
Dejá de ser hija
A veces, es necesario corrernos de determinados roles que nos restan poder. Transformá la carencia en abundancia, es una actitud de vida.
23 de octubre de 2014


Créditos: Inés Auquer. Arte de Ana Pagani. Realización de Diego A. Martínez. Estilismo de Josefina Rivero
Proponerte que dejes de ser hija en las vísperas del Día de la Madre puede sonar paradójico. O directamente imposible. Y seguramente, si alguna de nuestras madres se llega a topar de casualidad con la tapa de la revista, la reacción sea: "¿Las de OHLALÁ! se volvieron locas o qué?". Tranquilas, no nos volvimos locas. Simplemente queremos bucear en un concepto más interno y profundo, difícil de definir al mismo tiempo. El "ser hijas" como actitud de vida. La conciencia de que podemos encarar todo lo que nos pasa como eternas niñas –que necesitan que siempre alguien las asista para cumplir sus ilusiones y las cuide– o como mujeres relativamente responsables de quiénes somos y de lo que queremos. Definitivamente, un trabajo mucho más duro que el de "ser princesas". Es lógico que jamás vamos a dejar de ser hijas (¡ni tampoco lo queremos!), pero sí es posible soltar algunas actitudes que nos ponen en un lugar que nos hace mal y que debimos abandonar hace tiempo. Como todo en la vida, la clave está en lograr un equilibrio dinámico, entendido como el resultado de ir y venir entre dos polos a simple vista opuestos –ser lo "menos hijas" que podamos ser y permitirnos a veces volver a sentirnos chiquitas– en el camino de la vida.
También es una buena oportunidad para pensar sobre los conceptos de "ser madre" y "ser hija" –que en muchas de nosotras conviven–. Acordate de cuando eras chica: mamá era la que te cuidaba, la del "sana sana" cuando te lastimabas, la que siempre podía todo, la de la palmadita en el hombro y los mimos cuando algo no salía bien y la que hacía malabares imposibles para satisfacer tus demandas. ¿Y ser hija qué es? Es jugar, es pedir sin límites, es no preocuparse demasiado porque, en el fondo, sabés que hay alguien que lo va a hacer por vos. La premisa, entonces, es salir de la díada madre/hija y abrirse a una nueva adultez. Donde ya no exista el reclamo y la demanda constantes, donde nos desliguemos mutuamente de las culpas y asumamos las responsabilidades que nos tocan hoy, aquí y ahora. Porque es hermoso conservar esa niña en nuestro interior (¡no la perdamos nunca, por favor!), pero vivir todo el tiempo con esa óptica tiene el riesgo de que nos convirtamos en mujeres adultas irresponsables.
Así que el tema no es con tu mamá. Es con vos. Con cuestiones de tu "hijez" que está bueno revisar y, por qué no, dejar ir cuando sea el momento. Entonces, aprovechá este mes para hacer este trabajo interno, para evaluar y hacer un balance: cómo estás con tu "ser hija", qué tenés y qué lograste o incluso hasta dónde todavía el "cordón umbilical" te pesa y no te deja construir tu propia fortaleza e identidad. Porque es como dice el poema de Khalil Gibran: "Los hijos son hijos e hijas de la vida". Y de vos depende que esa vida esté en sintonía con quién sos y con tu crecimiento. Porque, por más que ya estemos "grandecitas", siempre se puede seguir aprendiendo. Y mucho.
Cómo funciona el "chip hija"
El primero de los clics que tiene que hacer nuestra cabeza es cambiar la óptica pasando del "¿qué más me pueden dar?" al "¡guau, es muchísimo lo que tengo!". Pensá en todo lo que viviste en todos estos años junto con tus padres, como hija. Hacé un repaso mental de todo lo que recibiste: desde cosas concretas –por ejemplo, un nombre, un hogar, la ropa calentita cuando hacía frío, esos mimos cuando te despertabas a la mañana– hasta cosas quizá más intangibles pero tan fundamentales: una crianza, costumbres o una cierta mirada sobre el mundo. Ahora, pensá en cuántas veces se las agradeciste. Probablemente la balanza no esté equilibrada. Pero hay una explicación científica para esto. El psicólogo evolucionista Steven Pinker, en su libro Cómo funciona la mente, diferencia claramente dos módulos dentro del cerebro humano; uno es más biológico, que es el del cuidado de los hijos, en el que los padres dan sin esperar a cambio otra cosa que el bienestar de sus retoños. A esa programación del cerebro la llamaron "altruismo no recíproco" –eso explica que los padres no se molesten al no recibir el reconocimiento de los hijos–. Básicamente, esto quiere decir que estamos diseñadas para olvidarnos de que somos hijas. Y sentir que nos merecemos todo, siempre, porque sí. El otro módulo es muy diferente y tiene que ver con lo social en un sentido más amplio, y se llama "altruismo recíproco" –el famoso "toma y daca" al que tantas veces nos referimos–. Esta es la base de los grupos sociales, en donde rigen las leyes de intercambio de favores; entonces, siempre que una da, también espera recibir en algún momento algo a cambio. Así que el aprendizaje pasa un poco por ahí: pasar del módulo biológico al social, a pensarnos no solo como hijas, sino también como parte de una sociedad más amplia, donde la relación con nuestros padres se plantea de igual a igual. Claro que, asimismo, ese pasaje implica un recorte de la ilusión y nos conecta más con la realidad de nuestra adultez. ¿Puede ser difícil, puede doler? Claro. Pero, al mismo tiempo, inaugura otro tipo de vínculo con ellos y, sobre todo, con vos misma. Pero lo más importante, es que "dejar de ser hija" es una actitud de vida que después desplegás en tus diferentes ámbitos.
QUÉ SOLTAR

