
La "Teoría del yogur": en qué consiste y por qué es una desventaja para las mujeres
Aunque muchas mujeres sostienen el día a día del hogar, los hombres suelen concentrar las inversiones y acumular patrimonio. La abogada y divulgadora Francisca Bravo Cox explica cómo esta brecha invisible afecta la autonomía y el futuro económico femenino.
7 de noviembre de 2025 • 12:17

La abogada y divulgadora Francisca Bravo Cox explica cómo esta brecha invisible afecta la autonomía y el futuro económico femenino. - Créditos: Gentileza
El golpe económico de la maternidad es sutil. Al principio casi ni se nota, pero con los años se vuelve evidente. La llegada de los hijos es una revolución para ambos, pero quien lo siente más en el bolsillo, muchas veces, es la madre.
Algunas mujeres salen del sistema laboral; otras reducen horarios o rechazan oportunidades de crecimiento. Muchas eligen trabajos con flexibilidad, aunque impliquen menor remuneración. Esa decisión —más bien, esa adaptación— tiene consecuencias concretas: menor ahorro, menos cotizaciones previsionales, menos acceso a créditos y una menor acumulación de patrimonio propio.
A eso se suma un fenómeno del que pocos hablan: la diferencia en la forma de aportar dentro de la pareja. Ellas suelen cubrir lo cotidiano: supermercado, decoración del hogar, ropa, terapias, servicios domésticos. Ellos, en cambio, destinan su dinero a inversiones o bienes de largo plazo: el dividendo de la propiedad, el auto, el terreno. En palabras simples: mientras ella gasta para el sostén del hogar, él invierte. Ella pierde autonomía, él crece.

Francisca Bravo Cox es autora del libro Lo nuestro ¿es nuestro? - Créditos: Gentileza de Fran Bravo
La periodista belga Titiou Lecoq, en su libro Le couple et l’argent. Pourquoi les hommes sont plus riches que les femmes (L’Iconoclaste, 2022), lo explica con la llamada teoría del yogur vacío: las mujeres tienden a hacerse cargo de los gastos que sostienen la vida diaria, los que se consumen sin dejar rastro, mientras los hombres invierten en activos duraderos. Al final, en una eventual separación, dice Lecoq, ellas se quedan con los potes de yogur vacíos; ellos, con los bienes.
Este patrón, lejos de ser anecdótico, tiene efectos reales en la independencia económica femenina. En una investigación que realicé en Chile sobre equidad puertas adentro, surgió que, sobre la base de más de 1.200 mujeres profesionales consultadas, un 35% de las casadas indicó que solo su pareja era propietaria de la vivienda familiar. Es decir, más de un tercio de ellas quedaría en desventaja habitacional si la relación terminara.
Una clienta me decía: “Por años fui yo quien pagó la ayuda con las tareas del hogar, porque lo doméstico siempre se me atribuía. Mientras tanto, mi marido compró casa y autos. Con lo que gasté en servicios domésticos podría haber invertido en patrimonio para mí.”
Otra relataba: “Durante toda la relación cubrí los gastos del día a día y él pagaba ‘el patrimonio’. Me separé y solo me quedé con lo que tenía antes. Él, con todos los bienes grandes.”
Estos desequilibrios en la forma de aportar al hogar no surgen por mala intención, sino por modelos aprendidos: a las mujeres se nos educó para cuidar y administrar; a los hombres, para proyectar e invertir. Pero, en la práctica, esas lógicas generan brechas de poder dentro de la pareja y consecuencias económicas a largo plazo.
Estas historias revelan una asimetría estructural: la manera en que distribuimos los gastos refleja —y refuerza— el modo en que entendemos el valor del dinero, el tiempo y, sobre todo, el cuidado.
Sostengo que, más allá del símbolo romántico, el matrimonio o la formalización de la unión de hecho tiene un valor práctico enorme: otorga derechos fundamentales que, en muchos casos, protegen especialmente a quien se dedicó con mayor intensidad al trabajo no remunerado del hogar y la crianza, pudiendo incluso acceder a una compensación económica en caso de separación. Además, permite optar por un régimen de bienes que asegure que, independientemente de quién haga el gasto, el patrimonio se divida con una regla equitativa al término.
En mi libro Lo nuestro ¿es nuestro? invito a mirar esto con otros ojos: la equidad puertas adentro es una revolución de la mesita de luz. Busca revisar juntos cómo enfrentamos los gastos, qué valor les damos a los cuidados, planificar inversiones compartidas y comprender que la justicia económica es un derecho, y no un privilegio.
Porque, mientras muchas mujeres sostienen el presente, pocas están asegurando su futuro. Y la verdadera equidad se construye cuando ambos pueden invertir, proyectar y crecer a la par.
Por Francisca Bravo Cox, gentileza para OHLALÁ!
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