes siniestras o admirables en la TV y las comenta en soledad con risas breves, la muchacha que consulta el horóscopo o el oficinista que cuelga una foto de la novia en el ordenador y la contempla arrobado, éstos viven poéticamente".
Algunas de nuestras acciones son éstas, las de todos los días. Las que hacemos sin detenernos, de manera natural, sin pensar tanto. Otras son más arriesgadas, casi saltos al vacío, como la que hizo nuestra adorada jefa de Arte, Bere, que se atrevió a cambiar por completo para casarse, mudarse y proyectar un restorán en Venado Tuerto... (y aprovecho el anuncio para despedirla, desearle lo mejor y darle la bienvenida a Hernán, ¡bendito tú eres!).
Pequeñas o grandes acciones; en definitiva, la apuesta siempre es la misma. Mirar hacia atrás y reconocer esa huella poética sobre lo que hicimos, en las personas que conocimos y los lugares que visitamos. Sintonizar el hoy con intensidad. Y lo más importante: confiar en mañana.
"Tejemos nuestro poema mediocre o grandioso a lo largo de las horas: cuando fijamos las ocho en el despertador, persuadidos de que estaremos vivos a la mañana siguiente", dice hacia el final el artículo.
Y resulta que sí, que la vida es más linda si sabemos que la vivimos con esa cuota de poesía.
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