Créditos: Inés Auquer. Arte de Ana Pagani. Realización de Diego A. Martínez. Estilismo de Josefina Rivero
Dar todo por sentado: es muy típico de los hijos confiar en que vamos a tener la ropa limpia para vestirnos, en que vamos a abrir la heladera y siempre va a haber algo que nos guste para picotear o que alguien nos va a ir a buscar al colegio o a la salida de un boliche. Pero ahora..., ¿te pasa que creés que siempre tu mamá va a estar disponible para que, cuando la llames, esté a los diez minutos en tu casa para cuidar a tu hijo porque te surgió una reunión? ¿Y cuando te dice que no puede porque tenía organizado un té con las amigas te enojás o le tirás la bronca? Error. Seguramente tus padres sigan estando ahí para vos, de manera incondicional, pero ya no como antes. Ni full time. Respetar sus agendas y sus espacios personales es parte de crecer. Porque muchas veces los seguimos viendo tan solo como "nuestros papás", pero hay que diferenciar a las personas de los roles que ocupan en tu vida.
La demanda: cuando eras chica, todo era "dame", "comprame", "vení". Fijate el tono: puro imperativo. Los hijos piensan que a ellos todo "les corresponde". O que son merecedores de todo lo que reciben. Hacé un flashback de tu propia vida; probablemente todas hayamos crecido acostumbradas a "mandonear" y saber que, en la medida de lo posible, nuestros deseos se iban a hacer realidad. Empezá entonces a ensayar otras reacciones: en vez de "ay, ¿cuánto hace que no me hacés ese guiso de lentejas que tanto me gusta?" cuando llegás el domingo a almorzar, elogiá el plato que sí te hizo, de manera genuina, aunque no sea tu favorito. O si te acabás de mudar sola, quizá tus viejos no puedan ayudarte a mover cajas y hacer la mudanza entera, pero valorá que te hayan regalado ese juego de sábanas nuevas o que te den la mesa de la abuela que atesoran como una reliquia. Quizá no haga falta que se lo digas –aunque está buenísimo expresarlo–, pero cada vez que te enfrentes a un regalo, o algún logro personal, reconoceles internamente los valores que te hayan inculcado: el amor por el trabajo, la libertad, la perseverancia para concretar tus sueños o lo que sea.
El rol de víctima: esto viene de la mano de lo anterior. La actitud de "yo, la pobrecita" no va más. La satisfacción de nuestras propias necesidades es una responsabilidad absolutamente nuestra y ya no cabe estar pensando en "¿quién me va a abastecer de lo que me hace falta?". Hay que hacerse cargo y conseguirlo por nuestros propios medios, ya sea algo concreto o no. Ponerte en el lugar de víctima hace que te sigas creyendo el "ombligo del mundo" y no registres que tus padres también tienen necesidades que resolver. A los 4 años, te podías caer y esperar que todos te levantaran y te pusieran una curita, pero si a los 30, ante la primera dificultad, enseguida estás esperando que te vengan a rescatar, hay algo de vos que necesita fortalecerse. Ellos ya hicieron su parte, mal o bien, eso no cabe juzgarlo ahora. Ahora te toca a vos asumir tus falencias y actuar en consecuencia. Pensá: ¿cómo reaccionás cuando no conseguís algo? ¿Te enojás, aceptás o echás culpas? Acordate de que nadie te puede dar aquello que vos no seas capaz de conseguir.
