“El trasplante fue lo mejor que me pasó”
A los 36 años, Silvana Ruggieri recibió un corazón y la posibilidad de renacer: hoy la natación es su leitmotiv y participa en el mundial de deportistas trasplantados.
24 de junio de 2017 • 00:44
Créditos: Fotos de Estrella Herrera. Producción de Maru Gabe
“Me creaba mis propios problemas, pensaba que había una culpa que tenía que pagar”
Mi infancia fue bastante normal, salvo por el hecho de que era una eterna peleadora. Ya en la época del secundario me volví aún más difícil: iba en contra de todo y de todos; si mis viejos me decían “para allá”, yo encaraba para el otro lado. Solo me encontraba a gusto con mi bandita medio alternativa y hip-hopera y en la galería Bond Street, adonde entré a trabajar cuando terminé el secundario.
A los 22, empecé un curso de maquillaje que me gustaba mucho, pero había algo de raíz en mí que me generaba una inmensa culpa: mis hermanos habían nacido con labio leporino y yo no. Me decía a mi misma que de algún modo lo iba a pagar. Y así fue.
Empecé con la artritis. Había días en que no me podía mover de tanto que me dolían las rodillas. Por ahí me quedaba encerrada en casa del dolor. No sabían qué diagnosticarme. ¡Ahora sé que la cabeza es tan potente! La gente en aquel momento me lo decía, pero yo no lo quería ver. Cuando me convencían de ir a terapia, volvía diciendo: “¡No sirve!”. No me detenía a pensar. Vivía de mal humor, despotricando contra el mundo.
Y después llegó “el día”. Fue hace dos años. Me acosté con un dolor en el pecho y me desperté con el mismo dolor. Me empezó a doler también el estómago, no podía pasar ni el agua, todo me daba asco.
El cardiólogo me detectó una miocardiopatía dilatada, es decir, que el ventrículo izquierdo –el que bombea la sangre para que circule– estaba dilatado y no volvía a su estado normal: como un elástico que se venció y ya no vuelve a encogerse. Después de muchos estudios y medicaciones, me hicieron un eco doppler que mostró que el ventrículo estaba severamente dilatado, y mi médico me dijo: “Hacete a la idea de un trasplante”.
Silvana entrena en el Cenard cuatro veces por semana. - Créditos: Fotos de Estrella Herrera. Producción de Maru Gabe
“Me di por muerta. Pero por suerte tuve un impulso vital que me dio fuerzas”
“¿Qué?!, ¿de qué me estás hablando?”, reaccioné. En ese segundo pensé que me iba a morir. Con mi mamá nos sentamos en el auto y empezamos a llorar sin parar, abrazadas. Era cerca de fin de año, así que pasé las peores fiestas de mi vida. Me fui a vivir con mis viejos y compartía la cama con mi mamá (y gracias a Dios, porque una noche me agarró un síncope del que casi no vuelvo).
Durante el período en que estuve internada, esperando el corazón, me carcomía –una vez más– la culpa. “Se tiene que morir alguien para poder salvarme yo”, pensaba. Era más fuerte ese remordimiento que el miedo a no sobrevivir.
Para poder pasar ese lapso de tiempo, me acompañaban mis amigas, mi familia, tejía, pintaba mandalas. Estaba hecha un esqueleto, súper débil. Había días en que me quería ir corriendo. Miraba a la gente entrar y salir ¡y yo no me podía ni mover! Me acuerdo de que un domingo, mirando por la ventana, pensé: “Al final, no era tan mala mi vida. Ahora agarraría a mi perra, me iría al río..., disfrutaría más”.
Ese impulso vital me llevó a calzarme mis “runnies” (como llamaba a mis zapatillas de correr amarillo flúo) y mis auriculares con música de Rita Lee y, agarrada a “mi flaco” (el portasueros), me ponía a caminar a toda velocidad por los pasillos del hospital. Los médicos me miraban como diciendo “¡¿y a esta qué le pasa?!”. También buscaba motivos para reír. A medida que iba subiendo en la lista de espera de los trasplantes, por ejemplo, con mis amigas bromeábamos: “Puesto número 10”, decía mi amiga con la voz de una locutora de FM.
¿Viste esa frase que dice que la belleza está en lo sencillo? Suena como cliché, pero es así. Además de mi libertad, extrañaba el viento, el tacto del sol. A veces tenemos que sentir la falta de algo para poder valorarlo.
El maquillaje, su segunda pasión. - Créditos: Fotos de Estrella Herrera. Producción de Maru Gabe
“Cuando llegó el corazón, fue un momento de fiesta”
Era el domingo 10 de mayo. Le dije a mi mamá que saliera a tomar un café para ventilarse, ¡era su cumpleaños! Ya estaba atardeciendo y yo sabía que en la ventana al final del pasillo pegaba un rayo de sol, después de rebotar en un espejo.
Caminé con mis amigas hasta ese rincón iluminado. Nos sacamos una foto: fue la última con mi viejo corazón. Fue cuando vi pasar a Nicolás, mi médico. “¿Un domingo? ¡Qué raro!”, pensé. Entró con los otros cirujanos. “Te imaginarás por qué estoy acá”, me dijo. Empecé a transpirar muchísimo y a llorar de la emoción. Él se fue derecho a Córdoba a buscar el corazón mientras mi vieja, con una sonrisa, me decía: “Gordita, quedate tranquila”.
