El tiempo, de nuestro lado
El editorial de agosto de la directora de OHLALÁ!
4 de agosto de 2014 • 11:21
Hace unos días, me obsesioné con una encuesta que tenía una única pregunta: "¿Qué hacés mientras se calienta algo en el microondas?". Todas, todas las mujeres a las que consulté se sorprendieron porque se dieron cuenta de que "hacían algo" durante ese lapso de tiempo, por más mínimo que fuera. No esperaban a que sonara el reloj, sino que hacían otras cosas a la vez: poner la mesa, hablar por teléfono, responder un mail, sacar la ropa del lavarropas. En cambio, cuando les hice esta misma pregunta a algunos varones, me miraron como si fuera una ridiculez. "Nada", me respondieron. La mayoría, me dijo, se queda ahí, en el mismo lugar, y espera a que el timbre del reloj suene. Es una pavada, pero es algo que nos diferencia. Porque nosotras podemos hacer mil cosas a la vez, y nos aprovechamos de ese poder, de esa fuerza femenina súper valiosa… pero que al final del día nos deja agotadas.
Cuando hablaba de este tema con una amiga, me recomendó Omnifocus, una aplicación para organizar la diaria. A simple vista, funciona igual que mi método casero: hay que hacer una lista de cosas por realizar. Planificar acciones. Esa lista pasa luego a una bandeja de objetivos, dividida entre lo personal y lo laboral, y así, día a día, semana a semana, se lleva un registro de todo lo que una hizo y de sus pendientes. Es un gestor de tareas bastante sofisticado y supuestamente funciona de manera genial. Pero en cuanto vi todo lo que tenía que aprender para que me fuera útil, me agoté y desinstalé la app.
El uso del tiempo debe de ser uno de los temas que más nos obsesiona a las mujeres y sobre lo que no paramos de hablar. Como si la búsqueda del bienestar estuviera anclada ahí. Cada vez hacemos más cosas, nos gusta hacerlas y nos hace bien. Entonces, queremos hacer todo. Queremos que el tiempo nos alcance o se extienda, pero a la vez, queremos descansar, y cuando tenemos un hueco libre, lo rellenamos con algo que teníamos pendiente. Desde la que lleva el bolsito para hacerse las uñas mientras cena con amigas hasta la que lee una revista en los semáforos en rojo cuando maneja.
¿Para qué tanto? ¿Quién nos dice cuándo tenemos que hacer las cosas? ¿Por qué hacer todo hoy? ¿Por qué las mujeres nos exigimos tanto? Por qué no podemos postergar muchas de nuestras acciones, elegir NO hacerlas, o esperar a que otro las haga, son preguntas que no tienen una única respuesta. En eso estamos cada día, en el desafío de responderlas.
Por eso, una buena salida, aunque cueste y sea muy obvia, es aflojar. Cortar un poco con la autoexigencia. Decir que no y bancarnos lo que hay detrás de ese decir que no. Afrontar la decepción que nos provoca no cumplir con nosotras mismas. Aflojar con la eficiencia. Porque tal vez no importe tanto si no arreglamos esa puerta que cierra mal, si la pila de ropa para lavar crece cada vez más o si ese pendiente del trabajo que tendríamos que haber terminado hace tres días todavía nos espera. Estar frente al microondas… y ver qué pasa.
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