La queja y el echar culpas: otra salida fácil es tirarles un volquete con todas nuestras fallas a nuestros padres. "Es que yo soy así porque mis viejos siempre me dieron todos los gustos, entonces me cuesta lidiar con la frustración". O porque no te pusieron límites. O porque te pusieron demasiados. O porque siempre estuvieron en desacuerdo con tus decisiones. O porque no te dieron la suficiente libertad. Bla bla bla. Cuánto más sencillo es responsabilizar a otros, ¿no? Pensá que cuando te estás quejando o culpando a otros, en el fondo, lo que sucede es que no terminás de aceptarte a vos misma. Dejar de ser hija también pasa por acá, por hacerte cargo de tu vida y sentir que ya no tenés deudas con ellos.
Las personas que fomentan tu "hijez": ¿viste que hay determinadas relaciones que te hacen sentir que siempre necesitás ayuda o que tienden a sobreprotegerte? A veces, ni siquiera son tus padres; pueden ser amigas que se sienten habilitadas a aconsejarte siempre y ante cualquier circunstancia, o puede ser una pareja demasiado controladora, que no te da espacios propios o que no valora el intercambio de ideas. O incluso compañeros de trabajo o jefes que no confían en vos para delegarte tareas y responsabilidades. Y si hilás más fino, incluso la sociedad de consumo te genera la ilusión de que necesitás X producto para ser feliz o para vivir mejor. No te subas a esos espejitos de colores de la carencia. Está bueno discernir qué es tuyo y qué fichas te están metiendo los que te rodean. Y cuando sientas que estás en un vínculo que fomenta cierto estado de dependencia, observalo para ver si lo seguís eligiendo o si necesitás modificar algo para que cambie.
QUÉ CONSERVAR
La ilusión del cuidado: una de las sensaciones más "maternales" que hay es la de sentirse cuidadas. Sí, es por eso que cuando nos enfermamos –aun a los treintaipico–, el primer llamado suele ser a nuestras mamás. ¿A quién no le gusta sentirse protegida y tener la sensación de que puede aflojar el control? Por eso, conservar esa ilusión de que algo te está cuidando es súper reconfortante. Trae alivio y contención. Y ojo, que puede ser una mamá como así también una energía divina, el universo o un talismán que te colgás al cuello. Apelá a ese "ente cuidador" dentro de vos cuando sientas que necesitás fuerzas. Incluso podés pensarte como tu propia mamá cuando tengas que darte confianza para encarar algún desafío o para autoestimularte sabiendo que contás con los recursos necesarios para lograr algo que querés.
La capacidad de juego: La vida no tiene por qué volverse seria para ser tomada en serio. Hay que hacer memoria de cómo solíamos jugar cuando éramos chicas y tratar de recuperar esa sensación en nuestras actividades de todos los días. ¿Cómo lograrlo? Poniéndole una cuota de juego y exploración a todo lo que hacemos. Programando descansos en el medio de las rutinas. Cantando más nuestras canciones favoritas. Poniéndonos desafíos tontos y sumando puntos o premios por concretarlos (por ejemplo, si contesto todos los mails pendientes en menos de diez minutos, me autorregalo un chocolate). Haciendo apuestas divertidas con amigos. Bailando más. En definitiva, tomándote menos en serio. ¿No te sale? Es fácil: basta con que observes a algún niño que tengas a tu alrededor y te contagies, o te sumes un rato a sus juegos y fantasías.
La avidez por aprender: tratá de mantenerte siempre abierta a nuevas experiencias y no te creas que te las sabés todas. Estar receptivas a lo nuevo nos convierte en aprendices de la vida y –mucho más importante– nos permite ser lo suficientemente flexibles para equivocarnos. Tené en cuenta que casi siempre nos enriquecemos mucho más buscando las respuestas a nuestros interrogantes –y fallando varias veces antes de encontrarlas– que teniendo la solución al alcance de la mano.
Cómo funciona el "chip adulta"