Horas después, al entrar al ascensor para ir al quirófano, lo que sentí fue tremendo. Me acuerdo de bajar, el silencio, el frío. “Ya está, estoy entregada”, pensé. Ahí estaba uno de los cirujanos, que me dijo: “Acá vamos a escuchar música y a pasarla bien”. Le di la mano, y ya no recuerdo más hasta la mañana siguiente.
“Me costó mucho aceptar que vivía con el corazón de otra persona”
Mi despertar fue fatal. Vi videos de gente que ríe y llora feliz, pero lo mío fue horrible: estaba débil, dolorida, y no tenía voz porque me habían entubado dos veces. En esos primeros días tenía “viajes” tremendos, sentía cosas raras, como presencias en mi cama. Hay gente que sale a los diez días, pero a mí me tomó un mes.
En algún sentido, mi cabeza se negaba a lo que había pasado. Vivir con el corazón de otra persona me generaba un profundo rechazo. No quería tocarme el pecho ni sentir los latidos, me ponía muy nerviosa. Mi mamá me decía: “Silvana, ¿cómo podés ponerte así después de todo lo que pasaste?”. Así que hasta sentía –otra vez– culpa por no estar agradecida. Nada fácil.
“Inesperadamente, después del trasplante, fui feliz ¡por primera vez en mi vida!”
Fue cuando, un año después, estaba relatando mi historia en un programa de radio y tuve un despertar. Imaginate: 37 años sin haber sentido jamás esa plenitud. Después me fui de viaje y recuerdo estar en La Ametlla de Mar, cerca de Barcelona, nadando. Giraba y pensaba: “Soy tan feliz que no me importa nada”.
Así reapareció la natación en mi vida (de chiquita había nadado). Ya mi médico, mientras esperaba el corazón, me había dicho: “Vos vas a tener que hacer deporte”. Pensé: “¿De qué me habla este tipo, si estoy acá, tirada, a punto de morirme?”. Después de la cirugía, me dijo: “En tres meses te quiero corriendo”. “¡Tomátelas!”, le respondí. Me sentía un sachet de leche de lo floja que estaba. Al tiempo, me fui a caminar alrededor de la Quinta de Olivos, como tanta gente en la zona. De repente, me animé a correr un lado. Cuando llegué a la esquina, lloré de la emoción y le escribí a mi médico para contarle. Me uní al equipo de los trasplantados del Cenard ( Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) y hoy nado cuatro veces por semana, hago atletismo y aparatos. Me encanta ver mi progreso. Es más, mientras leés esto, estoy viajando al Mundial de Málaga. ¡Me voy a Europa a competir en natación, a ver si entendés! ¿Dimensionás el cambio en mi vida? Siento que lo hago por mí y por todos. Pero, sobre todo, esto es para él, ese chico que me dejó su corazón. No se me permite –por reglas del Incucai– saber mucho sobre su vida. Muchas veces me pregunto qué hacía, si tenía hermanos, por qué murió, si alguien lo lloró... Envié una carta a través del Incucai y hablé de él en muchos lugares. Ahora me calmé y sé que si esa información me tiene que llegar, va a llegar; lo dejo en manos del universo.
Saliendo de su trabajo como maquilladora en el canal LN+. - Créditos: Fotos de Estrella Herrera. Producción de Maru Gabe
“Encontré lo que vine a hacer al mundo: despertar conciencia sobre la donación”
Hoy tengo dos metas: traerle esa medalla y ayudar a despertar conciencia sobre la importancia de donar los órganos. ¡Yo era no donante! Como mucha gente, había decidido no hacerlo porque tenía miedo de que si me pasaba algo, me iban a dar por muerta para sacármelos. Después de todo lo que viví, no puedo aceptar que alguien muera esperando un órgano. Creo que encontré lo que vine a hacer al mundo: mi propósito. Por eso hoy estoy acá contándote mi historia.
Mientras, sigo haciendo mi trabajo en el canal LN+, que me encanta. Me emociona maquillar, ayudar a resaltar la belleza de alguien. A veces, le coloco la máscara de ojos bien puesta a una mujer que nunca supo usarla, y que a partir de eso ella se sienta divina... ¡me fascina!
“Me siento agradecida con la vida”
Y por lo demás, me animo a decirlo: está re bueno lo que me pasó. Casi diría que es lo mejor que me pasó. Después del trasplante, no paran de suceder cosas geniales. No sé si es porque tengo otra mirada de todo y ya no me agarro de lo feo o qué. Hoy veo mi cambio físico y mi cambio mental, me siento muy bien conmigo misma. Ahora me pregunto por qué me castigué por tanto tiempo y por qué tardé tanto en quererme.
Siento una enorme gratitud hacia mis médicos, mis viejos, mis amigas y el chico que me dio su corazón. Gracias a cada persona en este camino yo nací por segunda vez. •
Y vos, ¿sos donante?
El Registro Nacional de Expresiones de Voluntad para la Donación de Órganos y Tejidos para Trasplante concentra todas las manifestaciones en relación con la donación de órganos de todo el país.
¿Cómo podés expresar tu voluntad sobre la donación de órganos?
Registrándote a través de la web del Incucai, www.incucai.gov.ar.
Llamando a la línea telefónica gratuita del Incucai, 0800-555-4628 (INCU).
Asentándolo en el momento de tramitar el nuevo Documento Nacional de Identidad.
Firmando un acta de expresión de voluntad.
¿Qué te inspira esta historia? ¿Te gustaría ser donante de órganos? También leé: Por qué nos gusta tanto Cortázary Crece el número de yaguaretés en Misiones
Agradecemos a Topper por su colaboración en esta nota.
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