Créditos: Inés Auquer. Arte de Ana Pagani. Realización de Diego A. Martínez. Estilismo de Josefina Rivero
La esencia del ser adulta es haber abandonado la necesidad de tener padres. Pero esto no hay que entenderlo mal: el objetivo no es confrontar, castigar o "librarse" de ellos, así como tampoco exigirles que sean diferentes. Renunciar a ellos como padres es ser capaces de aceptarlos exactamente como son. Y valorar eso. Con todo lo bueno y todo lo malo. Hoy, nuestro desafío es atravesar el temor a la libertad y la responsabilidad de la adultez. Y en este contexto, "dejar la casa de los viejos" no es cuando te fuiste a vivir sola o en pareja, sino que significa no buscar que nuestros padres validen nuestra apariencia, nuestro trabajo, nuestras elecciones de pareja, el modo en que criamos a nuestros hijos e incluso nuestros valores y estilos de vida. El día en que padres e hijos se piensan y se respetan como iguales, nos abrimos a un nuevo vínculo con ellos, de mayor comprensión, identificación y mutuo respeto.
La vida es un bufet
Cuando una es adulta, la vida se vuelve lo más parecido a un bufet. Hay de todo a tu disposición, muchas cosas te tientan y todo se ve muy lindo, pero nadie más que vos puede elegir con qué nutrirse. No es fácil elegir, pero dejar de ser hija es pararse delante del bufet y dejar de prestar atención a lo que se sirvieron otros. En algún momento, vos misma fuiste el proyecto de tus viejos: te acompañaron en cada paso de tu crecimiento, te dieron la mano para cruzar la calle, te eligieron un colegio, te acercaron a diferentes propuestas y compañías..., pero ahora vos sos tu propio proyecto. Y si antes ellos tenían voz y voto, ya no. Así que ahora enfocate en llevar adelante lo que vos quieras –sea un posgrado, el armar una familia o el irte de mochilera al sudeste asiático sin pasaje de vuelta–. Pensá qué vida te estás produciendo, con qué nutrientes estás llenando tu plato. Y una vez que elijas, la clave pasa por sentarse a disfrutarlos y saborearlos.
¿Qué opinás? ¿Ya dejaste de ser hija? Contanos tu experiencia.
En esta nota:
SEGUIR LEYENDO


¿Por qué es clave reducir la cantidad de bolsas de plástico que usamos?
por Redacción OHLALÁ!

Celos: aprendé a transformarlos en una emoción positiva
por Redacción OHLALÁ!

Ataques de pánico en primera persona: “Sentía que me iba a morir todo el tiempo”
por Inés Pujana

Cómo será el pago de las facturas de abril de las prepagas tras las medidas del Gobierno
por Redacción OHLALÁ!
